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Acuerdo en Gaza: no es una victoria de Hamás, es lo que hace un país creado para proteger a los suyos

Israel hacer un sacrificio para la paz y Hamás sigue sacando ventaja de sus crímines. Analizamos el acuerdo que puede acabar con 15 meses de guerra.

Israel hacer un sacrificio para la paz y Hamás sigue sacando ventaja de sus crímines. Analizamos el acuerdo que puede acabar con 15 meses de guerra.
Familiares de los secuestrados por Hamás se manifiestan en Tel Aviv tras el anuncio de un alto al fuego. | EFE/EPA/ABIR SULTAN

Tras quince meses de guerra Israel y Hamás han llegado a un complejo acuerdo de alto al fuego que, por los detalles que se conocen en este momento, implicará la liberación de todos los secuestrados que todavía están en manos de los terroristas, la salida de la cárcel de un millar de presos encarcelados en Israel por terrorismo –algunos de ellos asesinos– y la retirada paulatina del ejército israelí de la mayor parte del territorio de la Franja, excepto algunas zonas que seguirán siendo controladas militarmente por razones de seguridad y sobre las que, por el momento, no se tiene la certeza de cuáles son ni de qué extensión tienen.

El acuerdo, que tras un cierto retraso por los chantajes de última hora de Hamás está a la espera sólo de la ratificación por el gobierno de Netanyahu, llega unos días antes de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca y a nadie se le escapa la presión que el presidente electo ha ejercido sobre las partes para que se alcance en un plazo que parecía imposible cuando el republicano amenazó hace poco más de una semana con desatar un "infierno en Oriente Medio" si no se liberaba a los rehenes secuestrados el 7 de octubre.

"Si Trump no hubiera ganado Hamás no tenía ninguna gana de hacer un acuerdo con Israel", decía al respecto Fleur Hassan, vicealcaldesa de Jerusalén, en una entrevista este jueves en Es la Mañana de Federico de esRadio, resumiendo en una frase lo que sin duda es una realidad sobre el terreno: la mera llegada de otro presidente a la Casa Blanca puede suponer, al menos a corto y medio plazo, una nueva realidad en la zona.

Nada es igual desde el 7 de octubre

Vamos a empezar nuestro análisis por la transformación radical que ha sufrido Oriente Medio en los últimos quince meses. Acontecimientos esenciales se han sucedido y estos también explican, en buena medida, que tanto Israel como Hamás hayan llegado a un acuerdo, cada uno por sus razones.

En uno de estos cambios –la sorprendente caída del régimen de Al Asad en Siria– Israel ha tenido un papel secundario, pero sus efectos sí son importantes para el Estado hebreo, sobre todo por dos razones, la primera de las cuales el debilitamiento que supone para Hezbolá, la banda proiraní del Líbano que ha perdido una base esencial para ellos, sobre todo para la llegada de suministros –armas, personal y dinero– desde Irán.

Y la segunda porque la propia Siria ha dejado de ser un posible problema, al menos por algún tiempo. En esto sí ha tenido mucho que ver Israel, que aprovechó las 24 horas posteriores a la caída de Asad para acabar con la gran mayoría del arsenal del ejército sirio, que necesitará muchísimos años –y más aún en una situación tan inestable como la que tiene el país en este momento– para rearmarse y, aunque lo más probable es que el nuevo poder islamista en Siria odie a Israel aún más que los Asad, su capacidad de hacer daño es a día de hoy poco menos que cero.

La derrota de Hezbolá es el segundo elemento de este tablero. La intervención israelí en el sur del Líbano y, sobre todo, las operaciones de inteligencia que han acabado con la mayor parte de la cúpula de la organización terrorista, incluyendo a Hassan Nasrallah, su líder durante décadas, han debilitado extraordinariamente al grupo chií. De hecho, esa debilidad ha permitido incluso desbloquear la situación política en un país que llevaba atascado varios años en una situación que parecía irresoluble: el nuevo presidente de Líbano es un militar cercano a Estados Unidos.

La genial operación del estallido de los buscas fue ya un golpe durísimo para la organización terrorista y, además, un subidón moral para un Israel que en ese momento necesitaba éxitos militares y de inteligencia que contraponer al desastre del 7 de octubre y a las dificultades de la guerra en Gaza.

Lo ocurrido en Siria y Líbano ha cambiado el equilibro de poder en todo Oriente Medio: Irán ha perdido o ha visto cómo se diluían varios de sus grandes apoyos en la región, a través de los cuales desarrollaba su política de desestabilización y expansión en la zona. Además, sus propios reveses de seguridad –como la eliminación de Ismail Haniya en Teherán, sin ir más lejos–, el desigual intercambio de golpes con Israel y la difícil situación de un régimen rechazado por la inmensa mayoría de su población dejan a los ayatolás en una situación de debilidad que llevaban muchos años sin experimentar.

Lo que más ha cambiado: Hamás

La propia Hamás, por supuesto, es lo que más ha cambiado desde el 7 de octubre. Han sido quince meses de un desgaste durísimo con golpes propinados por tierra, mar y aire que han debilitado la estructura militar de la banda terrorista de una forma sin precedentes: decenas de miles de terroristas han sido eliminados, toneladas de armas confiscadas y cientos de kilómetros de túneles descubiertos y desmantelados.

Los analistas más optimistas creen que la capacidad de Hamás se ha reducido en un 90%, otros hablan de un porcentaje algo menos elevado, pero todos coinciden en lo fundamental: lanzar algo remotamente parecido al 7 de octubre es imposible para los terroristas ahora y lo seguirá siendo durante muchos años. De hecho, estaría en manos de Israel que la organización no pueda volver nunca a tener esa capacidad.

Eso sí, es cierto que Israel lanzó la guerra para acabar completamente con Hamás y que eso no ha ocurrido: ahí sigue la banda terrorista y, además, ahora cientos de presos –mil según algunas fuentes y hasta dos mil según otras– saldrán de las cárceles israelíes y lo previsible no es que se dediquen a los bailes regionales. Es algo que deja un sabor muy agrio para aquellos que esperábamos que, por el bien tanto de israelíes como sobre todo de palestinos, esta guerra sirviese para poner el punto y final a la criminal historia de Hamás y que Gaza pudiese librarse por fin de su feroz dictadura.

Además, para la organización islamista la recuperación será más complicada por varias razones: para empezar porque, como en el caso de Hezbolá, Israel ha eliminado a su cúpula, tanto en el interior de Gaza, donde se mató a su líder desde hacía siete años, Yaha Sinwar, como en el exterior, con la desaparición de Ismail Haniya.

Precisamente, esta muerte y buena parte de lo ocurrido en estos 15 meses de guerra han debilitado el vínculo entre terroristas y ayatolas, culminando un proceso de aislamiento que Hamás venía experimentando desde hace años y que el 7 de octubre ha incluso agrandado, a pesar de la dureza de una respuesta israelí que, más allá de las palabras y las manifestaciones callejeras, no ha despertado una oleada imparable de solidaridad entre los líderes del mundo árabe, que no han movido un dedo para ayudar a sus "hermanos palestinos".

¿Una victoria de Hamás?

Muchos se preguntarán, no obstante, por qué firma Israel un acuerdo si Hamás está así de débil y si eso no es una derrota. La razón es obvia: las decenas de secuestrados que todavía tiene en sus manos la banda terrorista estaban desgarrando la sociedad israelí, rompiendo la unidad necesaria en una situación de conflicto como la actual y representaban además un fracaso en toda regla: mientras que el resto de objetivos militares de la guerra se han ido alcanzando con un grado de cumplimiento más que aceptable, la liberación de rehenes sólo ha llegado a través de la primera de las treguas y unas pocas ocasiones aisladas.

Además, la liberación será muy lenta –42 días para las primeras 33 personas– y, como ya hemos comentado, el coste muy alto: una vez más la relación entre los rehenes que libera Hamás y los presos que tiene que soltar Israel es completamente desproporcionada.

Es también, desde luego, la constatación de que el más sucio truco de Hamás ha funcionado: el crimen de guerra –este sí– del secuestro de más de doscientos civiles ha salvado a la organización terrorista de una desaparición a la que estaba abocada si la guerra se prolongaba más.

Y también es la constatación del tremendo sacrificio que Israel está dispuesto a hacer por su gente, de la prioridad que se da a la vida de cada uno de los ciudadanos de un Estado que ha nacido precisamente para eso: para proteger a los suyos y que, 75 años después, sigue teniendo esa aspiración fundamental marcada a fuego en su carácter. Así mismo, deja claro cuál de los dos contendientes está dispuesto a hacer un esfuerzo auténtico por la paz.

Lo que ha ganado Israel

Sin embargo, aunque Israel esté haciendo un evidente sacrificio frenando ahora la guerra y Hamás logre salvar lo que ya era un match ball sobre su propia existencia, vista en conjunto la situación no es negativa para los israelíes.

Incluso sin haber acabado del todo con la banda terrorista de Gaza, Israel está mucho más seguro ahora de lo que estaba antes del 7 de octubre, para empezar porque ha neutralizado prácticamente por completo la amenaza que suponía Hamás y que, dicho sea de paso, tanto se había minusvalorado antes del gran atentado.

También se ha solucionado en buena medida el que era considerado el principal problema estratégico del país: Hezbolá está, como decíamos, muchísimo más débil, más aislada, sin poder usar Siria de base de operaciones y, esta vez sí, alejada de la frontera norte de Israel.

Y, por último, está el enfrentamiento que subyace a todos los demás: la guerra que Israel e Irán libran de una forma soterrada desde hace años y que ahora ha estado más cerca que nunca de concretarse en un conflicto directo. Aquí el resultado también es ventajoso para Israel: Irán está más aislado, ha perdido a sus principales peones y ha demostrado una debilidad que no es la mejor tarjeta de presentación en Oriente Medio. A la espera de ver si el mundo civilizado les permite hacerse con armas nucleares, lo que sería un auténtico suicidio, los ayatolas tampoco pueden presumir de una victoria.

Perspectivas de futuro

Para completar este análisis hay que tener en cuenta también las perspectivas de futuro, el escenario que se abre a partir de ahora en Oriente Medio si finalmente este acuerdo pone fin a la guerra.

Lo más incierto es la situación en la propia Gaza, ¿seguirá siendo el coto privado de Hamás? ¿Cómo se gestionará la reconstrucción que debería iniciarse una vez implementadas las diferentes fases de la tregua? Es imposible saberlo y lo único que podemos tener claro es que Israel estará mucho más enfocado de lo que estaba antes del 7 de octubre a controlar militarmente y con una inteligencia eficaz lo que ocurra dentro de la Franja e impedir que Hamás, o quien controle el territorio, se rearme.

Para ello contará, si lo necesita, con un apoyo de Estados Unidos mucho más decidido del que estaba proporcionándole la Administración Biden. Como ya hemos comentado, la vuelta de Trump a la Casa Blanca y el papel que Marco Rubio está decidido a jugar parecen garantía de un respaldo muy firme no sólo en su conflicto con Hamás, también y sobre todo con el más profundo con Irán.

Además, si la paz en Gaza se prolonga lo lógico sería que se retomasen los Acuerdos de Abraham y la paz y unas fructíferas relaciones comerciales y de inteligencia se desarrollasen entre Israel y muchos más países árabes, singularmente Arabia Saudí, que estaba a punto de firmar un pacto histórico con el Estado judío y que fue uno de los principales motivos para lanzar el atentado del 7 de octubre.

En resumen, estos 15 meses de guerra no han llevado a Oriente Medio a un escenario idílico, algo probablemente imposible en esa parte del mundo, pero si comparamos la situación de Israel tras el 7 de octubre con la actual está claro que ha logrado superar un reto que era existencial y que ha mejorado su posición estratégica. En definitiva, una vez más y a la espera de una paz definitiva, ha logrado lo que viene consiguiendo guerra tras guerra desde su fundación: comprar, a un coste terrible e injusto, unos cuantos años más de futuro.

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