
El presidente Pedro Sánchez repitió hasta diez veces la expresión "emergencia climática" para culpar al cambio climático de los incendios, mientras la ciencia y los datos oficiales señalan al abandono del monte, la acumulación de biomasa y la gestión deficiente como las verdaderas causas.
Sánchez, en su visita al Centro de Coordinación Operativo Contraincendios de Orense, aseguró que "la emergencia climática desola el mundo y es cada vez más acelerada, más grave y más asidua, sobre todo en lugares como la península ibérica".
En apenas cinco minutos del discurso, mencionó una decena de veces la misma idea: el cambio climático como culpable de los incendios. Pero los datos técnicos y los informes de especialistas desmontan esa versión que suena más a propaganda que a ciencia, pese a que la invoque en cinco ocasiones.
Un relato político contra la evidencia
Sánchez recordó que "la primera medida que tomó el Gobierno en 2018 fue declarar la emergencia climática en todo el Estado", y ahora promete un "gran pacto de Estado por la mitigación y la adaptación a la emergencia climática del país". El problema es que, como ya advertían tras los incendios de 2022 los geólogos Enrique Ortega Gironés y José Antonio Sáenz de Santa María Benedet, el calentamiento global se ha convertido en un comodín multiusos para justificar deficiencias en el cuidado de la naturaleza.
Ambos científicos cuentan con más de cuatro décadas de experiencia en geología aplicada, minería y recursos estratégicos. Su diagnóstico aporta el contraste científico necesario frente al discurso político: los incendios no se explican por el clima, sino por la gestión del territorio.
La realidad, más incómoda para el Gobierno, es que el 95% de los fuegos en España tiene origen humano —negligencia, descuido o intencionalidad— y solo un 5% responde a causas naturales como los rayos. No existe correlación clara entre el aumento de temperaturas y la frecuencia de incendios, mientras sí la hay con la despoblación rural, el abandono de la ganadería extensiva y la acumulación de combustible vegetal.
El monte abandonado: una bomba de biomasa
El Doctor Antonio Pulido, ingeniero técnico forestal, ingeniero de montes y doctor en Diversidad Biológica y Medio Ambiente, lo resume con crudeza: "en apenas medio siglo se ha pasado de proteger los montes frente a la deforestación secular al colapso por la inacción".
Los montes españoles pueden llegar a acumular hasta 40 toneladas de biomasa por hectárea en algunas áreas: un polvorín que no genera más incendios, pero sí fuegos más intensos en un paisaje cada vez más cerrado y cargado de combustible. La paradoja es económica: "apagar una hectárea cuesta 20.000 euros", recordaba la consejera de Desarrollo Sostenible de Castilla-La Mancha Mercedes Gómez, mientras se gasta en extinción lo que no se invierte en prevención.
Si el presidente Sánchez escuchara a los científicos a los que tanto apela, comprendería que esos recursos serían mucho más eficaces en gestión forestal: permitirían generar empleo rural estable y reducir el riesgo antes de que aparezca la chispa.
La trampa de los datos y la memoria selectiva
En 2022, España también vivió un terrible panorama de incendios. Entonces, como ahora, se culpó al "maligno cambio climático". Sin embargo, ese mismo año los geólogos Ortega Gironés y Sáenz de Santa María Benedet desmontaron la supuesta excepcionalidad: "Durante el último tercio del pasado siglo, cuando el calentamiento global aún no estaba de moda… los incendios fueron mucho más numerosos y virulentos que en la actualidad".
Según los datos oficiales que recopilaron, en los años 80 y 90 se superaban los 25.000 incendios anuales, frente a los 9.000 o 10.000 actuales. En 1994, con una ola de calor temprana, ardieron 335.000 hectáreas, muy por encima de las cifras de los últimos veranos y de las que llevamos este año.
La propia estadística oficial del MITECO confirma que los incendios de 2025 no son anómalos, aunque la propaganda los presente como prueba irrefutable del apocalipsis climático. El relato político selecciona datos parciales para reforzar un discurso ideológico, pero la serie histórica es tozuda: no hay un repunte sostenido que pueda atribuirse al clima.
Emergencia climática… ¿o emergencia de gestión?
Cuando Sánchez afirma que "tenemos que anticipar una mejor respuesta ante el agravamiento y la aceleración de los efectos de la emergencia climática", oculta que la verdadera aceleración es la del abandono forestal.
La despoblación ha dejado montes sin pastoreo, sin aprovechamiento maderero y sin limpieza de sotobosque. Como recuerda el Doctor Pulido en sus declaraciones a este medio, "el bosque era más fácil de proteger porque estaba más fragmentado; con el éxodo rural, ha conquistado los pastizales y los campos abandonados y se ha convertido en grandes matorrales continuos".
Por su parte, los geólogos Enrique Ortega Gironés y Sáenz de Santa María Benedet, ya advirtieron en 2022 que "son las políticas forestales mal concebidas y ejecutadas las que han conducido a la situación actual", mientras se esconde la incapacidad política tras el comodín del clima.
Propaganda contra soluciones reales
El Gobierno —o más bien Pedro Sánchez— promete pactos climáticos, pero evita lo esencial: las medidas incómodas que expertos y científicos llevan años reclamando:
- Impulsar la ganadería extensiva como cortafuegos natural.
- Fomentar la selvicultura y el aprovechamiento forestal sostenible.
- Reducir la burocracia que bloquea actuaciones preventivas en parques y espacios protegidos.
- Reorientar el gasto de extinción hacia empleo rural y prevención.
Como recuerda el Doctor Pulido, "no hay política forestal efectiva al margen del principio de la persistencia", un recordatorio de que la prevención exige constancia, planificación y continuidad, no parches coyunturales ni grandes pactos de papel.
Pero en lugar de afrontar estas soluciones, el discurso oficial repite que "la emergencia climática desola el mundo", como si la letanía bastara para disipar el humo que asfixia a Galicia, Castilla y León u Orense. Los incendios de este verano no son prueba de la "emergencia climática", sino del fracaso de una política forestal que ha dejado al monte a su suerte.
Sánchez prefiere situar el debate en el terreno abstracto del clima porque es más cómodo culpar a un fenómeno global que asumir responsabilidades. Pero los datos son claros: no arde el clima, arde la dejadez política.


