
Cuando Felipe González llegó al poder a finales de 1982, inmediatamente se vio que su voluntad era la de instaurar en España un régimen de cuasi partido único inspirado más en la Venezuela de Carlos Andrés Pérez que en el México de José López-Portillo. Para que no cupiera duda del alcance del propósito, a los pocos meses de ganar las elecciones, González incautó ilegalmente Rumasa y luego, para despejar las que quedaran, fundó el GAL. Desde 1982, la transformación de España ha venido casi exclusivamente de la mano del PSOE. A la vista están los resultados.
Es cierto que el PP ha ostentado el poder durante dos largos períodos. En uno, Aznar intentó una revolución diplomática alineando a España con el bloque atlántico, algo que Zapatero liquidó de golpe al poco de llegar al poder atentado terrorista mediante. Y Rajoy se limitó a ser albacea del legado socialista para que éste llegara íntegro al momento en que lo recibiera otro socialista cuando el PSOE volviera al poder. Dicho de otro modo, el PP es irrelevante y cuando alcanza el poder tan sólo sirve, en el mejor de los casos, para retrasar lo que el PSOE tenga pensado hacer con España.
Que nuestro régimen es hoy de partido único lo prueba además la irrelevancia misma del PP. Nada de lo que diga Feijóo, no digamos Borja Sémper, en euskera o en castellano, o Bendodo o Cuca Gamarra, tiene ninguna importancia. Y eso que el gallego es el actual candidato a la investidura. Tan sólo tiene relevancia lo que digan los socialistas. Por supuesto, importa lo que declare Pedro Sánchez. Pero también lo que manifiesten los socialistas que, sin ostentar cargo alguno, lo critican. Las declaraciones de Leguina o Redondo Terreros, socialistas los dos, interesan más que las de nadie del PP. Lo que quieran manifestar González o Guerra importa mucho más que lo que diga Aznar y no digamos Rajoy. Y lo que señale de la Quadra Salcedo o Enrique Barón llama más la atención que nada que observe pongamos por caso Javier Arenas. Hasta lo que diga el cenutrio de Santos Cerdán tiene más trascendencia que las declaraciones de cualquier dirigente del PP.
Tanto es así que los únicos que pueden salvarnos de despeñarnos por el barranco al que nos conduce Pedro Sánchez son por supuesto socialistas. La última esperanza no es otra que la de un tamayazo, dado por socialistas decentes, si es que queda alguno. Lo único seguro es que, sea lo que sea lo que al final nos pase, será un socialista el responsable. Como siempre desde hace cuarenta años.