Los socialistas de Sánchez acogieron hace tiempo a los herederos políticos de ETA en la casa común y los acogieron como a demócratas con pedigrí. Dieron así justificación política y moral a cualquier pacto con Bildu y elevaron a la posición de socio y colega a quienes siguen haciendo homenajes a asesinos condenados. Cada tanto, como premio extra por esta bonita amistad, les dejan el estrado para que vendan el último producto del chantaje mutuo y tengan su cuota de protagonismo. Esta es la pauta acostumbrada. Se ha repetido. Pero la costumbre de ver el espectáculo no ha servido ni de preparativo ni de anestésico para la última vuelta de tuerca. Se ha dejado que Bildu dicte y exponga los términos de la derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana.
La firma de Bildu, con honores de protagonista, en una norma que afecta a la labor de las fuerzas y cuerpos de seguridad raya en lo grotesco y en el sadismo. Aquellos pistoleros a los que tienen por héroes y para los que reclaman —y consiguen— la puesta en libertad, mataron a 397 guardias civiles, policías nacionales, policías municipales y policías autonómicos. Son datos de Vidas Rotas, libro de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey. Policías y guardias civiles fueron la mayoría de las víctimas. Poco queda por decir. Que los que estuvieron en íntima relación con la desaparecida banda y son lo que son porque la banda existió quieran hoy desproteger a la policía, va en su naturaleza y no sorprenderá a nadie. Que el socialismo lo acepte, porque está de acuerdo o necesita afianzar esta alianza profana, tampoco va a sorprender. Lo único que asombra es que todo esto se haga a plena luz del día, como si no hubiera memoria ni conciencia que obligara a dejar un protagonismo como éste en la penumbra.
Cuando Bildu puede salir sin ningún problema a la tribuna como defensor del "respeto a las libertades fundamentales" o del "respeto a la libertad de expresión", el problema no lo tiene Bildu: lo tenemos nosotros. Lo tenemos como individuos, como sociedad, como país. Cuando los herederos políticos de una organización terrorista que cercenó casi mil vidas presumen de recuperar derechos "cercenados por el PP" o de recuperar "el respeto a la libertad de expresión" y los socialistas asienten, el problema no lo tienen Bildu ni los socialistas: lo tenemos todos. Lo tenemos de tal manera que sería posible que algún portavoz socialista dijera que es fantástico para la democracia que quienes nos dieron los años de plomo hoy se preocupen del daño que pueden hacer las balas de goma, y que esto a mucha gente le pareciera una cosa muy buena y sabia.
La alianza de los socialistas con Bildu es una inversión en más de un sentido. Le ha dado la vuelta a la realidad. Predica que somos nosotros, la democracia española, los que estamos en deuda. El problema que tenemos son los que piensan, medrosos, que hay que darles las gracias por que ETA dejara de matar.