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Antonio Robles

Crónica de un delirio paranoico

El Estado tiene derecho a defenderse. Y fíjense que hablo del Estado, no de éste u otro Gobierno.

Bajo el título "Crònica d’una ofensiva premeditada", el Gobierno de la Generalidad está difundiendo un informe de ciento dos páginas para inducir a los catalanes a tomar las elecciones autonómicas del 27-S como plebiscitarias y sumarlos a la causa. De paso, para hacer proselitismo en el exterior con el dinero de todos.

El argumentario está diseñado para provocar indignación y rechazo contra España, pero el resentimiento y el odio que destila de la primera a la última página sólo puede servir para encabronar aún más al catalán de estelada diaria y a enfurecer a cualquier persona mínimamente ecuánime. "Son 100 páginas de odio, de mentiras, de manipulación burda y de insulto a la inteligencia", explotó en rueda de prensa el portavoz del PP en el Parlamento de Cataluña, Enric Millo, mientras rompía con rabia el informe ante las cámaras de TV3. El hartazgo ante tanta manipulación ha llegado, como ven, hasta uno de los representantes más sosegados del PP catalán. Todo un signo del deterioro social al que nos está llevando el catalanismo del siglo XXI.

Si yo fuera un catalán de buena fe al margen de la política y me llegase la información de este informe, me ciscaría en "la puta España". No se asusten por el lenguaje, es el sentimiento que provoca y busca el informe, y el que destilan ya los jóvenes más adoctrinados.

Esta consagración de la pedagogía del odio es la culminación de un proceso de exaltación sentimental de la realidad que ha acabado por convertir la argumentación política racional en emocional. Ya no hay búsqueda de la verdad y la justicia, sino la imposición de los propios sentimientos. El lenguaje político se ha reducido a emociones deportivas. Las partes ya no necesitan hechos ni razones, sólo adhesiones a la causa. A la causa respectiva. Una catástrofe, la peor de todas las infecciones de una sociedad. Nada bueno puede salir de ahí.

De la retahíla de mentiras, juicios de intenciones, manipulaciones históricas, balanzas fiscales interesadas, victimismos lingüísticos y mil triquiñuelas más para inducir a la indignación al buen catalán de estelada diaria, pondré un ejemplo menor, casi inocente, pero matematizable, es decir, objetivable: la reducción a la cifra más interesada de apoyo (73,9%) al estatuto de Cataluña otorgado en referéndum en 2006. Y su reflejo en votos afirmativos, 1.899.897.

Ni un dato más. Vistos así los resultados, el mensaje que se le está dando a la población evidencia que la gran mayoría de los catalanes lo apoyaron. Pero si informamos no para que la gente piense lo que el gobernante quiere sino para que saque conclusiones por ella misma hay que dar el porcentaje de participación, 48,85%, es decir, menos del 50% de un total de 5.310.103 electores convocados. El 73,9% de apoyo, por tanto, se está dando sin hacer referencia a esa escasa participación, dando a entender que el pueblo de Cataluña votó masivamente a favor. Si realizamos el porcentaje de apoyo tomando como referencia el número total de catalanes con derecho a voto, el resultado se reduce a un escuálido 35,77%. No será despreciable, pero vistas así las cosas quizás muchos catalanes de estelada diaria no se sentirían tan dueños exclusivos de Cataluña como les incitan a creer estos Goebbels del s. XXI.

Es curioso, tales resultados son similares al pseudorreferéndum del 9-N (2014). De un total de 6.228.532 electores, sólo votó el 37,02% (2.305.290), y a favor de la indepenencia el 29,89% (1.861.752, cifra muy similar a los votos afirmativos para el estatuto de 2006). Sin embargo, el catalanismo vendió que el independentismo ganó el referéndum por el 80,76%. Cifra real, pero sin el resto de los datos la peor de las mentiras, la verdad a medias.

El Estado tiene derecho a defenderse. Y fíjense que hablo del Estado, no de éste u otro Gobierno. Y replicar punto por punto cada distorsión del delirio paranoico del Gobierno de la Generalidad. Los ciudadanos tenemos derecho a que no se nos manipule, y a que no se nos utilice como borregos por cuatro traficantes de sentimientos identitarios.

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