Durante el verano, cuando flaquean la actividad política o la futbolística, los medios acuden a rellenar el hueco con noticias sobre accidentes y desastres. Ahí están los incendios forestales, los sismos, las inundaciones. Siempre se dicen las mismas trivialidades, aunque no lo parece, pues se trata del sufrimiento inopinado de muchas personas.
Destaca una ausencia en las noticias y comentarios sobre desastres naturales: el pillaje, o sea, robar a las víctimas. Es una consecuencia lógica de la naturaleza humana. Recordemos un suceso del pasado para que nadie se sienta concernido. El borde atlántico de La Coruña se llama Costa da Morte. Tradicionalmente, en siglos pasados, al llegar las galernas terribles, era el lugar donde naufragaban muchos barcos. Los paisanos ya lo sabían. Ante la amenaza de una borrasca, se preparaban cuadrillas de los pueblos de la zona para desvalijar a los náufragos y arramblar con todo lo que podían de los barcos estrellados contra las rocas. Oficialmente, se hizo siempre la vista gorda sobre tales desmanes. Bien es verdad que esas son cosas del pasado. Ahora hay Guardia Civil. Pero, aun así, se comenta el rumor en torno a algunos accidentes de tráfico: las víctimas son despojadas de sus pertenencias más valiosas.
La triste realidad es que, ante un desastre natural, algunos de los que se salvan se dedican al pillaje de sus convecinos. Esa es la realidad en muchos países. Lo llamativo es el acuerdo tácito de los medios y de las autoridades para no informar sobre el asunto. Considero que tal silencio consentido no es bueno.
En los incendios forestales se produce otra cortina de humo, nunca mejor dicho. Apenas se informa sobre los pirómanos, y menos aún de sus conexiones con ciertos intereses económicos bien organizados. Por ejemplo, no se dice por qué no suele haber incendios forestales en Soria, la provincia española con más pinos. Puede que tenga algo que ver con el hecho de que en Soria muchos bosques son bienes comunales.
En las inundacionesno se comenta la cerrazón de los grupos ecologistas, opuestos a erigir nuevas presas. Nunca entenderé el odio a los embalses de ciertos compatriotas. Después de los terremotos no se cuenta qué edificios se han levantado recientemente sin medidas antisísmicas. ¿No será una oscura forma de corrupción política?
Llama la atención la celeridad con la que las autoridades locales se apresuran a declarar "zona catastrófica" el territorio sometido a un desastre natural. Se oculta que se ponen en marcha generosas corrientes de dinero público para paliar los daños. Dado su carácter extraordinario, hay muy pocas noticias sobre la gestión de tales fondos.
De lo que sí se informa es del ritual de los minutos de silencio que se organizan con ocasión de los desastres naturales. Realmente, es lo menos interesante, excepto para la imagen de quienes presiden tales duelos.