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El tapado

Estamos como el enfermo desahuciado a la espera de que la medicina descubra algún remedio a nuestro mal antes de que éste acabe con nosotros.

Estamos como el enfermo desahuciado a la espera de que la medicina descubra algún remedio a nuestro mal antes de que éste acabe con nosotros.
Felipe González niega que esté contra Sánchez: "No me da tiempo a adaptarme a sus cambios" | LD/Agencias

En algún momento, durante esta crisis de escándalos, le preguntaron a Felipe González si tenía en mente a alguien que pudiera suceder a Sánchez y dijo que sí. No dio su nombre porque, de hacerlo, el elegido acabaría muerto. Pero, la pregunta no es quién pueda ser, que todo militante lleva en su macuto la garrota de secretario general, como los soldados de Napoleón llevaban el bastón de mariscal. La pregunta clave es cómo. ¿Puede una conspiración muñida por el gatazo tontiastuto triunfar? ¿O no será que, como le pasa a Esperanza Aguirre, Felipe tiene mono de foco y nada más?

Aceptemos que González es una persona seria y creamos que efectivamente tiene un plan. Para apear a Sánchez de la presidencia del Gobierno sin contar con su voluntad hace falta una moción de censura. Puede intentarse antes quitarlo de la secretaría general, pero eso se figura imposible mientras tenga la presidencia del Gobierno y, por tanto, el poder. Y, para ganarle una moción de censura, hay que tener a un candidato que, aparte de que el PP esté dispuesto a investirlo, hace falta que lo vote un tercio de los diputados del Grupo Socialista. Siempre que, como con seguridad querrá el tapado, no se pueda contar con Vox. De los demás, nacionalistas y comunistas, nadie colaborará pues son más sanchistas que Begoña. Y, cuánto más débil se vea Sánchez, más sanchistas serán. Ha sido precisamente la disposición del presidente a transigir con cualquier disparate que le pidan lo que ha hecho que el PSOE se mueva, si es que es verdad que lo está haciendo.

La probabilidad de que González convenza a cuarenta diputados socialistas para que se rebelen contra Sánchez es escasa. Los parlamentarios silentes socialistas fueron escogidos personalmente por Sánchez en consideración a su lealtad y falta de oportunidades laborales para garantizarse que, por perjudicial que sea a los intereses de España, votarían siempre lo que les propusiera el sátrapa. Pero, como lo que hace Sánchez es comprar voluntades, no se puede descartar que algunos de ellos se arriesguen a venderse a un mejor postor, si González acierta a tocar su fibra sensible, a la altura del bolsillo interior de la chaqueta, allí donde está casualmente el corazón.

El silencio que se ha impuesto Sánchez revela miedo. Y el miedo en el líder es muy malo cuando se trata de conservar la lealtad de las tropas si éstas son mercenarias. Si la soldadesca barrunta un cambio de condottiero, los otrora fieles huirán a jurar lealtad al nuevo jefe para tratar de conservar la soldada. Pero, claro, para que pase eso tiene que ser evidente que la conspiración tendrá éxito. Y eso está todavía muy lejos de ser así.

Emiliano García-Page sugería que los socialistas con poder local no quieren verse arrastrados por la vorágine de escándalos en la que está inmerso el PSOE y ha exigido adelantar las elecciones generales. Está bien, pero el poder local socialista carece de instrumentos para forzar nada. De modo que volvemos al punto de partido. La llave está en el Grupo Parlamentario. Y ahí todavía no se ha oído ni siquiera una leve brisa soplar entre los escaños, mucho menos un ruido de sables o el vuelo de alguna navaja.

En fin, que estamos como el enfermo desahuciado a la espera de que la medicina descubra algún remedio a nuestro mal antes de que éste acabe con nosotros. El doctor que nos trata es Felipe González. Y el residente que le acompaña es García-Page. Cada cual que espere lo que quiera, pero, por el momento, más vale no apostar.

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