Generacionalmente, para mí y para muchos otros atléticos, Adrián Escudero ha sido un nombre que escuchábamos en las conversaciones de los más mayores de la casa. Aquellos que en su día tuvieron la suerte de ver y celebrar los 169 goles que el delantero madrileño logró marcar para el Atlético de Madrid. Para mí, que cuento con 36 primaveras, si no se me ha perdido ninguna por el camino, que puede ser, Escudero ha sido siempre ese nombre que escuchabas o decías cuando investigabas la historia del equipo y sobre todo cuando mirabas a lo más alto. Nombre de documental y revista antigua. Nombre legendario. Ahí estaba Adrián Escudero, siempre en el top de las listas rojiblancas. Junto a Luis Aragonés. En el Olimpo de las grandes leyendas colchoneras.
En su día, recuerdo que Fernando Torres lideró a una generación que se agarraba a él como si de un clavo ardiendo se tratase, porque fueron años de travesía por el desierto e incluso por el infierno. El Niño iba marcando goles con la elástica colchonera y recuerdo pensar para mí: "Puff, le quedan muchísimos goles para llegar hasta Escudero y Luis Aragonés". Luego pasó lo mismo con Radamel Falcao, Diego Costa, Forlán o Agüero. Me parecía muy complicado alcanzar esas cifras y más en un equipo como el Atlético que no suele tener grandes delanteros durante mucho tiempo. Escudero siempre estaba ahí arriba. No le vi jugar. Ni yo ni muchos. Pero siempre estaba ahí. Como esos dioses griegos que estaban en lo más alto y parecían inalcanzables. No le vimos muchos y, sin embargo, le conocíamos todos.
Anoche en el Metropolitano, algo se removió dentro de mí cuando el speaker del estadio celebraba el gol de Antoine Griezmann que significaba el 2-1 para el Atlético ante el Villarreal y mencionaba el récord igualado. Se activó un mecanismo de melancolía. Ese mecanismo que me hizo recordar ese "puff, le quedan muchísimos goles para llegar hasta Escudero y Luis Aragonés". Y vi de nuevo esa mítica foto de Escudero con las manos atrás y con una camiseta que siempre me hubiese gustado tener. Esta vez, esa foto se unía a la de Antoine Griezmann en los videomarcadores del Metropolitano y sí, sentí que estaba viendo historia en directo.
Antoine está siendo desde hace mucho tiempo el mejor Escudero del mejor Atlético de Madrid. Incluso en partidos en los que se nota que lo está jugando absolutamente todo sin apenas descanso, el galo supera la fatiga y guía al Atlético hacia números como el que firmó ayer el conjunto de Diego Pablo Simeone: 17 partidos ganados de forma consecutiva en casa, 15 en Liga. ¿Saben lo difícil que es, para cualquier equipo, ganar todos esos partidos seguidos en casa? Ojo, ganarlos. No hablamos de estar invicto y salvarte con algún que otro empate. Hablamos de ganarlo todo. Con dos partidos más, 19, firmarías una temporada entera ganándolo todo en tu hogar. Es el sueño de cualquier socio abonado. Ver desde tu localidad, bien pagada por cierto, un pleno de triunfos. Hasta hace no mucho, en la era pre-Simeone, te conformabas con ver victorias en más de la mitad de los partidos que jugaba el Atlético en el Vicente Calderón. Ahora, en la era Simeone, lo raro es no sumar, como mínimo, unas 13 o 14 victorias caseras por curso.
El Atlético ganó anoche al Villarreal por perseverancia y calidad. Sacó un partido muy difícil con Griezmann siendo clave en el 1-1 y en el 2-1. Pero para igualar a Escudero, Antoine necesitó, nunca mejor dicho, de buenos Escuderos y ahí llegaron los cambios del Cholo. Los suplentes y la actitud que todo entrenador desean. Salir al campo a ganarte el puesto. Salir al terreno de juego a complicarle la vida a tu técnico. "¿No me pones de titular? Pues este partido te lo voy a solucionar yo". Así funciona un equipo. Con los Llorente, Correa, Barrios o Lino peleando por el puesto con hechos, no con quejas. En el campo, no con agentes ladrando. Con un titularísimo y descomunal Witsel al que no se le notan los años y que es el mejor central del equipo, curiosamente, sin ser central. Y si a eso sumas a un tipo como Koke, la ecuación, salvo accidente, te da siempre tres puntos. El capitán está hasta en el salón de tu casa cuando llegas después del partido. Su mapa de calor es volcánico. Y cuando Koke es omnipresente, el motor del Atlético se revoluciona de la mejor manera posible. El 2-1 de Griezmann tras pase de Llorente nace de un balón precioso del capitán que, de nuevo, tiene menos publicidad de la que merece.
Ahora llega el parón y el Atlético se vuelve a marchar al mismo con buenas sensaciones. Rezará porque Deschamps le dé un poco de banquillo a Griezmann y que nadie venga más tocado de la cuenta, sobre todo desde Sudamérica, que suele dejar algún que otro disgusto. Mientras se espera al siguiente partido en Liga dentro de dos semanas, yo les hago una recomendación para entretenerse y aprender: pongan Adrián Escudero en Google.