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Antonio Robles

La estafa nacionalista arrastra al Barça

El Barça es la verdadera selección nacional de Cataluña. Y es evidente que Cataluña es más que un club.

Cuando pasen los años y los cartógrafos levanten gráficos de este tiempo de nacionalistas y clérigos laicos, veremos el socavón económico y la decadencia cultural que arruinó a Cataluña y a su instrumento emocional más poderoso, el Barça.

78.292 millones de deuda pública de Cataluña, el 35,9% de su PIB, unos 10.405 euros per cápita. Más de 5.567 empresas huyeron desde el 1-O, de las cuales 1.263 eligieron Madrid. Ahora sabemos que el Barça aún está peor, al borde de la ruina: 1.173 millones debe a sus acreedores. Una situación tan insostenible como vergonzosa.

Vivir en una ficción continua, lo contrario de la leyenda previsora y ahorradora de los catalanes. Mientras Madrid ha pasado de poblacho de La Mancha –como despectivamente era calificado por el supremacismo catalán– a metrópoli dinámica y acogedora, Barcelona es arrastrada por la carlistada rural y la burguesía urbana catalanista a un aquelarre supremacista continuo donde mienten y se mienten sin fin. Y la gauche divine como palanganera de ambas.

Som una nació, nos escupen a la cara. Pero para que una sociedad sea una nación es preciso que previamente sea una comunidad de iguales, una comunidad sin exclusiones. Porque una nación política, si lo es, no es de parte, sino de todos. Exactamente lo contrario que acontece en Cataluña. De ahí la comparación con el Barça.

Como cualquier afición, la del Barça es rival de cualquier otra. De hecho, en un deporte de masas como el fútbol, sus seguidores lo son a condición de que sean incondicionales de su club. No es ni siquiera mal visto; en realidad en eso consiste la tontada del fútbol, en vivir el pulso con pasión, en mostrar desprecio incluso por el club rival. En su desmesura vemos la irracionalidad de ciertos hooligans que llegan a disfrutar más con la derrota del equipo rival que con la victoria del propio. ¿Qué tiene eso que ver con una nación?

No estoy hablando de fútbol, estoy catalogando al nacionalismo catalán. Su ser consiste en excluir, no ya a la nación a que pertenece, que también, sino a parte de su población, a la que la considera rival y extranjera. ¿Por qué? Porque la argamasa donde se sostiene es la misma que cohesiona la rivalidad entre aficiones. Dicho de otro modo, ser nacionalista en Cataluña y ser del Barça es lo mismo. Aunque ser del Barça no implique ser nacionalista, todo nacionalista es del Barça. Y como tal actúan, empezando por el sectarismo propio de la afición deportiva. Una anomalía intolerable en la política donde el sectarismo implica conculcar derechos, excluir, violentar la ley. De ahí el odio inducido por los padres del catalanismo a España, a los españoles y a su lengua común. O dicho de otro modo, el nacionalismo catalán es una secta que ha de excluir para ser.

Esa comunión entre Cataluña y el Barça está tan enraizada que cuando Pujol fue investido por mayoría absoluta como presidente de la Generalidad en medio de la corrupción de Banca Catalana en 1984, sus incondicionales le recibieron a la salida del Parlament con Els segadors y el himno del Barça. Una constante en aquelarres independentistas desde entonces. El Barça es la verdadera selección nacional de Cataluña. Y es evidente que Cataluña es más que un club. En el deporte y en la política.

Ahora que definitivamente el nacionalismo camuflado de catalanismo ha logrado embridar al PSOE con Miquel Iceta como ministro de Política Territorial, verá esa progresía acomplejada y estúpida de Madrid cómo el falso equidistante del todopoderoso lobby gay del PSC descose España con el mismo disimulo con que en Cataluña ayudó a convertirnos en extranjeros a cuantos teníamos la manía de hablar en castellano y sentirnos españoles. Ahora advertirán con horror que no son los extravagantes Puigdemont de turno, sino los clérigos como Junqueras y los tibios como Iceta e Illa quienes demolerán a España como espacio del bien común.

Puede parecer una frivolidad hablar del Barça con lo que está cayendo. Puede, pero el Barça es hoy la fuente emocional del supremacismo nacionalista, como lo fue ayer el odio para el catalanismo fundacional de Prat de la Riba o Macià.

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