
Irena Sendler era polaca, era católica y tenía 29 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y los nazis ocuparon su país. Consiguió una credencial de trabajadora sanitaria para entrar en el gueto de Varsovia, donde muchos morían de tifus (la enfermedad de la que había muerto el padre de Irena) y los oficiales alemanes no tenían particular interés en exponerse. Mejor que se expusieran otros. Irena, sin ser judía, iba y venía por el gueto portando una estrella de David para no llamar la atención.
Comprendió antes que otros lo que iba a suceder. Y consideró su deber hacer todo lo posible por evitarlo. Empezó a sacar niños judíos del gueto de todas las maneras posibles. Metidos en cajas, en sacos, en la parte de atrás de una camioneta en la que llevaba un perro que ladraba fuerte cuando los alemanes se acercaban. Eso les hacía acercarse menos y de paso disimulaba el ruido que los niños pudiesen hacer, a pesar de todas las precauciones. Por ejemplo, en uno de los casos que acabarían siendo más célebres, el de Elzbieta Ficowska. Esta niña tenía cinco meses cuando una colaboradora de Irena Sendler la adormeció con un narcótico y la introdujo dentro de una caja de madera con agujeros para respirar.
La caja salió del gueto junto con un cargamento de ladrillos. Entre las ropas de la criatura, su madre había escondido una cuchara de plata con su apodo familiar y su fecha de nacimiento: 5 de enero de 1942. Durante meses, esta madre llamaba por teléfono cuando podía a la viuda católica que se hizo cargo de su hija para oírla llorar al teléfono. No volvieron a verse porque la madre no logró sobrevivir. Elzbieta sí. Se hizo famosa como "la niña de la cuchara de plata".
Fueron 2.500 niños en total los que se salvaron así. No fueron más porque algunas familias se resistían a dar ese terrible paso o a confiar en Irena Sandler, a la que estos niños conocían como Jolanta. Irena/Jolanta llevaba un minucioso registro con la esperanza de posibilitar reencuentros familiares después de la guerra. Esos registros estaban en dos botes de cristal que la joven polaca enterró en el jardín de una vecina.
En 1943, Irena/Jolanta fue descubierta y arrestada por la Gestapo. La torturaron brutalmente —le rompieron los pies y las piernas— pero no lograron que revelara ni los nombres de sus colaboradores, ni los de los niños, ni dónde habían ido estos a parar. Esperaron pacientemente que se recuperara de los efectos de la tortura para condenarla a muerte. Cuando su ejecución ya parecía inminente, un soldado alemán la retrasó. Se llevó a Irena aparte con la excusa de "interrogarla un poco más a fondo", pero al salir le dijo en polaco que corriera. Que huyera. No es que este soldado alemán fuese un héroe, no se vayan ustedes a creer. Le había sobornado la organización judía Zegota (rescate) para hacer eso y para que el nombre de Irena apareciera en la lista de ejecutados al día siguiente. Ella se refugió en una identidad falsa hasta el final de la guerra, que es cuando al fin pudo desenterrar los botes de cristal con los nombres de los niños y de sus familias. Sólo para comprobar que la mayoría ya no tenían familia. Que sus padres y madres estaban muertos. Empezó entonces la ingente tarea de buscarles padres adoptivos y casas de acogida. Muchos no tuvieron otro sitio a donde ir que al entonces mandato británico de Palestina.
Por cierto, Irena Sendler salió del fuego para caer en las brasas. Si con los nazis lo había pasado mal, con los soviéticos no lo pasó mucho mejor. El hostigamiento al que la sometieron le hizo dar a luz prematuramente a su primer hijo, que murió a las dos semanas de nacer. Sus dos hijos que sí salieron adelante enfrentaron represalias de todo tipo y serias dificultades para recibir una educación.
En 2006, Irena Sendler fue propuesta para el Premio Nobel de la Paz. No lo obtuvo. Ese año se lo dieron a Al Gore por su campaña contra el calentamiento global. Sin quitar mérito a nadie, juzguen, comparen y pregúntense por qué siempre pasa lo mismo.
Y la próxima vez que reciban una invitación para el 8M, dediquen un pensamiento a mujeres como Irena Sendler. O como Shiri Bibas, asesinada por Hamás junto con sus niños Ariel y Kfir. Lo peor que les puede pasar si se acuerdan de las mujeres violadas, mutiladas y muertas el 7 de Octubre es que les echen de la manifestación. Hay quien ha corrido riesgos mucho mayores.