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El contrato nacional está roto

La brecha entre españoles es insalvable ahora como lo es entre catalanes y vascos. Son las bases socialistas las que aprueban las barrabasadas populistas.

La brecha entre españoles es insalvable ahora como lo es entre catalanes y vascos. Son las bases socialistas las que aprueban las barrabasadas populistas.
Todos los expresidentes de España, durante la jura de la Constitución de la princesa Leonor. | EFE

Conozco gente normal, gente que ama a sus hijos e incluso lee libros de vez en cuando, que no solo votaría a Sánchez de nuevo, sino que está convencida de la oportunidad de la amnistía. Hace poco, estaban en contra. Esa gente es el más grande peligro para España y la democracia.

El triunfo mayor de los nacionalistas ha sido trasladar al resto de España la fractura político-social con el que han dividido las sociedades vasca y catalana en dos comunidades. Para ello, los nacionalistas no han dudado en usar el terrorismo y el golpismo. Unos agitaban el árbol, otros recogían las nueces. Los demás, tragaban plomo y apartheid. La amnistía a los golpistas por parte de los socialistas no solo supone la cancelación de facto de la Constitución, sino que el PSOE y los socialistas se salgan del consenso constitucional y de la nación española. La deriva de los socialistas para dejar de ser un partido obrerista comenzó con González cuando enterró a Marx y debemos felicitarnos por ello. El clásico partido marxistoide, guerracivilista, golpista y filoterrorista de Largo Caballero y Álvarez del Vayo se convirtió en un partido socialdemócrata civilizado, en la senda de los alemanes de Helmut Schmidt que había declarado que ahora eran todos hayekianos.

Transformado el PSOE en PSE llegó Zapatero para eliminar del partido la E de español. Convertido a la fe de los nacionalistas catalanes, a los que aseguró que el Tribunal Constitucional no tocaría ni una coma de su Estatuto y sostenido por la quinta columna del nacionalismo que es el PSC, Zapatero compró la perversa idea de que España no existe, sino el Estado español, un mero envase burocrático para las nacionalidades al estilo de Cataluña y Castilla, País Vasco y Andalucía…

Reducido el PSOE a ser el PS, la gran innovación de Pedro Sánchez ha sido volver a introducir el obrerismo de la mano de Yolanda Díaz, además de toda la ideología de género a mayor gloria de Irene Montero. El PSOE queda así reconvertido en PSOLGTBIQ+. Nada más lógico que pacte con Bildu, ERC y cómo se llame ahora la secta de Puigdemont.

De esta forma, y tras el oasis de Felipe González, con todos sus errores un presidente constitucional, el partido que fundó Pablo Iglesias vuelve a sus fueros de lucha de colectivos, ayer las clases sociales, hoy la interseccionalidad de raza, sexo y nacionalidades. Pedro Sánchez se niega a responder a cuestiones básicas, como qué es España o qué es una mujer porque es un presidente líquido como el vitriolo, que disuelve todo lo que toca porque lo único que le importa es su poder personal y su salvación política.

La brecha entre españoles es insalvable ahora como lo es entre catalanes y vascos. Son las bases socialistas las que aprueban una y otra vez las barrabasadas populistas, antiliberales y, sobre todo, antiespañolas de sus líderes. Si hubiese una minoría crítica de votantes y militantes socialistas que rompieran sus votos y sus carnés delante del PSOLGTBIQ+ podríamos mantener la esperanza de que podríamos reconstruir el pacto nacional español. Pero que las masas socialistas se hayan convertido tan súbitamente en un rebaño sin un balido de protesta muestra que los españolitos que nacen ahora en el siglo XXI tienen una probabilidad muy grande de no conocer el país que fue de sus padres. No es que no lo van a reconocer, como le pasa a un Alfonso Guerra ahora asustado de la planta que plantó en la Transición, sino que no lo van a encontrar. España será para la próxima generación una retahíla de fechas, nombres y lugares que no significará nada.

Tras el juramento de la princesa Leonor a la Constitución, el presidente del gobierno la amenazó con que podía contar con su lealtad, respeto y afecto. Como si el Ricardo III de Shakespeare te promete amistad, fidelidad y apoyo. Pedro Sánchez es mejor que el deforme villano Gloucester en belleza física, pero compite en el mismo plano que él en fealdad moral, monstruosidad política y degeneración social. Nos queda un largo invierno para nuestro descontento, y lo peor es que las nubes que se encapotan sobre nuestra nación aumentan ennegrecidas desde el hondo seno un pueblo que grita jubiloso una vez más "¡vivan las caenas!".

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