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Agapito Maestre

La vejez sin futuro

El terrible virus nos ha borrado la risa de nuestras caras y ha tocado el final del partido de cientos de miles de ancianos. La vejez, esa prórroga roñosa de la vida, ha sido acortada de forma brutal e inesperada.

El terrible virus nos ha borrado la risa de nuestras caras y ha tocado el final del partido de cientos de miles de ancianos. La vejez, esa prórroga roñosa de la vida, ha sido acortada de forma brutal e inesperada.
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La Covid-19 ha golpeado sin piedad a los mayores y deja a las nuevas generaciones sumidas en un futuro oscuro. Pero no seamos fatalistas. Tomemos la cosa con distancia e ironía. La vejez siempre existirá. No caigamos en las hipérboles de los críticos de la efebocracia globalizadora: "hoy hay viejos pero mañana desaparecerán". Aunque confío en la facultad de mejora de la especie humana, no puedo dejar de preguntarme: ¿conseguirán los jóvenes de hoy alcanzar la edad de nuestros ancianos? ¡Quién lo sabe! Ojalá me equivoque, pero la información que extraigo del combate contra el coronavirus 19 no es para tirar cohetes. El terrible virus nos ha borrado la risa de nuestras caras y ha tocado el final del partido de cientos de miles de ancianos. La vejez, esa prórroga roñosa de la vida, ha sido acortada de forma brutal e inesperada.

El hachazo a la vida tiene su mejor reflejo en un dato estadístico. La "esperanza de vida", sí, no es una cuestión filosófica sino una cifra del Instituto Nacional de Estadística (INE). El descenso de la esperanza de vida en España es un hecho incontestable. Este famoso índice, que crecía de forma casi ininterrumpida desde 1975, año del que datan los primeros registros del INE, hasta 2019, se ha roto. En 2020 nuestra esperanza de vida pasó de los 84 a los 82 años. Grave es la situación actual para el grupo de edad más avanzado de España, entre otras razones, porque no queremos tratar con delicadeza al inquilino de nuestra alma en época de riesgos, el miedo. Preferimos ignorarlo, incluso negarle el saludo, cuando en realidad deberíamos hablar con él para reírnos juntos. Una sociedad malhumorada es una sociedad sin inteligencia.

Hablemos, pues, con el miedo. No esperemos demasiado de las personas que nos rodean, pero, por favor, no seamos iracundos. Despreciemos la necesidad compulsiva de ganar a toda costa. Planteemos la cosa con un poco de ecuanimidad: ¿será la longevidad media de los españoles en el futuro idéntica a la de nuestra época? Nadie trate de responder ese interrogante, si previamente no investiga, primero, el origen del virus y, en segundo lugar, estudia el riesgo de las vacunas. Sobre el primer asunto, aunque con mucha lentitud, los avances empiezan a ser significativos, porque al fin comienza a ser una idea compartida por la ciencia de que el virus no tiene un origen animal.

Sobre el descubrimiento y aplicación de las vacunas, la cosa es más complicada, porque el deseo de curarse, de afirmar nuestra existencia biológica, se ha impuesto a la razón de analizar la relación entre riesgos y beneficios que nos traen las vacunas. Se han abandonado los tratamientos médicos para combatir la pandemia y se ha apostado todo para crear un marco preventivo contra la enfermedad. Los gobiernos del mundo han optado por una vacunación masiva antes que insistir en los riesgos que pudiera llevar aparejado ese proceso. Lejos de mí criticar esa opción, pero creo que ha llegado la hora de explicar con mayor claridad las incertidumbres e inseguridades de este tipo de vacunas. Aunque los gobiernos han sido tibios y hasta displicentes a la hora de evaluar los riesgos de la vacunación, tenemos que reconocer su preocupación por informarnos de los peligros inmediatos y a medio plazo de todas las vacunas; en España podemos citar el Sexto Informe de Farmacovigilancia sobre vacunas de Covid 19, llevado a cabo por la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS), como ejemplo de análisis científico de los riesgos que corremos con las vacunas; en Alemania el Comité Asesor de Vacunación (STIKO) informa con puntualidad y rigor sobre los riesgos de la vacunación masiva, e incluso desaconseja que sean vacunados los niños y jóvenes entre 12 y 17 años; también la OMS advierte con extremado rigor, o sea, casi prohibe que no se vacune a toda la infancia, porque se desconocen los efectos adversos a largo plazo, o peor, se saben ya algunos efectos perniciosos sobre la salud reproductiva…

En fin, quitándole todo el hierro que quepa en una mente poco confiada en sus élites políticas, diría que el combate contra la Covid-19 no permite albergar muchas razones para decir que en 2050 la "esperanza de vida" será superior a la de hoy.

En España

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