El argentino Alberto Fernández está dándole al Kirchnerismo –por desgracia todo hace pensar que no al peronismo, una fuerza incombustible en Argentina– el final que merecía: un tremendo lodazal de escándalos de corrupción coronado por un caso de presuntos malos tratos, la puntilla perfecta para el movimiento político que ha inventado una porción muy importante de los disparates feministas que Podemos y sus secuaces han importado a España.
Pero vayamos por partes: lo primero ha sido el inmenso escándalo del llamado caso Seguros. Como verán, se trata de un mecanismo de corrupción de lo más básico y que desde el primer momento parecía lo que finalmente parece que ha sido: una excusa para robar.
Y es que Fernández y los suyos prepararon un decreto para que todos los seguros del Estado argentino tuvieran que contratarse con la misma aseguradora, Seguros Nación. Por supuesto, las comisiones han sido millonarias y en la causa judicial que se sigue se han desvelado ya conversaciones de todo tipo que señalan directamente al expresidente y a parte de su círculo más cercano. Se dice que sólo Fernández se podría haber embolsado, presuntamente por supuesto, unos veinte millones de dólares en comisiones.
Además, durante esta investigación judicial saltó ese segundo escándalo que ha sido todo un bombazo: las pruebas de que, presuntamente, Fernández maltrató a su esposa Fabiola Yáñez. Hay que decir que esta mujer no es precisamente un personaje popular en el país austral: sus fiestas durante la pandemia irritaron profundamente a una sociedad que estaba viviendo un confinamiento muy duro. Sin embargo, las declaraciones ante el juez –no ante cualquier periodista sin escrúpulos– de Yáñez y las imágenes de las consecuencias de ese presunto maltrato han sacudido a la opinión pública y han colocado a Alberto Fernández y a todo el kirchnerismo en una situación insostenible.
Pese a todo, ese doble escándalo está pasando bastante desapercibido en España e incluso cuando ha llegado a los medios lo ha hecho en un formato vergonzoso y rocambolesco, como la imposible entrevista que El País le regalaba al propio Fernández para que éste tratase de exculparse.
Más sangrante aún es el silencio de esa izquierda supuestamente feminista que ha sido uña y carne con la banda kirchnerista y que, como decíamos, ha importado de allí buena parte de las medidas que el Gobierno ha impulsado en ese campo en los últimos años. Aquellos que, en el colmo del sectarismo y la desvergüenza, se han llenado la boca de avisos sobre el riesgo que corrían los derechos de las mujeres… con Milei.
Y no, ese silencio no se justifica porque estemos ante un asunto marginal de un país lejano: es innecesario recordar aquí la profundidad de las relaciones entre España y Argentina y, además, pocas veces aquella nación hermana ha estado tan presente en los medios y la política como desde el pasado proceso electoral y la llegada de Milei a la presidencia.
No hay, por tanto, otra excusa que lo que ya sabíamos: que nuestra izquierda hipócrita presume mucho de valores, tal y como hacía el kirchnerismo, pero en realidad ni los tienen ni creen en otra cosa que no sea el poder… y el dinero.