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Amando de Miguel

La hecatombe patria

Vamos a pagar con creces la inoperancia de los últimos Gobiernos, entretenidos en sus luchas intestinas.

La verdad es que los sucesos políticos españoles nos proveen de continuos estímulos para el regocijo, a fuer de dramáticos. Véase, si no, el solemne discurso de Casado ante sus edecanes de hace una semana. Aún colea por sus efectos devastadores. Pasará a la pequeña historia de la derecha española; quizá sea el canto del cisne de Casado. Al menos explica la serie de acontecimientos siguientes, los de la lucha final por el liderazgo del partido entre Casado y Ayuso.

El discurso, transmitido coram populo, se desarrollaba como si Casado lo estuviera leyendo en una pantalla invisible para los televidentes. La prueba es que sus ojos no se acompasaban con el movimiento de la cabeza. O, también, que se le olvidaran las pausas que se hacen en el lenguaje oral más espontáneo. Más, no echaba una mirada a las notas; no las tenía. En resumen, engañaba. Lo peor era el rictus de media sonrisa que se le escapaba de modo inconsciente. Federico Jiménez Losantos lo interpretó como la permanente sonrisa de un loco. A Federico le faltó decir que se vislumbraba la imagen del bufón Calabacillas, acaso el retrato más impresionante de la pintura española; de Velázquez, naturalmente.

Lo asombroso del antedicho discurso de Casado, y de los que han sucedido después, con la lucha por el liderazgo con Ayuso, es que ignoran el verdadero sobresalto de la población española. Me refiero a lo que se llama crisis económica; que no es tal, sino verdadera hecatombe. Los cien bueyes del sacrificio colectivo de los griegos son ahora la consecuencia de la infame aporía que nos toca dilucidar. A saber, con unos impuestos crecientes, bajan los ingresos reales, al tiempo que suben los precios de los bienes más necesarios.

En concreto, el indicio de la hecatombe reside en este dato aterrador: el índice de precios al consumo (IPC) sube el 6%, mientras que las pensiones solo se incrementan un 2%. No existe ningún grupo de presión organizado para defender los intereses de los millones de pensionistas.

No puedo demostrarlo, pero mi intuición educada (educated guess) me hace sospechar que el IPC no puede ser una media del 6%. La razón es que los precios de algunos bienes de consumo imprescindibles ascienden con un ritmo de dos dígitos. Son los casos de la electricidad, los carburantes o los automóviles, entre otros. La lógica estadística nos dice que los precios de otros muchos artículos tendrían que descender para que se consiguiera una media del 6%. Luego se trata de un guarismo desacertado.

Lo peor es que, ante la hecatombe económica (y social, como decían los vetustos Planes de Desarrollo), el Gobierno no parece enterarse. Su prioridad es la de evitar a toda costa el ascenso de Ayuso al poder del PP.

El desfase entre los precios y los ingresos reales de los hogares españoles es ahora mucho más grave que en el pasado. La razón es que durante los últimos decenios la economía española se ha convertido en eminentemente comercial y exportadora. Por cierto, esa era la característica de la economía de Castilla hace mil años, salvando todas las distancias.

La causa última de la hecatombe económica es el dramático descenso del espíritu de esfuerzo y superación del grueso de la población activa. (En inglés hay dos palabras para esa expresión: toil y achievement). Esa misma decadencia se detecta en otros países occidentales. Por eso es una hecatombe de nuestra civilización.

En España vamos a pagar con creces la inoperancia de los últimos Gobiernos, entretenidos en sus luchas intestinas. Tendrían que haber construido centrales nucleares, embalses y líneas de ferrocarril para mercancías. En su lugar, el dinero público se nos va en subvencionar los chiringos afines a los que mandan. Esa es la verdadera corrupción. Por tanto, dispongámonos al sacrificio de los cien bueyes.

En España

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