
En 1939, Churchill dijo de Rusia que era un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Hoy, es Trump el imprevisible. Especialmente, en cuanto a Ucrania. No sabemos si tiene un plan y en qué consiste. Ignoramos si está dispuesto a dar todo lo que Putin pida o sólo una parte y a cambio de qué. Con el ruso, sucede lo mismo. Desconocemos con qué se conformaría, si le bastaría anexionarse el territorio ocupado o insistiría en quedarse con la totalidad de las provincias de las que hoy sólo posee en parte. O quizá no quiera parar hasta imponer en Kiev un gobierno títere. Rusia es una dictadura y es normal en ella la opacidad. Estados Unidos ha caído en manos de un ególatra narcisista y ni siquiera él sabe bien lo que quiere. Sin embargo, lo desconcertante respecto a Ucrania es que lo enigmático alcanza incluso a los europeos.
Cuando Keir Starmer propuso reunir una fuerza europea que vigilara la observancia del alto el fuego que tal vez pactaran Zelensky y Putin con la intermediación de Trump, el canciller alemán se quejó, con razón, de que la propuesta era prematura. Sin embargo, Emmanuel Macron abrazó la idea con entusiasmo. Los rusos se apresuraron a advertir de que no tolerarían tropas de la OTAN en Ucrania ni siquiera bajo la forma de fuerzas de paz. Starmer, no obstante, sigue insistiendo en la idea y hoy parece que está pensando en que esas tropas se desplieguen en el interior, no en la línea del frente. Y su función no sería el mantenimiento de la paz, sino el asesoramiento y entrenamiento del ejército ucraniano. Para eso, no hay necesidad de esperar a ningún alto el fuego. Y el despliegue sigue en pañales. Por otra parte, si el Kremlin no toleraría una fuerza de paz europea, mucho menos aceptaría la nueva versión de Starmer. En estas condiciones, más bien parece que el primer ministro británico, obrando de consuno con el presidente francés, está saboteando el esfuerzo de alcanzar un alto el fuego emprendido por Washington, sin intención real de comprometer por ahora fuerza alguna.
No tendría nada de particular, pues los europeos no podemos permitirnos una derrota de Ucrania sin que de alguna manera los vencidos seamos también nosotros. Pero, si es verdad que nuestro deseo es que Ucrania continúe la lucha, ¿por qué no hacemos más? La ayuda estadounidense, aprobada por Biden, está a punto de agotarse y no es probable que Trump autorice otro paquete. Debemos ser los europeos los que tapen el hueco y, sin embargo, ni siquiera tenemos en nuestros arsenales la cantidad de armas que necesita Ucrania. A corto plazo, no tendríamos más remedio que comprarlas en Estados Unidos. Pero no hacemos nada. No entregamos las armas que tenemos. No fabricamos más. No las compramos en ningún mercado. Ni siquiera amonestamos a los dirigentes que, como nuestro Sánchez, se niegan a gastar más en Defensa. Parece como si estuviéramos convencidos de que lo de Trump es una broma y que en poco tiempo la ayuda desde el otro lado del Atlántico volverá a fluir con regularidad. Y es posible que acabe siendo así, pero no deberíamos fiarlo todo a tan improbable futurible. También podría ser que británicos y franceses confían genuinamente en que Trump conseguirá la paz, pero entonces no tiene sentido que estemos boicoteando sus esfuerzos. Es todo un gran enigma.