Naturalmente, no estoy jorobado porque se haya restaurado la catedral gótica de París tras el incendio de 2019. Estoy encantado con la recuperación de una de las más significativas grandezas del catolicismo europeo para todos los ciudadanos. Pero estoy jorobado, molesto, cabreado y atónito por la ausencia oficial de España, que siempre fue el gran reino católico de Europa, guste o no a los sectarios o a los lerdos, en la ceremonia de su resurrección.
El pasado sábado pude ser testigo, gracias a la transmisión en directo por televisión, de los actos que el presidente Macron programó, junto con la Iglesia católica francesa, para celebrar la culminación de las obras y trabajos que han devuelto la catedral a todo el mundo. No sé cuántas solemnidades de esta índole han tenido lugar en el mundo en los últimos años, pero intuyo que no muchas y que ésta ha sido una de las más relevantes.
Inexplicablemente, España ha estado ausente del gran espectáculo cultural y religioso y, lo que es igualmente importante, del oportuno encuentro político protagonizado por Emmanuel Macron, Donald J.Trump y Volodímir Zelenski. Es uno más de los absurdos diplomáticos de nuestra política exterior. No sabemos lo que ha pasado porque la transparencia y la verdad dejaron de estar presentes en la vida española desde hace mucho.
Lo cierto es que ni la Casa Real ni el Gobierno han ocupado su lugar en unos fastos a los que habían sido invitados. Los que ya somos viejos, no podemos creer que el ministro de Cultura, el comunista Ernest Urtazum, decidiera por su cuenta asistir a la función Circlassica del Circo Mundial, en el recinto ferial IFEMA, en Madrid, a las 18:30 horas de este sábado y no estar presente a las 19,00 en la catedral de Notre Dame de París.
Ya se está insinuando que la Casa Real declinó la invitación por su compromiso con los afectados por la DANA en Valencia, pero su presencia en la Misa de la Catedral de Valencia tendrá lugar hoy lunes, 9 de diciembre, dos días después de la inauguración de la catedral de Notre Dame. Todo esto huele, o me huele a mí, a la mano negra de Moncloa que, por razones que nadie sabe por ahora, ha decidido que España no existiese en la capital francesa.
Que en la presentación mundial de la catedral reconstruida hayan estado representantes de varias casas reales europeas, de Reino Unido a Bélgica y que hayan asistido al evento decenas y decenas de presidentes o primeros ministros de gobiernos del mundo –Giorgia Meloni o Olaf Scholz , entre ellos—, no parece importarle al gobierno español, a pesar que se ofreció a colaborar en la restauración del templo tras la catástrofe de hace cinco años. Tampoco que el futuro de la guerra de Ucrania se haya comenzado a diseñar allí este pasado sábado.
No es la única cosa rara de las que han pasado. Por ejemplo, que el Papa Francisco no haya asistido a una de las fiestas más importantes para el catolicismo de los últimos tiempos, ha dejado perplejos a muchos. Igualmente, nos ha dejado estupefactos que la cabeza visible de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, tampoco haya acudido a la cita de París, dicen que por la firma del Tratado de la Unión con Mercosur, que ha indignado a Macron y a muchos más.
Hasta Arcadi Espada encabeza su artículo del domingo de este modo: "(Notre-Dame) Cuarenta mandatarios mundiales. Y no está el Rey Felipe VI. España ha dejado de ser". Pero no se mete en harina, como sí lo ha hecho Isabel Díaz Ayuso, la única que parece tener ideas claras y libres en este PP incomprensible que está retrocediendo a buen ritmo.
La presidenta madrileña ha puesto el dedo en la llaga de Pedro Sánchez, el único que ha podido consentir la barbaridad que como nación hemos cometido por faltar a la festividad de un vecino, que no ha sido siempre cómodo, pero que, en este caso, superaba incluso su interés nacional por la evidencia de la contribución católica a la Unión Europea.
¿O es que su "memoria histórica" quiere ignorar que dos de los cuatro fundadores de la moderna Europa, beato Robert Schuman, que está en proceso de canonización, y Alcide de Gasperi, que está en camino de ser beatificado, fueron católicos? Konrad Adenauer, el padre del milagro económico alemán de la postguerra y otro de los fundadores europeos también fue un devoto católico. Sólo Jean Monnet, el cuarto, puede considerarse no religioso a pesar de sus orígenes asimismo católicos.
Sí, estoy jorobado e indignado porque lo de este gobierno no tiene nombre ni remedio. Su propósito parece ser la destrucción de la nación española a la que ni defiende ni respeta. Sí, me gustaría tener la fuerza de un Quasimodo para arrojar a este grotesco tipo nacional a su lugar monstruoso entre las gárgolas de Europa.
Pero, mientras tanto, propongo que alguien pregunte en el Congreso y en el Senado por qué España ha estado ausente de esta celebración que culmina un esfuerzo de 800 millones de euros empleados en restaurar un símbolo nacional y europeo (ahora que lo pienso, eso es, más o menos, lo que nos costó a los españoles el saqueo de los ERE, qué cosas). Sí, estamos dejando de ser España, al menos la España cabal y prestigiada de 1978.