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Del 11-M a la DANA, pasando por el Covid

El socialismo se ha caracterizado por reaccionar ante la desgracia haciendo lo posible para sacar partido de ella.

El socialismo se ha caracterizado por reaccionar ante la desgracia haciendo lo posible para sacar partido de ella.
Europa Press

Las personas normales, los seres humanos con sentimientos, con corazón, con eso, humanidad, reaccionan a la desgracia ajena experimentando sensaciones como la pena, la solidaridad, la amargura o la pesadumbre.

No estoy yo en disposición de aseverar que los socialistas, la izquierda en general, no compartan estos sentimientos ante la catástrofe, pero la historia de España, y en especial la historia más reciente, nos demuestra que el socialismo se ha caracterizado por reaccionar ante la desgracia haciendo lo posible para sacar partido de ella.

En estos días, mientras cumplíamos y celebrábamos el primer cuarto de siglo del Grupo Libertad Digital, también se nos colaba el aniversario, vigesimoprimero en concreto, de la masacre del 11-M, el 11 de marzo de 2004. Me sorprendió hace unos días, en una pequeña entrevista que tuve la oportunidad de hacerle, don Jaime Mayor Oreja, corroborando con la misma naturalidad que rotundidad, que el 11-M no fue un atentado islamista, según le había confirmado a él, a su vez, un ministro marroquí.

En todo caso, don Jaime coincidía conmigo en que lo que pasó durante los tres días siguientes al atentado cambió la historia presente de nuestro país, gracias al giro con el que la habitual habilidad socialista y de la izquierda para el marketing político, pero también para la manipulación y la jibarización de las conciencias más débiles, torció la inequívoca voluntad popular que, hasta ese jueves, era la de continuar por la senda que había procurado valor, prosperidad y crecimiento a este país, con los gobiernos de José María Aznar.

Desde que estalló la primera bomba en Madrid, el PSOE y la izquierda comenzaron a trabajar para utilizar aquella repugnante desgracia en su propio beneficio político, en la primera gran campaña de redes sociales, incluso antes de que éstas se popularizaran en España, vía SMS. A alguien, a muchos en el PSOE, no les importaron los muertos en ese momento, ni las familias, ni las vidas truncadas.

Se trataba de aprovechar las alianzas internacionales del gobierno Aznar; los fallos iniciales de comunicación del Ejecutivo, que atribuyó la matanza a ETA antes de tener todos los datos, tal y como hicimos, por cierto, todos los españoles, como era lógico; y por supuesto, el propio atentado, para que el PP perdiera las elecciones que estaban convocadas tres días después. Y así fue. La mayor matanza en España tras la Guerra Civil se saldaba con una victoria de la izquierda, con un vuelco electoral que modificaba la clara condición de favorito del PP para ganar las elecciones con mayoría absoluta. La izquierda lo había vuelto a hacer con unas elecciones, como aquellas del 12 de abril de 1931.

Ya casi se nos ha olvidado todo aquello, aquella flagrante agresión contra la voluntad popular tan sólo comparable a la proclamación de la Segunda República a consecuencia de unas elecciones municipales que habían ganado los partidos monárquicos, con la excusa de que los republicanos se habían impuesto en las grandes ciudades.

Pero en octubre del pasado año 2024, el PSOE volvió a poner en marcha la maquinaria para el aprovechamiento político de la desgracia. La DANA que azotó España provocó cientos de muertos en Valencia. El PP de Mazón en Valencia y de Feijoó en Madrid reaccionó huyendo de la confrontación política, pero desde el minuto 1, el PSOE vio en la desgracia, en la destrucción y en la muerte una oportunidad política. Han pasado los meses y yo sigo sin saber por qué el presidente de la Comunidad Valenciana tenía la obligación de acudir a determinada hora al CECOPI, donde ya estaban sus representantes, pero el del Gobierno de España no tenía ninguna obligación, ni siquiera la de suspender el viaje que desarrollaba fuera de nuestro país. Y ese relato, trazado desde el primer momento por la izquierda, es el que se ha impuesto, hasta el punto de que casi nadie pide explicaciones ni responsabilidades a Pedro I El Falso-Pedro Chapote, pero todo el mundo, incluso los suyos, de manera más o menos notoria, sí se las exigen a Carlos Mazón.

En mitad del terrible aniversario del 11-M y de la intensificación de la caza a Mazón por parte de los lacayos de quien ese día ni siquiera se dignó a volver a España, se han cumplido cinco años desde la llegada del Covid-19. Y el PSOE ha reaccionado con otra nueva estrategia de utilización del dolor, montando una campaña en la que el mensaje es que lo más grave que sucedió en España fue que murieron ancianos en las residencias de Madrid y que la culpa fue de Ayuso.

Poco importa que esas residencias fueran responsabilidad del ministerio que encabezaba Pablo Iglesias, en algunos ambientes conocido como el Coletavirus; que en aquellos días nadie, ni en Madrid ni en el mundo, supiera cómo tratar inicialmente a los afectados; que hubiera muertes en similares proporciones en el resto de España y en mucha más proporción en otras comunidades; y que Madrid fuera un ejemplo en determinados aspectos, como la construcción del Hospital Isabel Zendal.

El PSOE ha exhibido un miserable y vomitivo vídeo en el que la sensación es la de que sólo en Madrid murieron personas y que la culpable única fue la presidente de la comunidad; e incluso una destacada miembro del Partido Sanchista, Reyes Maroto, Navajita Plateá, ha acusado a Díaz Ayuso nada menos que del asesinato de esas personas mayores, es de suponer, que en connivencia con los sanitarios que atendían dichos centros, porque claro, Ayuso no lo iba a hacer ella sola.

Habrá quien piense que es casualidad, pero la poco confortable realidad, la verdad incómoda, ésa que te supone presiones, llamadas de teléfono y peticiones de explicación, nos lleva a constatar que, detrás de cualquier desgracia humana en los últimos años en este país, está el PSOE montando una estrategia para obtener rédito político; un comportamiento reservado exclusivamente a las mentes más desalmadas y a los corazones más descarnados. No puedo evitar sentir mucho asco cuando pienso en todo esto.

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