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Federico Jiménez Losantos

María Corina Machado, la mujer más libre del mundo

Premiar a María Corina era reconocer una epopeya moral, la del pueblo venezolano buscando su libertad, y la mujer admirable que la guía.

Fotografía de archivo del 13 de julio de 2024 de la lÍder opositora, María Corina Machado saludando a simpatizantes durante un evento en Valencia, estado de Carabobo (Venezuela). | EFE

Hay premios que honran a los que se otorgan y hay premiados que dignifican el premio que reciben. Durante muchos años se esperó que le dieran el Premio Vargas Llosa al Nobel de Literatura, hasta que al final no tuvieron más remedio que aceptarlo. Y aún debería ser mayor la gratitud de los que dan ese premio cuando lo acepta y agradece una persona, una figura política, un símbolo moral universal de resistencia contra la tiranía. Y eso es María Corina Machado, eso se ha premiado, eso se agradece y eso se teme. Porque los tiranos, cuando de pronto se iluminan los rincones de sus sucias celdas, cuando la cara del torturador es la del Capo del Narcoestado, cuando los maquilladores de sus crímenes salen con los bolsillos boca abajo, cuando todos los miserables están retratados, temen, odian esa luz.

El famoso precedente de Le Duc Tho

Hubo una época en la que el Premio Nobel de la Paz celebraba sólo la firma de algún tratado de gran resonancia mediática, como el del final de la guerra de Vietnam, con la victoria del comunismo, en 1973. Ese año, junto a Henry Kissinger, entre Hollywood y la ONU, salió de la sombra, sólo por un momento, Le Duc Tho, jefe de la diplomacia del Vietcong, no ministro de exteriores (era Xuan Thuy). Y si Dear Henry aceptó encantado el Premio, él lo rechazó, como Sartre el muy inmerecido de Literatura. A la izquierda le encanta rechazar el Oscar y el Nobel, para mostrar que, por encima de esas vanidades burguesas y reaccionarias está… su soberbia. Tienen más publicidad rechazándolo que aceptándolo, por eso obran así.

Aquella fue quizás la primera vez, tras la concesión del Nobel de Literatura a Churchill, muy merecido si no hubiera sido de literatura, que, en la opinión pública internacional, que a diario desayunaba con terribles noticias e imágenes de Vietnam, siempre se debatió sobre el Nobel de la Paz, entre los cuáqueros y los marines. Y ha cotizado de forma variable en las quinielas de la publicidad política. Pero casi siempre ligado a los USA.

Como Trump y Netanyahu ahora en Gaza, Kissinger y Le Duc Tho siguieron negociando en secreto el verdadero final de la guerra, mientras los bombardeos, al Norte y al Sur, continuaban. El eclipse del vietnamita de las luces del Nobel le favorecía en la negociación, y, sobre todo, mostraba una cautela justificadísima en los regímenes comunistas de la época. En la China de Mao, segundo padrino militar del Vietcong, después de Moscú, la "Revolución Cultural" masacraba a los cuadros más populares del PCCh (el padre de Xi Jinping). Las "masas" que vejaban, apaleaban o asesinaban a profesores y políticos, eran el Ejército de Lin Piao y los guardias rojos de Mao, su esposa Chiang Ching y la Banda de los Cuatro de Shangai. Todo brillo era sospechoso, como comprobó la bella y elegante esposa de Liu Shao Shi. Y Le Duc Tho, fundador del Vietminh contra Francia y luego del Vietcong, veteranísimo comunista, supo esconderse en la oscuridad. Nunca disputó el liderazgo a Ho Chi Minh y murió, felizmente olvidado, en 1990.

La noticia del premio en vivo y en directo

Cuando en la fiesta de aniversario de los 25 años del grupo Libertad Digital le dimos a María Corina, por unanimidad, el premio especial a la figura que mejor simboliza la lucha eterna de los liberales contra la tiranía, sabíamos que no podría venir a España a recogerlo. Pero nos bastaba saber que, en algún momento, en algún lugar de Venezuela, conocería la noticia y le alegraría una de sus jornadas heroicas, oscuras y, al caer la tarde, tristes. Nos sorprendió que, gracias a la ayuda de un grupo de jóvenes realmente admirables que se jugaron la vida junto a ella y siguen en la misma lucha, pudiera enviar un mensaje de agradecimiento y de mutuo apoyo, porque si nosotros queríamos apoyarla públicamente, a ella y a su causa, también ella nos apoyaba a nosotros para que, en esa misma causa, no desfalleciéramos.

Yo no sé lo que a ella le animó recibir el premio, grabar el mensaje y saber que lo habíamos recibido. Pero sí sé que para las tres generaciones liberales que el Grupo Libertad Digital ha agavillado en estos 25 años, su mensaje nos ataba a un compromiso moral, ideológico y político. Nadie, al verlo, podría pasarse a las filas del socialismo, del siglo XXI o del XIX, sin sentirse dentro de una enorme, maloliente y repugnante bolsa de basura. No es posible ensuciarse viendo la camiseta blanca de María Corina Machado. Aquel acto y aquel mensaje, estarán siempre en nuestra memoria.

Pero estábamos esperando el anuncio del Premio Nobel de la Paz, a las 11 de la mañana y en plena Crónica Rosa, cuando Rosana Laviada abrió la puerta y con una sonrisa de oreja a oreja, vino a decirme al oído:

- ¡Le han dado el Nobel de la Paz a María Corina Machado!

Y yo, tras una seña a Maite Toribio para que abriera el micro, dije, tirando de anglicismo, como en los Oscar:

-¡Atención! ¡El nobel de la Paz es para… ¡María Corina Machado!

Y en el estudio sonó un aullido atónito, infantil, de llanto y sonrisa:

-¡¡¡¡Bieeennnn!!!!

¿Qué saludábamos, de qué nos felicitábamos, qué nos hacía felices? El reconocimiento universal de un mérito indiscutible, pero que, en ese momento, nadie esperaba. Lo de Trump hubiera estado bien para fastidiar a la basura progre, que llevaba dos meses de rabiosa propaganda antisemita, desde la Vuelta Ciclista a la Flotilla Pesadilla y que, a través del Tucán de Fene, había condenado ya el acuerdo de paz impuesto por Trump en Gaza. Pero premiar a María Corina iba más allá de la política, era reconocer una epopeya moral, la del pueblo venezolano buscando su libertad, y la mujer admirable que la guía: María Corina Machado. ¡Nuestra María Corina!

El premio ha irritado de forma híspida, epiléptica, casi ridícula, a todos los enemigos de la Libertad, desde el Gobierno Sánchez, que se ha negado a felicitar a María Corina, al mejicano de Vinagre Sheinbaum, que dijo que "prefería no comentar nada". Pablo Iglesias, mostrando una clara degeneración neurocerebral, sin duda favorecida por su lepra moral, dice que María Corina lleva años intentando un golpe de Estado (¡y ganó las elecciones abrumadoramente!) y que, ya puestos podrían haber premiado a Trump o a Hitler, a título póstumo. Quiere dar clases y ya sólo da arcadas.

El desmochado Koleta Borroka, empleado de los ayatolás y del narco bolivariano, eterno admirador de las pistolas de la ETA y vicepresidente sesteante del gobierno, pudo ser todo en política y ya no es nada. A María Corina quieren reducirla a la nada y lo es todo. No le dejaron presentarse a las elecciones y hasta le robaron la victoria a Edmundo González, que era la suya, pero sigue en la clandestinidad luchando por su pueblo. El marqués de Galapagar rabia de celos, y aún le duele el patadón electoral de Ayuso.

La mujer libre en su cárcel

¿Puede ser la mujer más libre del mundo alguien que vive encerrada en un rincón oculto de cualquier casa sin comodidad alguna, pendiente de cambiar continuamente de escondite, entregada a la disciplina de no saber nada de su mañana, para poder seguir soñando el mañana de los demás? Puede, pero entregando al afán de libertad de Venezuela su propia libertad.

Como católica, o simplemente como devota de la lengua española, María Corina leerá Las Moradas o Castillo Interior, de Santa Teresa, esa crónica de un viaje a los entresijos del alma, la búsqueda de un destino que se oculta al mostrarse, de un encuentro en el extravío, de una pérdida que es la cifra de la salvación. En esa esclavitud voluntaria de la fe es donde María Corina se siente más libre, a solas en su interior, donde no hay nadie, sino todos, justo donde todos los dones del bien están cercados por el mal. Y, de pronto, llega una luz, la luz, y el mal ya es sólo una ventana al bien. Y la mujer más libre del mundo nos mira, la miramos, y, ah, con cuánto amor.

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