
La historia de los Estados Unidos ha estado marcada por figuras presidenciales que, desde diferentes posturas ideológicas, han moldeado el curso de la nación. Tres presidentes que destacan por su impacto en la política estadounidense son Lyndon B. Johnson (1963-1969), Richard Nixon (1969-1974) y Gerald Ford (1974-1977). Aunque cada uno de estos presidentes representó momentos de profundas tensiones internas y cambios sociales, sus políticas y reformas legislativas dejaron huellas indelebles en la historia del país. Al examinar su legado, se puede trazar un paralelismo con la actualidad, especialmente de cara a las elecciones de noviembre de 2024, donde las propuestas de Donald Trump y Kamala Harris ofrecen una visión dicotómica del futuro de Estados Unidos.
La presidencia de los Estados Unidos entre los años 1963 y 1977 estuvo marcada por políticas económicas que generaron un crecimiento gubernamental significativo, desde la expansión del estado del bienestar hasta la creciente intervención del gobierno en la economía, y una serie de problemas fiscales y monetarios que afectaron la estabilidad económica del país.
El presidente demócrata Lyndon B. Johnson asumió la presidencia tras el asesinato de John F. Kennedy y dejó un legado de profundas reformas sociales que consolidaron su perfil progresista. Su emblemática Great Society pretendía erradicar la pobreza y las injusticias raciales, y sus logros legislativos incluyeron la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos de Voto de 1965, ambos hitos en la lucha por los derechos civiles. Estas reformas fueron impulsadas desde un claro enfoque progresista, buscando expandir el papel del Gobierno en la creación de igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, especialmente las minorías afroamericanas.
En términos de política social, Johnson también impulsó reformas en salud con la creación de Medicare y Medicaid, que proporcionaron cobertura médica para los ancianos y los más desfavorecidos. Estas acciones no solo consolidaron la idea de un Gobierno intervencionista y protector, sino que reflejaron una visión idealista de que el Estado puede y debe ser un actor clave en la redistribución de recursos para alcanzar una mayor justicia social. No obstante, la intrusión gubernamental en áreas que tradicionalmente habrían sido gestionadas por el sector privado o los gobiernos locales generó un aumento considerable del gasto público y se establecieron las bases para los déficits estructurales persistentes.
El legado de Johnson también se vio empañado por su decisión de intensificar la intervención de EE. UU. en la guerra de Vietnam, una medida que provocó divisiones internas y socavó en parte su agenda progresista.
El financiamiento simultáneo de la guerra y de los programas sociales de la Great Society generó una presión significativa sobre el presupuesto federal. El enfoque de Johnson de aumentar el gasto sin establecer mecanismos claros de financiamiento sostenible creo desequilibrios fiscales que más tarde provocarían problemas inflacionarios, erosionando la estabilidad fiscal a largo plazo.
Por su parte, el presidente republicano Richard Nixon, aunque conservador, presentó una administración llena de contradicciones, con políticas que en ocasiones chocaron con los postulados tradicionales de su partido. Por un lado, su presidencia se asoció a una postura conservadora en temas como el orden y la ley, lo que lo llevó a implementar políticas de mano dura frente a los movimientos sociales y a endurecer las penas por delitos. Su enfoque en la "mayoría silenciosa" se dirigía a la clase media blanca que sentía que el país se estaba descontrolando tras los movimientos de los derechos civiles y las protestas contra Vietnam.
A su vez, desde un punto de vista legislativo, Nixon firmó importantes leyes medioambientales como la creación de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la promulgación de la Ley de Aire Limpio de 1970. Estas medidas, que a menudo se han considerado progresistas, responden también a una tradición conservadora, puesto que el conservadurismo es también conservacionista. Ante la creciente preocupación pública por el deterioro ambiental, Nixon entendió la necesidad de una intervención gubernamental en la protección de los recursos naturales.
Además, en un esfuerzo por combatir la inflación creciente, Nixon impuso controles de precios y salarios en 1971. Estos controles fueron una intervención gubernamental directa y contraproducente que distorsionó los mecanismos naturales del mercado. Si bien buscaban contener la inflación a corto plazo, la intervención fue vista como una medida artificial que no resolvió las causas subyacentes del problema inflacionario, resultando en escasez y distorsiones económicas.
Finalmente, Nixon rompió el último vínculo formal del dólar estadounidense con el oro en 1971, una medida conocida como el "Nixon Shock" y que supuso el fin del sistema de Bretton Woods. Para los economistas conservadores, esta acción desató una era de inflación descontrolada, ya que la moneda ya no estaba respaldada por un activo tangible, dejando el sistema monetario global vulnerable a las políticas expansivas de la Reserva Federal. El aumento en el dinero circulante sin respaldo afectó el valor del dólar y contribuyó a una inflación significativa a lo largo de la década de 1970.
Estas acciones, junto con su apertura a China y la reducción de tensiones con la Unión Soviética, perfilan un legado que trasciende las etiquetas de conservador o progresista, revelando un pragmatismo político que cosechó importantes logros.
Gerald Ford asumió la presidencia en un momento de extrema tensión política tras la renuncia de Nixon por el escándalo Watergate. Su mandato se caracterizó por un conservadurismo moderado y un esfuerzo por restaurar la confianza en las instituciones gubernamentales. Ford fue un presidente de consenso, cuyo principal objetivo era estabilizar el país tras el caos político de su predecesor.
Una de sus acciones más controvertidas fue otorgar un indulto total a Nixon, una medida que fue vista como un intento de cerrar las heridas del Watergate pero que, a su vez, le costó mucho capital político. Desde el punto de vista económico, Ford heredó una crisis económica caracterizada por una inflación elevada y un crecimiento económico estancado, fenómeno conocido como "estanflación", promovió la campaña "Whip Inflation Now" (WIN) intentando moderar el gasto y las demandas salariales. Durante su presidencia veto una serie de proyectos de ley que habrían aumentado aún más el gasto gubernamental pero no logró implementar una estrategia fiscal más austera o una reforma monetaria significativa.
Ford, aunque menos ambicioso en reformas legislativas, defendió el papel limitado del Gobierno y la libertad económica, principios conservadores que se han mantenido vigentes en gran parte del Partido Republicano hasta hoy.
De cara a las elecciones presidenciales de noviembre de 2024, las propuestas de Donald Trump y Kamala Harris reflejan muchas de las tensiones entre conservadurismo y progresismo que caracterizaron a los mandatos de Nixon, Ford y Johnson. Trump, al igual que Nixon, representa una visión de orden y ley, apelando a una base conservadora que ve con recelo las reformas sociales impulsadas por los demócratas. Su promesa de America First evoca el aislacionismo de Nixon y sus políticas económicas proteccionistas buscan un retorno a un pasado industrial.
Por otro lado, Kamala Harris, como posible candidata progresista, recoge el legado de Johnson en su enfoque hacia la equidad racial y la justicia social. Sus propuestas sobre el cambio climático y la atención médica recuerdan a las iniciativas de la Great Society, con un claro énfasis en la intervención del estado para corregir las desigualdades estructurales. También como Johnson, Harris presenta una visión geopolítica más intervencionista, con mayores concesiones a la industria armamentística.
Ambos candidatos también reflejan los debates actuales sobre el tamaño y el papel del gobierno. Mientras Trump defiende una reducción en la intervención estatal y una protección más estricta de las fronteras, Harris aboga por una mayor expansión del estado en temas como la atención médica universal y las reformas policiales.
El legado de Johnson, Nixon y Ford sigue siendo relevante y discutido hoy, mientras Estados Unidos se enfrenta a una elección crucial en 2024. Las tensiones entre progresismo y conservadurismo; entre el idealismo intervencionista y el realismo pragmático, siguen presentes en las propuestas de Harris y Trump. Como en el pasado, el país se encuentra en una encrucijada, y el resultado de estas elecciones determinará si el camino a seguir estará marcado por una visión caracterizada por el estado benefactor y la mal llamada justicia social, o por un retorno a la tradición estadounidense, la protección de los intereses nacionales y el orden conservador definido por la responsabilidad individual y la autosuficiencia económica.
