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Amando de Miguel

El desmedido entusiasmo por la pluralidad

Una característica de nuestro tiempo convulso es el desmedido valor que se confiere a la democracia formal.

Una característica de nuestro tiempo convulso es el desmedido valor que se confiere a la democracia formal, como si fuera la panacea para los males políticos que nos afligen. De tal forma que se aspira a que trascienda de la política y se instale en todas las manifestaciones (ahora dicen "ámbitos") de la vida. De ahí la centralidad de los valores políticos de pluralismo, debate, diversidad, plurilingüismo, plurinacionalidad. Da mucho empaque referirse a la visión poliédrica de las cosas, sus múltiples facetas, hasta los distintos polos o ejes de las construcciones teóricas.

Como tantas otras, esta moda del prestigio de lo plural proviene de los Estados Unidos. Es allí donde empezó la obsesión por reservar una cuota racial en la cúpula de las organizaciones, en el reparto de las películas. Enseguida se pasó a la cuota femenina para que la presencia pública de las mujeres igualara a la de los varones. Tanto éxito ha tenido el caprichoso invento que ahora no sabemos qué hacer en las situaciones donde hay más mujeres que varones. En España es el caso de las profesiones sanitarias, las nuevas promociones de jueces, la población del estudiantado universitario. No parece razonable que los varones reivindiquen ahora una cuota masculina para igualar sus efectivos con los del otro sexo (ahora dicen "género").

La hegemonía de lo plural, trasladado al infinito mundo del consumo, equivale a la suprema satisfacción de poder elegir. Son muchos los impresos y formularios en los que al firmante se le da el derecho de escoger entre distintas opciones. Viene a ser un remedo de las elecciones políticas. Recuérdense las varias maneras que tienen los españoles para pedir un café o una cerveza. Por eso resulta absurda la famosa expresión de "café para todos" para indicar que las regiones de otrora son igualmente comunidades autónomas. La imagen más parece una falsificación, pues en España cada uno de los clientes de un bar o restaurante elige el café a su manera. Por ese lado nuestro pluralismo cafetero resulta mucho más variado que el norteamericano.

La ilusión de la pluralidad ha llevado al éxito inmediato de las distintas formas de orientación sexual: homosexual masculina o femenina, bisexual, etc. Aun así, la tabla de opciones se queda corta, pues todavía no se ha planteado la legitimidad de la poligamia, el matrimonio con niñas, el incesto o la zoogamia. Todo se andará en aras de la divinización de lo plural. ¿Volveremos al politeísmo?

Por lo general, el pluralismo llevado al límite es muy satisfactorio, pero también muy costoso y a veces harto conflictivo. No hay más que pensar en lo caro que supondría que en las Cortes Españolas se utilizara la traducción simultánea para el catalán, el vascuence (ahora dicen "euskera") y el gallego. No digamos si se añadiera el inglés, el árabe, el chino o el rumano, entre otros idiomas de los residentes venidos de otras culturas. ¡Será por dinero!

Queda muy bien decir que los colegios, empresas y otras instituciones donde hay servicio de comedor se proveen de distintas opciones del menú según las varias prescripciones religiosas o étnicas. La cosa no ha hecho más que empezar. Al igual que el babel de las lenguas, hay también una variedad infinita de preferencias culinarias según la etnia o la cultura de cada cual.

En la base misma del pluralismo se encuentra el derecho de autodeterminación de las distintas comunidades autónomas, que, por lo visto, son bastante heterónomas. ¿Por qué no va a poder disponer Cataluña de un portaaviones? Hay que seguir avanzando. Por ejemplo, se debe reconocer el derecho de secesión de la provincia de Tarragona respecto de Cataluña. En cuyo caso se plantearía enseguida el derecho de autodeterminación de Reus respecto de la provincia de Tarragona. Y así sucesivamente.

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