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Antonio Robles

La nación, a merced de un agente patógeno

Pedro Sánchez es peor que las termitas.

Cualquier institución humana se ha de fundamentar en valores y normas. Sin normas, la subjetividad y la arbitrariedad harían imposible la convivencia; sin valores, la aplicación de las normas no estaría asegurada. El aceite es a las piezas del motor como los valores a las normas democráticas. Si las piezas del motor no estuviesen bien engrasadas, el rozamiento y su desgaste impedirían su rodamiento, y el motor entero colapsaría.

Pedro Sánchez está poniendo en riesgo el Estado Social y Democrático de Derecho y la existencia misma de la nación, porque desprecia la relación entre el aceite y las piezas, entre los valores y las normas; es decir, no está respetando las reglas que la Constitución garantiza, porque carece de los valores éticos para distinguir sus intereses personales de los intereses generales por los que tiene sentido la existencia del Estado. Y como le importan un carajo los delicados equilibrios ensamblados a lo largo del tiempo mediante el esfuerzo y la inteligencia de nuestros predecesores, tira por el camino de en medio sin reparar en nada ni en nadie.

Inútil enumerar los desvaríos en su empeño por lograr la investidura. Hasta él, todos sus predecesores respetaban ciertas líneas rojas, guiados por valores compartidos. La moral de la vergüenza actuaba como una barrera. Él se ha permitido saltárselas todas.

Mientras tanto, a su imagen y semejanza, el secretario general de la UGT, Josep Maria Álvarez, y su socio populista Pablo Iglesias acuden a la cárcel de Lledoners a pedir apoyo para investirle, el Síndic de Greuges de Cataluña, Rafael Ribó, emula el racismo del presidente Torra declarando que la sanidad pública catalana tiene listas de espera por culpa de los enfermos del resto de España (Toni Barbarà pide su dimisión en la UE), un asesino etarra no arrepentido da una conferencia sobre los derechos humanos en la Universidad del País Vasco sin que nadie se lo impida y en la UAB estudiantes constitucionalistas de S’ha Acabat son apaleados un día después por catalanistas de la revolución de las sonrisas. Al mismo tiempo que Pedro Sánchez llama a consultas a Otegui, el PSC exige echar a la Policía Nacional de Barcelona e impide que se revise la inmersión lingüística para que los niños hispanohablantes puedan estudiar en su lengua… Iceta asegura haber contado ocho naciones en España, pero no ve más que una en Cataluña… Y lo que es peor, las cesiones en ciernes a los golpistas podrían implicar entregarles aeropuertos, puertos, estaciones ferroviarias, y traspasarles las competencias de Justicia. Sólo queda que retire a la Guardia Civil y a la Policía Nacional y darles barra libre para que los Mozos de Escuadra compren material de guerra sin restricciones.

Ya no son las cesiones, es el desprecio a los valores sin los cuales las normas no valen nada. Es el paisaje desolado que nos deja. Si nada es sagrado, todo está justificado. Este tipo es peor que las termitas.

Un organismo vivo se debilita cuando parte de sus defensas inmunológicas pierden su eficacia. Si tal debilidad se generaliza ante la multiplicación o la eficacia de los agentes patógenos, o el propio sistema inmunológico falla, el sistema que ha sido diseñado para protegerle puede volverse en su contra y acabar con el organismo entero.

Un Estado de Derecho no es muy distinto. Como sistema político destinado a garantizar la seguridad y la libertad de las sociedades democráticas, lo hemos dotado de leyes y valores, y de unas reglas que impidan destruirlos al modo y manera como las defensas inmunológicas impiden que los virus, las bacterias o cualquier otra infección ataquen a los seres vivos.

Siguiendo con el símil, el presidente de España, como parte ejecutiva del sistema inmunológico del Estado de Derecho, está diseñado para defenderlo, no para permitir la entrada de fuerzas políticas patógenas empeñadas en destruirlo. O dicho de otro modo, Pedro Sánchez se ha convertido en una enfermedad autoinmune para el sistema democrático español, en un colaborador necesario de los enemigos de España como nación. Y en un disolvente de todos los valores que permiten a una sociedad respetarse a sí misma.

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