
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lleva camino de pulverizar todos los récords en materia de indecencia política, indignidad institucional e infamia moral. Su hermano será juzgado por tráfico de influencias y su esposa, Begoña Gómez, por malversación. Hay que remitirse a los regímenes comunistas más delirantes y a las repúblicas bananeras más bestias para encontrar casos de familias tan desahogadas como la de nuestro amado líder.
El compositor y la "catedrática" deberán responder a la pregunta de si su condición de hermano y de pareja del dirigente socialista ha sido determinante en sus actividades particulares. La respuesta suele ser siempre la misma. Auténticas nulidades aseguran que sin enchufe sus carreras habrían sido mejores, que tener un hermano, un padre o un cuñado sobresaliente les ha perjudicado.
Está claro. La Danza de las Chirimoyas habría facturado más que la Macarena de Los del Río de no haber sido por la circunstancia de que el hermano del autor de semejante joya musical es Pedro Sánchez. Y qué decir de la carrera académica de Begoña Gómez, una autoridad internacional en la captación de fondos y la transformación social competitiva. Es más, si no fuera porque su marido es Pedro Sánchez ahora nadie le estaría dando la tabarra con los burdeles y las saunas.
Las dificultades judiciales de David Sánchez y Begoña Gómez tienen que ver con la concepción socialista del poder, con el abuso de las prerrogativas de los cargos, ya sean de partido o públicos. En manos de Sánchez, igual que lo fue en manos de Zapatero y de González, la presidencia del Gobierno es la representación de un poder omnímodo y que además pertenece por derecho natural al titular de la secretaría general del partido.
Eso explica el sincero estupor de Sánchez y sus ministros ante hechos como el encarcelamiento de Cerdán y los procesamientos de Ábalos, el fiscal general, el hermano y la esposa. No se pueden creer que haya jueces tan osados como para hurgar en sus negocios. No lo entienden y, sobre todo, no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados. Sánchez hará todo lo que esté en su mano para impedir que su mujer se tenga que sentar en un banquillo bajo la atenta mirada de los nueve miembros de un jurado popular. Pero si ese juicio no se celebra es que España habrá dejado definitivamente de ser una democracia.
