
Extremadura se prepara para la gran batalla nuclear; empiezan a levantarse las voces de agricultores y ganaderos que ven como los sagrados terrenos agrícolas de las provincias más fértiles de España son invadidos por bosques tecnológicos de espejos solares que crecen paralelamente al desmantelamiento de la central nuclear de Almaraz.
Cargados de razón, algunos ganaderos van poniendo el grito en el cielo advirtiendo sobre el crecimiento de paneles solares que no solo invaden, sino que inutilizan las tierras de cultivo y los pastizales de aprovechamiento ganadero. Si nada frena de manera inmediata al fanatismo antinuclear socialista, el deterioro natural será definitivo e irreparable.
En Castilla-La Mancha, hermana ambiental de su inmediata vecina Extremadura, no se pudo evitar que las destructoras "huertas solares" invadieran ecosistemas agrarios que deberían considerarse sagrados, como algunos de los mejores olivares –¿verdad, Almodóvar del Campo?–. En Extremadura vamos aún más allá en la fiebre del fanatismo antinatura, porque el peligro de las huertas solares se extiende como una sombra sobre la dehesa.
La dehesa, ni me la toquen
A lo largo de mi trayectoria profesional como biólogo y como profesor, he visto cómo desde los poderes oficiales responsables de la llamada "transición ecológica" se han realizado intentos denodados para trastornar las realidades biológicas convirtiéndolas en dogmas del "progresismo", pero la dehesa que no osen tocármela.
Porque la dehesa responde a los esfuerzos que desarrollaron en siglos pasados hombres menos tecnificados, pero más sabios y desde luego más naturalistas que estos actuales seguidores de Al Gore y sus apóstoles del cambio climático.
La dehesa es una sabana humanizada donde la tala del encinar para el carboneo y la obtención de leña o la construcción naval se realizó de manera tan prudente que evitó la extinción del ecosistema de bosque mediterráneo para convertirlo en una gran llanura arbolada parecida a dos biomas africanos: la estepa arbustiva y la sabana verdadera.
Verdaderamente, aquellos agricultores y ganaderos de hace varios siglos tuvieron una visión de futuro que podemos calificar de genial: los árboles supervivientes, Quercus como la encina, el quejigo, el roble o el alcornoque, sembraron con sus bellotas la llanura circundante y permitieron un sistema de ganadería extensiva que se convertiría en el paraíso del cerdo ibérico, el más próximo pariente porcino del jabalí, o de razas vacunas de crecimiento en régimen extensivo, entre los que destaca el toro de lidia.
No nos engañemos: la dehesa es producto del hombre rural y de su conocimiento del campo y de su producción. Burócratas, ecologistas de salón y dictadores de normas para la transición ecológica a la ruina: hagan el favor de abstenerse.
Pero hay otras facetas de este ecosistema que no podemos olvidar y que podríamos definir como referentes a la biodiversidad europea; la dehesa alberga una fauna riquísima, y no sólo hablamos de la ibérica, sino también de los componentes invernantes de la avifauna europea que acuden a la dehesa para pasar el invierno antes de regresar a sus cuarteles de cría del norte de Europa. Quien se haya deleitado con el espectáculo aéreo de las formaciones de grullas emigrantes sabrá bien de lo que estamos hablando.
Pero esas poblaciones de grullas siberianas, y tantas otras especies de aves migratorias que cruzan los cielos en busca de descanso y alimento en la dehesa, se van a encontrar pronto cono todo un bosque de espantapájaros refulgentes: las huertas solares, que con tanta razón están alarmando a los ganaderos extremeños vecinos de Almaraz.
Nada parece capaz de frenar el fanatismo antinuclear de nuestro Gobierno, por mucha dificultad que presente la labor de justificar ante Europa las razones de esa fiebre, que ya ha pasado de moda en el resto del Continente, por kilovatios que podrían obtenerse de manera mucho menos agresiva para la Madre Tierra; y no hablamos sólo de energía nuclear, es sencillamente un disparate.
Un disparate que supone además emprender un camino sin retorno, porque el suelo agredido no se recuperará en siglos, cuando la obsolescencia de las plantas solares, sumada a la de las torres de "molinazos", haga necesaria su desmantelamiento y retirada, soñaremos entonces con reciclajes imposibles; pero las cicatrices en el suelo productivo herido por el "ecologismo" equivocado quedarán como testigo implacable de la locura de una generación que se quemó, como Icaro, en busca de una fuente de energía inagotable.
Así que lo del carácter sagrado que algunas civilizaciones han adjudicado a la Pacha Mama, para nosotros Madre Tierra, no iba nada desencaminado.
Políticos socialistas: rectifiquen sobre el cierre de Almaraz. Aún estamos a tiempo.
Miguel del Pino, Catedrático de Ciencias Naturales.