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Amando de Miguel

El habla va por regiones

La web dispondrá como mínimo de una versión íntegra en lengua catalana y otra en un idioma internacional no oficial en el estado español

Las cuestiones idiomáticas se ven muy condicionadas por el lugar donde se habla. No es solo que haya curiosas variaciones léxicas de una a otra región, sino que la cosa se complica en las regiones donde hay dos lenguas familiares. Habrá que ver también el lado divertido del asunto.
 
Juan Campos Calvo-Sotelo es un experto en naufragios en la costa gallega. Sostiene que siempre se llamó en Galicia Costa de la Muerte a lo que ahora, en castellano, dicen Costa da Morte. Según sus averiguaciones, ese topónimo en gallego no aparece hasta principios del siglo XX. Es un dato interesante. Estamos ante un proceso de rebautizar muchos topónimos en las lenguas regionales (las que no llegan mucho más allá de la región donde son oficiales). Por mi parte puedo decir que, en las varias novelas gallegas de hace un siglo, en las que se habla de la Costa de la Muerte, nadie escribe Costa da Morte. Ni siquiera es así cuando el escritor, en castellano, introduce algunas palabras y expresiones gallegas.
 
Mercedes González (El Ferrol, La Coruña) recuerda que las señales de tráfico, cuando se escriben, deben estar en español, aunque pueden acompañarse de la versión en el idioma privativo de la región. Eso es lo que dice la ley ─sigue doña Mercedes─ pero no se cumple, lo que pone en peligro la seguridad de los viajeros. Señala un truco que han inventado en la autopista que va desde Burgos hasta la frontera con Francia. Al atravesar la raya de Burgos-Álava, en lugar de escribir las señales de tráfico, se inventan un lenguaje icónico, de “figuritas”. De ese modo no tienen que escribir nada en “la lengua del invasor”. Gracias por la perspicaz información, doña Mercedes. El asunto resulta entre dramático y pueril. Por ese camino llegaremos a redescubrir la escritura jeroglífica, como la de los egipcios.
 
Rafael Manzano (Barcelona) me envía toda la documentación que demuestra el sesgo lingüístico de la Generalidad de Cataluña. Se trata de una cosa nimia, las condiciones para que las empresas puedan recibir una determinada subvención. La idea es promover el uso de la informática. La subvención se da a las empresas que dispongan una página web. La condición es: “La web dispondrá como mínimo de una versión íntegra en lengua catalana y otra en un idioma internacional no oficial en el estado español”. Como lo oyen.
 
Lo del género de los sustantivos que no tienen sexo provoca divertidas polémicas. Antonio Javier Sánchez Heoncia (manchego de nación con antecedentes andaluces) veranea en el Bierzo donde registra una curiosa modalidad. Mi comunicante reconoce el principio general de que “los árboles frutales suelen denominarse como masculinos, salvo algunas excepciones, como son la encina o la higuera”. Añado yo que hay más excepciones: la palmera, la morera, la chumbera, la parra. Bien es verdad que, en los dos últimos casos, serían más arbustos que árboles, como la zarzamora. Pero a lo que voy. La noticia curiosa es que en el Bierzo se dice “la peral”, “la manzanal” o “la castañal”. Añade don Antonio que en Jaén ha visto que a los olivos digan algunos “las olivas”, no a las aceitunas sino a los árboles. En la variedad está el gusto.
 
Alfredo Llaquet Alsina (Pueblo Nuevo, Barcelona), habitual de esta seccioncilla, vuelve a la carga con lo de los femeninos genéricos. A don Alfredo le parece de perlas que un hombre pueda sentirse orgulloso al decir “soy enfermera” o “soy ama de casa”. Por lo mismo ─sigue él─ una mujer podría sentir un parecido orgullo al decir “soy abogado”. Tiene todita la razón. Lo que pasa es que ese es el reino del deber ser o del podría ser, que está al otro lado del espejo. Yo no soy enfermera, maldita sea, pero sí me siento ama de casa, loado sea Dios. Cuando en la cola de la carnicería alguien me dice “¿Es usted la última?”, contesto, “La última soy yo”. Y al que le pique, que se rasque.

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