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Amando de Miguel

Lectura desapasionada del terrorismo

Son terroristas los que se organizan para conseguir un propósito político por métodos de violencia extrema y son percibidos con temor por el grueso de la población.

Son terroristas los que se organizan para conseguir un propósito político por métodos de violencia extrema y son percibidos con temor por el grueso de la población.
Cordon Press

El terrorismo se nos presenta, ante todo, como un género periodístico, como lo fue en su día el bandolerismo en la España decimonónica. El periodismo se nutre de violencia, aunque solo sea de modo simbólico, como en los encuentros deportivos. Es algo que suscita una gran curiosidad en el público. La literatura de todos los tiempos se ha extasiado con la violencia.

Son terroristas los que se organizan para conseguir un propósito político por métodos de violencia extrema y son percibidos con temor por el grueso de la población.

A diferencia de otras acciones similares, lo específico de las bandas terroristas es crear un clima de temor generalizado en la población, al hacer ver que los atentados se pueden repetir de un modo aleatorio. Aunque pueda parecer dañino o simplemente equivocado, los terroristas se deben a un ideal superior, al menos por encima de sus intereses particulares. El hecho de pertenecer a una banda terrorista, aunque no se participe en atentados, supone ya un grado máximo de peligrosidad o de amenaza indiscriminada para la masa contribuyente. La diferencia entre los terroristas y los criminales comunes es que los primeros encuentran simpatía o comprensión en algún sector de la sociedad donde operan o de la que proceden

El terrorismo en sus diversas manifestaciones implica algún tipo de grupo muy cerrado y más o menos secreto. Por lo general comprende jóvenes varones fanáticos que se proponen amedrentar a la población con vistas a conseguir algún objetivo político, muchas veces utópico. De modo particular los terroristas reciben el apoyo tácito, o incluso expreso, de ciertas minorías intelectuales: escritores, clérigos, artistas, incluso políticos. Lo fundamental es que los terroristas aspiran a producir noticias destacadas con sus atentados, que por eso los reivindican

Un dato negativo muy extraño es que ningún grupo terrorista reciente ha hecho uso de armas de destrucción masiva (nucleares, químicas o biológicas). No lo sé explicar. Acaso les quede un mínimo de piedad.

El verdadero enemigo de los terroristas no es el Ejército o la Policía que los combaten, sino el censo entero de la población donde ejercen su macabra actividad. Al menos a una parte significativa de esa población le va a ser difícil aceptar el mito de los terroristas como héroes o libertadores.

Otra interpretación mendaz y aberrante sobre los atentados terroristas es que son una legítima respuesta, en forma de "lucha armada", contra una previa situación de tiranía o imperialismo. Por desgracia, se trata de un argumento (ahora se dice "relato") que vende muy bien, dada la hegemonía que en nuestro mundo mantiene la cultura de izquierdas.

La circunstancia más propensa para que surja la plaga del terrorismo es un ambiente que favorece el fanatismo, sea racial, religioso o político. Los políticos y periodistas tratan de convencer a la población de que los atentados terroristas son siempre inútiles, no consiguen sus propósitos. Pero esa forma de razonar es más bien taimada propaganda o por lo menos pereza mental. Es claro que la independencia de algunos nuevos Estados (Irlanda, Argelia) se ha conseguido mediante atentados terroristas.

Por muchos antecedentes que se puedan rebuscar en la historia, el fenómeno del terrorismo es una característica de la época contemporánea. Prolifera un tipo de personalidad narcisista por la que se elimina el sentimiento de culpa en el trance de hacer daño a otras personas.

El terrorista se mueve en una constante ambivalencia. Para sus seguidores, a veces simplemente sus paisanos, se ve exaltado como un héroe, un valiente. Para el resto de la población, generalmente la mayoría, su figura es la de un criminal cobarde. Tal ambivalencia se puede resistir mejor en la edad juvenil, la más propicia a borrar o a no dejar aflorar el sentimiento de culpa. Ahí está la raíz de todo.

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