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Antonio Robles

¡Basta ya de mojigatería barata!

¿Se imaginan que nuestros médicos y enfermeras estuvieran igual de preparados o fueran tan mezquinos como nuestros representantes políticos? 

Me lo dice un amigo biólogo: 

Estoy indignado por los que llevan la corrección política hasta extremos que se olvidan de la funcionalidad de las cosas: es obvio que el Gobierno en pleno debe ser vacunado, al igual que todo el Estado Mayor de la defensa, y los cuadros locales que dirigen la acción municipal, porque ahora más que nunca no nos podemos permitir fallos en puntos clave de la Administración. ¡Basta ya de mojigatería barata, normalmente interesada políticamente, que se olvida de preservar los centros de coordinación del sistema! 

Si creemos que determinados cargos vitales de cualquier sistema complejo deben poseer una preparación reglada y estar en plenas facultades porque son imprescindibles para que se garantice la seguridad de todos, ¿no deberían ser objetivo prioritario de vacunación? 

Es el caso de los comandantes de vuelo, para garantizar la vida de todos los pasajeros, del cirujano jefe que ha de estar en plenas facultades ante una operación de corazón, del general de un ejército que coordina y dirige la batalla, del capitán de un barco que ha de ser el último en abandonarlo para garantizar la vida de todos los demás. Son ejemplos de la vida cotidiana que nos informan de esa necesidad para cuestiones que le son propias.

Háganlo extensible en estos tiempos de pandemia a científicos de los que dependen la investigación y producción de vacunas, al personal de la limpieza que garantiza las estancias donde trabajan, o a cualquier otro organismo decisivo para mantener el sistema médico operativo. No estoy haciendo un recuento, padres tiene la respetada ciencia médica para determinarlo mejor que yo. Sólo remarcar que, salvadas las necesidades más inmediatas de vacunación de personal médico, personas vulnerables en riesgo inaplazable, fuerzas de seguridad y cuantos estén en peligro por su contacto con la pandemia, no debería ser un escándalo que nuestros representantes políticos más implicados y en riesgo tuvieran, ¡tuviéramos!, la seguridad de que están operativos. Incluso, añadiría, deberían haber sido el presidente del Gobierno y el Jefe del Estado los primeros en vacunarse, para dar ejemplo ante el negacionismo de todos esos piraos de internet que ven conspiraciones por todas partes. 

Debería ser regulado por ley qué cuadros deberían ser vacunados en función de las necesidades de la Administración para ejercer su labor de la manera más eficaz. Basta ya de mojigatería barata, normalmente interesada políticamente, que antepone el aspaviento indignado en Twitter a preservar con seriedad los centros de coordinación del sistema. Empieza a ser insoportable la teatralización contra la inmoralidad del otro como salvoconducto propio, cuando en la mayoría de los casos sólo persigue interpretar de la peor manera cualquier cosa que perjudique al adversario con o sin razón. La cuestión es traficar con basura emocional en lugar de gestionar con honradez.

Supongo que quien ha llegado hasta aquí no podrá reprimir un portazo al texto. “¿¡Con estos políticos!?”, pensarán indignados. Y no les faltará razón. “Casi mejor que no hagan nada”, insistirán.

Lo pensamos todos. Yo también. Hasta aquí ha llegado la degradación de la política. Ya no respetamos la jerarquía, porque la jerarquía es más un problema que una solución. Triste diagnóstico. ¿Se imaginan que nuestros médicos y enfermeras estuvieran igual de preparados o fueran tan mezquinos como nuestros representantes políticos? 

Es evidente que el nepotismo de alcaldes y concejales que se han colado como vulgares rateros debe tener una sanción social, pero eso no debe justificar que políticos de una y otra ideología aprovechen cualquier resquicio a la demagogia para dejar al sistema a merced del populismo. Fue el Gobierno de la nación quien determinó en sus protocolos la vacunación del Estado Mayor de la Defensa. Ni se equivocó el Gobierno, ni el Estado Mayor de la Defensa obedeciendo. Pero, como siempre, ha sido un ejército paciente, mal pagado y demasiadas veces humillado quien ha asumido las consecuencias. Incluso con dimisiones. Una vergüenza.

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