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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El entierro de la sardina

Pues resulta que a mí "bellaco" me parece demasiado suave y cortés tratándose de alguien como Juan Luis Cebrián. Y ya que es académico, lo cual demuestra la decadencia de nuestra cultura, debería saber que en "su" diccionario, bellaco es sinónimo de ruin y pícaro, pero también de astuto y sagaz. De modo que, comparado a la realidad del personaje desde TVE hasta hoy, en el término hay algo que se queda corto.

Pues resulta que a mí "bellaco" me parece demasiado suave y cortés tratándose de alguien como Juan Luis Cebrián. Y ya que es académico, lo cual demuestra la decadencia de nuestra cultura, debería saber que en "su" diccionario, bellaco es sinónimo de ruin y pícaro, pero también de astuto y sagaz. De modo que, comparado a la realidad del personaje desde TVE hasta hoy, en el término hay algo que se queda corto.
Juan Luis Cebrián

Todo el mundo sabe que El País conoce una "crisis existencial", que diría Ramoneda, porque eso no se les ocurriría ni a Pradera ni a Aguilar, funcionarios de la propagandastaffel polanquista. "Crisis existencial" que tiene motivos tan obvios como ocultados: han perdido el rumbo, su estrella polar; no saben si hay que defender el estatuto catalán, la rendición ante ETA, la "alianza de civilizaciones", etc. Aunque se pasen los días haciendo publicidad para la "zapatera prodigiosa", que para eso les pagan, no se lo creen, o sólo a medias. Comulgaron mucho más abierta y calurosamente con las ruedas del molino de Felipe González hasta que vieron que iba a perder. Esa desgana, esa morriña, esa falta absoluta de entusiasmo se nota, y el resultado es que El País se ha convertido en lo peor que puede ser un periódico. Es aburrido.

Todo el mundo sabe que la compra de un diario o dos en los quioscos formaba parte del ritual, casi sagrado, de millones de personas. Yo conocí, por ejemplo, a madrileños para quienes un día sin el ABC, que se metían bajo el sobaco izquierdo para hojearlo luego en un café, era un día soso. Aunque algo así haya ocurrido, pero mucho después, con El País, eso no impide ni la compra ritual, casi obligatoria, del diario en el quiosco ni la desgana y aburrimiento al leerlo luego. Es muy difícil desprenderse de una costumbre, se trate de un periódico o de una marca de cigarrillos, pero eso no impide que a la larga y poco a poco los periódicos puedan perder lectores y entrar en crisis no sólo "existencial", sino también comercial. Perder lectores, para un periódico, es la muerte anunciada y El País está en esa situación de equilibrio inestable del periódico sin nervio, pero que aún se beneficia de la costumbre, del conformismo cotidiano: quiosco, café, El País.

Jesús PolancoYo que lo leo prácticamente todos los días no por masoquismo, sino por curiosidad profesional, constato desde hace años esa morriña, esa desgana, esa falta de entusiasmo. Leer El País se ha convertido en leer las esquelas de muertos ilustres; huele a cementerio y a entierros mafiosos. Han intentado últimamente hacer de tripas corazón y convertir una muerte en un evento mediático. Pero no han logrado, pese a sus esfuerzos, convertir la muerte (anunciada) de Jesús (de) Polanco en la muerte de Stalin. La morriña, la desgana, también se notaron en aquella ocasión. Ni siquiera se nos dijo si había asistido al sepelio el "príncipe consorte", sir Hugh Thomas. No es imposible que la muerte del capo acelere la situación de crisis actual de El País, si además se sabe lo bestia que es el heredero designado, un tal Ignacio Polanco.

En estas estábamos, con la aburrida tarea de leer El País por si las moscas, cuando el viernes 3 de agosto –¡divina sorpresa!– Juan Luis Cebrián escribe el artículo más divertido de su carrera: La poca vergüenza. No he parado de reírme desde entonces. Hacía siglos que no leía algo tan macareno, divertido y ridículo como esto. Para quienes no hayan tenido la inmensa suerte de leerlo, lo resumiré: Cebrián presentó una querella contra un "locutor de la radio episcopal" por insultos y calumnias, pero el juez consideró que no había tal, que todo se mantenía en el marco de un debate normalmente apasionado, habida cuenta de acontecimientos tan graves como los juzgados tras el atentado de Atocha o del 11-M, como suelen poner. Furioso, Cebrián insulta y amenaza al juez por no haberle obedecido y, como se apellida De la Hoz, creyéndose muy original y dicharachero repite veinte veces: De la Hoz, pero no Del Martillo. ¡Será burro!

Todos habrán entendido que ese "locutor de la radio episcopal", cuyo nombre no se atreve a citar, es nuestro amigo y compañero Federico Jiménez Losantos, escritor y periodista, director de la magnífica revista (pese a que yo colabore) La Ilustración Liberal, de La Mañana de la COPE y de algunas cosas más que le han dado su merecido prestigio y fama, así como el odio de los bellacos.

Lo que no entiendo muy bien es cuando Cebrián hace alusión a la censura contra El Jueves. Tan enrevesados y confusos son sus "argumentos" que no sé si se identifica con los príncipes y se siente ofendido o si se identifica con la redacción de El Jueves y se considera censurado. Se mire como se mire ese asunto es más ridículo que otra cosa, en mi opinión. El juez ha demostrado poco realismo, porque probablemente haya pensado que podía incautar la pecaminosa edición del semanario y poner una multa a los responsables sin que ello armara demasiado escándalo, cumpliendo así con lo que considera su deber. Pero no fue realista, porque para nada tuvo en cuenta el extraordinario poder de Internet, que difundió masivamente la caricatura y multiplicó por mil el escándalo y el ridículo.

Yo desde luego no diré lo que pienso de la Familia Real para no crear problemas jurídicos a Libertad Digital y porque tampoco tiene real importancia. Lo que importa es lo que ocurre en Navarra, cómo y cuando se rinde y entrega sus armas ETA. Lo que importa es la serie de catástrofes ocurridas en Cataluña desde que gozan de su "nuevo estatuto": casas que se hunden, el Prat, el apagón de luz, los trenes de cercanías, la fiebre aftosa, etc.; demasiada casualidad y mala suerte como para no sospechar que tras ello hay fallos humanos y, en muchos de estos casos, fallos políticos. Lo que importa es derrotar al zapaterismo en las próximas elecciones. En definitiva, el cuento de nunca acabar, al lado del cual que a Cebrián también le guste la chevrette, ¿qué importa al mundo?

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