
Se afirma con frecuencia en los medios de derechas que Sánchez es rehén del prófugo y acepta una y otra vez humillarse ante él. No es verdad. Puigdemont tiene más hambre que dientes y al final siempre se arruga. Por ejemplo, aunque le prometieron que lo amnistiarían, han pasado catorce meses y ahí sigue, en Bruselas, sin poder venir a España más que para subirse cinco minutos a un escenario y salir corriendo, escondiéndose como un descuidero del Ensanche. Y a pesar de eso, sigue dejándose chulear por el presidente del Gobierno. Su supuestamente firme oposición al decreto ómnibus ha quedado en que al final ha tragado con lo que le importaba más a su electorado, que era lo de los inquiniocupas. Y el aguerrido separatista cedió sin más contrapartida que la consistente en que la Mesa del Congreso tramitara la proposición no de ley de la cuestión de confianza. Ahora, eso sí, después de descafeinarla tanto que mandarle un ramo de flores a Sánchez no habría sido tan inofensivo.
Originalmente, la propuesta de Junts decía que el Congreso instaba a Sánchez a presentar la dichosa cuestión. Ahora dice que le insta a considerar la oportunidad de plantearla, conforme a la prerrogativa que tiene y sin vinculación jurídica. Pues claro que es una prerrogativa exclusiva y no hay vinculación jurídica. Eso ya lo dice la Constitución y no es necesario repetirlo. Es como si la proposición para reprobar a un ministro dijera, no que se le reprueba, sino que se insta al presidente del Gobierno a considerar, conforme a su prerrogativa exclusiva, la oportunidad de destituirle sin que tenga ninguna obligación jurídica de hacerlo.
Los de Junts han pasado por echarle tanta agua al vino, que dan ganas de votar contra ellos. Al fin y al cabo, qué sentido tiene recordarle a Sánchez que, conforme a la Constitución y en relación a la cuestión de confianza, puede hacer lo que le venga en gana. Ya hace lo que le sale de la punta de la nariz en cuestiones en que no debería, no va a ser así en otras donde legalmente tiene el derecho exclusivo a decidir.
Ya carga estar todo el día viendo a estos dos, como el dúo Pimpinela, peleándose de cara a la galería para luego saber que, detrás del escenario, se reconcilian y se achuchan, regalándose besos más apasionados que los que Bréznev le daba a Honecker. Patético resulta ver que quien más se ha creído que la comedieta iba en serio ha sido el pobre Feijóo, que ingenuamente pensó que podría entenderse con Puigdemont hasta el punto de soñar con que le haría presidente. Antes se alista el separatista a la Legión que abrirle la puerta de La Moncloa a un líder del PP. Tanto candor pone al gallego en evidencia y da un poquito de pena. Y así hasta 2027 y más allá. Que Dios nos ampare.