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Antonio Robles

La impostura del sectarismo catalanista

Barrunto que Sudáfrica y Nelson Mandela será el próximo destino. Estas suplantaciones de cartón piedra sí que es banalizar el mal.

Es difícil imaginar una impostura mayor que la del Gobierno de la Generalidad contra la libertad de prensa. A través de su brazo ejecutor que lleva por nombre Consell de l'Audiovisual de Catalunya (CAC) pretende encausar a Intereconomía TV y a 13TV, como antes hizo con la COPE.

La estrategia la conocemos. ¡Son tan previsibles! Satanizarlos de salida, indignarse, rasgarse las vestiduras para convertir al otro en maltratador. El objetivo es darse coartadas morales, y si es posible legales, para pertrechar la fechoría. Puro teatro, detrás están las verdaderas razones: impedirles conseguir una licencia de emisión en Cataluña o quitársela si la tuvieren. Se han de blindar las 12 editoriales, la identidad no soporta el contraste. A eso se llama mentalidad totalitaria.

Digo que es difícil una impostura mayor, porque la acusación de agentes del odio contra Cataluña amparándose en la descalificación de nazismo que presuntamente han realizado contra los nacionalistas es la estrategia por excelencia que ha seguido el nacionalismo durante los últimos 30 años contra cualquier ciudadano o institución que osara cuestionar sus fines.

Si el nacionalismo ha logrado la hegemonía moral sobre cualquier detractor de sus métodos y fines es porque desde los años ochenta utilizaron por sistema la descalificación de ultraderechistas contra cualquiera que les cuestionase y contra toda referencia a España, su cultura o su lengua común. No son palabras, en el libro, pendiente de publicación, Historia de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña se recogen cientos de citas desde los años ochenta en que el recurso a la satanización del otro por medio de la acusación de ultraderechistas o franquistas es constante. No crean que fue porque las personas o los grupos acusados de ultraderechistas tuvieran nada que ver con tal ideología o actuaran con sus métodos, sino por reivindicar enseñanza en castellano o simplemente por defender la Constitución española.

El 19 de septiembre de 1993 El País comenzaba así su editorial "Lengua y paz": "Sectores ultraderechistas (…)". Tales sectores eran simples madres de Cadeca que reivindicaban para sus hijos enseñanza en su lengua materna. El mantra lo venían repitiendo todos los medios afines al nacionalismo desde 1979. Comenzó contra el libro Lo que queda de España, siguió contra el Manifiesto de los 2.300 en 1981 (el secuestro y tiro en la rodilla al profesor de literatura castellana F. J. Losantos vino de estos ataques mediáticos), y así siguieron contra la Asociación por la Tolerancia, contra los firmantes del manifiesto "En castellano también, por favor" a principios de los noventa, contra Foro Babel a finales y contra cualquier intelectual que se opuso al pensamiento único catalanista, fuera catalán, como Albert Boadella, vasco, como Fernando Savater, o peruano, como Mario Vargas Llosa. No importa sexo, color o nacionalidad, solo si se amolda o no a su ideario nacionalista. El libro recoge docenas de citas donde el recurso a la pedagogía del odio es el pan de cada día.

Por ello, la impostura no es ya su osadía por pretender amordazar la libertad de prensa, sino por su desvergüenza al acusar a los demás de lo que son consumados maestros. Se llama proyección y es un mecanismo de defensa teorizado por Freud para definir a quien no pudiendo soportar la responsabilidad de sus actos la proyecta sobre los demás.

Hay algo en todo esto enfermizo, un complejo de superioridad moral cruzado de autocompasión, que lleva a su más refinado impostor a derrochar los recursos de nuestros bienes públicos para suplantar a Luther King y al Mahatma Gandhi, o profanar el templo del Holocausto en el mismo Israel. Mientras en Cataluña excluyen a la mitad de la población de sus derechos lingüísticos, multan por rotular en castellano, envenenan la mirada de millones de españoles quemándoles sus símbolos constitucionales, insultan y les acusan de saquear sus bienes para tapar su incompetencia, se pasea en corbata sobre la humilde túnica del hombre que dio su vida por la unión de musulmanes e hindúes. ¿Qué tiene que ver Artur Mas, instigador del desprecio contra todo lo español, con aquel humilde hindú que jamás despreció a nadie y que inició una huelga de hambre indefinida que solo depuso cuando hindúes y musulmanes entregaron sus cuchillos y prometieron vivir juntos como hermanos? ¿Qué tiene que ver este adinerado catalán blanco con aquel negro humillado y humilde, que convirtió su vida en un sueño y murió por él? "Tinc un somni en què un dia, sobre el turons vermells de Geòrgia, els fills d’aquells que van ser esclaus i els fills d’aquells que van ser amos d’esclaus serán capaços de seure junts a la taula de la fraternitat". (Lo escribo en catalán no fuere que al leerlo en castellano lo tuviere por sospechosa jerga ultraderechista). Barrunto que Sudáfrica y Nelson Mandela será el próximo destino. Estas suplantaciones de cartón piedra sí que es banalizar el mal.

Las cavernas mediáticas son muchas y siembran las dos orillas del río. No seré yo quien afirme vivir fuera de alguna de ellas; es materia a discutir. Pero es un hecho que durante estos 30 años nadie de los medios acusados de incitar al odio contra Cataluña ha cerrado medio alguno, ni subvencionado prensa, radio o televisión para secuestrar la libertad de información, ni ha prohibido que los hijos de los demás puedan estudiar en catalán, ni multado a nadie por rotular en catalán; mucho menos ha secuestrado, ni disparado contra profesores o controlado su labor docente. Tampoco ha revisado la historia, levantado museos del pasado para manipular el presente. Por el contrario, quienes han instigado la denuncia contra Intereconomía TV y 13TV sí lo han hecho, lo hacen, y todo parece indicar que lo seguirán haciendo.

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