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Antonio Robles

En el apellido lleva la penitencia

Pocas veces se nos depara una oportunidad tan diáfana para descifrar el manicomio catalán como la que nos ofreció Gabriel Rufián el 4 de marzo en el Congreso.

Pocas veces nos depara el destino una oportunidad tan diáfana para descifrar el manicomio catalán como la que nos ofreció el representante de ERC Gabriel Rufián el pasado 4 de marzo en el Congreso de los Diputados.

Explicar a un profano qué pasa en Cataluña o cómo hemos llegado a esto se ha hecho casi un imposible. Por absurdo, por irracional, por esperpéntico. Se han roto los engranajes entre la lógica de la razón y los hechos. Todo son vísceras. Comprender por qué miles de catalanes viven de odiar a España, despreciar su cultura o excluir su lengua común; encontrar la causa de por qué se les han sumado al delirio miles de descendientes de la inmigración, o asistir incrédulos a la manipulación del pasado, donde cualquier personaje o hecho histórico digno de mención es de origen catalán, y sin embargo toda tragedia y crueldad es hija de la historia de España, ya no es posible explicarlo. Encontrar sentido a tanto disparate nos aboca al psiquiátrico. O nos enfrenta al proyecto de ingeniería social llevado a cabo por el pujolismo.

Hijo y nieto de inmigrantes andaluces, Gabriel nació en una ciudad de arrabal levantada por oleadas de trabajadores llegados del resto de España (Santa Coloma de Gramanet). En su intervención ejerció de converso. Iba de charnego. A propósito. Hasta en esto desveló sin intuirlo la arquitectura de su utilización por otros. Títere sin hilos, mero muñeco manejado por wifi mental. Sus escasos 10 minutos nos dejaron esa tristeza en el alma que nos encoge cada vez que vemos a un ser humano reducido a carne de cañón, enajenado, perdido en el discurso de sus amos.

Tuve ocasión de conocerle dos meses antes de ser nombrado cabeza de lista por ERC en las elecciones generales en un debate al que me había invitado su asociación Súmate, organización maquinada por ERC para atraer a la causa independentista a la población castellanohablante. Allí me las tuve que ver con el presidente de Súmate, Eduardo Reyes, y el susodicho en medio de 300 militantes de la causa. Reyes, nacido en Jaén, llegó a Cataluña con sus padres en los años 50. Sin oficio ni beneficio, como Rufián en ERC, fue premiado con el sexto puesto de las listas de Junts pel Sí. Cuando fueron nombrados (o premiados, o utilizados…) no me lo podía creer. Era de broma. Habían mostrado tal indigencia intelectual que ni siquiera eran capaces de transmitir los mantras nacionalistas con agilidad. A punto estuve de dedicar el artículo de esa semana a aquella dejación de dignidad, pero decliné por considerarlo excesivamente frívolo. Y de golpe lo escucho de nuevo, pero esta vez en el Parlamento de España como ¡diputado!

La sola presencia de Gabriel Rufián en el Congreso descarnó como ninguna explicación anterior el relato donde se sustenta el delirio. Y la crueldad que conlleva. Nunca antes se pudo apreciar con tan diáfano patetismo el resultado laminador del adoctrinamiento nacionalista reducido a su simplicidad fecal en labios de una persona.

Todos los disparates del nacionalismo catalán, las deformaciones de la realidad, el vaciado de la historia, el victimismo enfermizo, las invenciones impuestas, la hipocresía, el cinismo, la exclusión, y siempre el disimulo, la negación de lo evidente y la proyección del propio odio en una España franquista desaparecida hace ya cuatro décadas, tomó cuerpo, se encarnó en la voz engolada de este pobre diablo, verdadero Franquenstein enajenado, fruto del adoctrinamiento escolar, mediático y sentimental de cuarenta años de veneno catalanista. El triunfo de Pujol. La vergüenza de tantos ciudadanos catalanes excluidos.

Gabriel Rufián es como el niño del chiste:

–Papá, te llaman por teléfono.
–Dile que no estoy.
–Señor, dice mi papá que no está.

El pobre diablo, inconsciente de la intoxicación nacionalista por excesiva exposición y falta de sustancia cultural, sólo alcanza a transmitir los residuos fecales, el detritus final que deja el falso relato nacionalista envuelto de mentiras de seda. El discurso separatista convertido en esperpento. En esperpento iluminado.

Debemos agradecer a este Rufián de pacotilla el ser la mano inocente que ha desvelado a toda España las mentiras de papá.

P.D. Rufián inspira piedad, Ada Colau, ira. La ignorancia es muy atrevida.

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