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Amando de Miguel

El mundo visto a los 80 años

Me siento muy contento de vivir en la España actual, a pesar de que reniegue de tantas cosas.

Tomo prestado el título de un libro de Santiago Ramón y Cajal en el que el científico recogió los últimos artículos periodísticos. Acababa el hombre de cumplir los 80 años, una edad muy longeva para las expectativas de vida de su tiempo. Como es natural, el aragonés se sentía desplazado de sus compatriotas y sus coetáneos. Su espíritu moderado chocaba con el cerrilismo de la derecha y la izquierda en la España de hace un siglo.

Pues bien, salvando todas las distancias cronológicas y profesionales, me encuentro en una situación parecida frente a los españoles de hoy. A veces cavilo que me he debido de equivocar de siglo y de país. No encuentro en España un aprecio general por el avance del conocimiento como el que pudo darse hace un siglo, al menos por parte de una minoría ilustrada. Tampoco entiendo por qué mis compatriotas (perdón si a alguno les molesta el título) gritan tanto. Comprendo que haya que hacerlo en un mitin político o en un estadio de fútbol, como antaño en una plaza de toros. Pero hoy es que se grita a placer en las tertulias deportivas, que tienen lugar a todas horas. El modelo lo copian otras muchas tertulias.

No me maravillan gran cosa los cachivaches informáticos. Me produce extrañeza la dependencia de la población respecto a su uso continuado y ubicuo. ¿Realmente tienen que decirse o enseñarse tanto? En lugar de avanzar tanto con los drones, más sensato sería haber inventado algo para combatir los virus de la gripe.

Notaba Santiago Ramón y Cajal que el factor fundamental para envejecer dignamente era el despliegue de la curiosidad. Ahora es una virtud que se orienta públicamente hacia los niños (ahora dicen "los más pequeños").Las personas mayores (ahora dicen "más mayores") siguen tan imperturbables a la curiosidad como antaño. Solo se ha desplegado cierto afán por viajar a lugares exóticos, pero más que nada para contar que se ha estado allí. El móvil ha superado con creces la facilidad de las tarjetas postales.

Me satisface el mundo solidario que hoy encuentro en España, así como cierto espíritu creador o innovador en algunas minorías. Pero me encocora el tono de mediocridad que manifiesta la clase o la casta política.

Hace un siglo España era uno de los países europeos con más alta natalidad. También era elevada la mortalidad infantil. Hoy ambas tasas han llegado en España al nivel más bajo de toda la historia. Los jóvenes esperan emparejarse cuando ya no es posible tener muchos hijos. Una consecuencia inesperada y alentadora es que actualmente se casan muchas personas pasada la edad fértil. Es decir, la función de ayuda mutua (que parecía muy secundaria en el matrimonio de toda la vida) se ha hecho hoy central. Es algo que da mucho aliento.

A veces he escrito, un poco literariamente, que me habría gustado vivir en la España de la Restauración, siempre que fuera de la clase pudiente. Rectifico. Me siento muy contento de vivir en la España actual, a pesar de que reniegue de tantas cosas. A diferencia (hoy dicen "más allá de") de lo que sostienen muchos comunicadores, encuentro que en esta España hay un grado suficiente de igualdad.

En definitiva, el mundo que me ha tocado vivir me produce sentimientos encontrados, aunque no lo cambiaría por ningún otro.

En España

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