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Carmelo Jordá

Mesa interruptus

Es evidente que no hay un punto de encuentro entre lo que los separatistas quieren y lo que Sánchez está en disposición de entregarles.

Como un bálsamo de Fierabrás político, la Mesa de Diálogo entre el Gobierno español y la Generalidad iba a devolver a Cataluña la paz política, el orden social, el progreso y hasta las victorias del Barça. Todo iba a ser felicidad y armonía por el mero hecho de que Aragonés y Sánchez se sentasen uno frente al otro a hablar de sus cosas, que en realidad son las nuestras.

Ya sabemos que el diálogo y el entendimiento son medicinas universales que todo lo superan, que todo lo curan, nos lo ha dicho la izquierda. Y cómo no iban a funcionar en este caso, si el que dialoga y entiende es Pedro Sánchez, tan guapo y con esa sonrisa, tan encantador, tan comprensivo con el hecho diferencial, tan poco españolazo, en suma. Vamos, que esto iba a ser un triunfo seguro.

Pues no.

La realidad está siendo muy diferente y antes de empezar ya está haciendo aguas por todas partes la mesa de diálogo que tan concienzudamente nos habían vendido Sánchez y sus adláteres periodísticos. Lo que tenía que servir para pacificar está generando una tensión política notable, la gran herramienta para tender puentes los está dinamitando incluso dentro del propio Gobierno catalán, el bálsamo de Fierabrás se nos ha quedado rancio y todavía no lo hemos sacado de la botella.

Lo cierto es que estamos ante un no se podía saber sanchista de manual: es evidente que no hay un punto de encuentro entre lo que los separatistas quieren y lo que Sánchez está en disposición de entregarles, al menos desde el punto de vista legal, y no parece que los tribunales estén por la labor de facilitar el gigantesco enjuague que sería necesario para dar apariencia de legalidad a un referéndum.

Por si esto fuera poco, los apremios políticos de unos y otros hacen aún más lejano ese posible punto de encuentro: por un lado, el PSOE anda a la baja en las encuestas y parece haber perdido toda la iniciativa que tenía hasta las fallidas mociones de censura y el cuatro de mayo; por el otro, ERC está a la gresca con su socio de Waterloo, al que odia, pero con el que no le queda más remedio que convivir. Así que ni los socialistas parecen en disposición de dar ni los republicanos de dejar de pedir. En esto, por cierto, hay que reconocer a los separatistas la honestidad que Sánchez no tiene ni frente al espejo: por mucho que se empeñasen los periodistas afines en Madrid, ellos nunca han dejado de hablar de amnistía y autodeterminación, es decir, de independencia.

En resumen, que estábamos a punto de escuchar las campanas de boda y resulta que se nos ha roto el amor antes de usarlo. Esto es un mesa interruptus en toda regla, por mucho que Gobierno y Generalidad se reúnan mañana y traten de aparentar normalidad, como esos matrimonios que hacen vida social juntos pero duermen en habitaciones distintas; y, como pasa con esas falsas parejas que no engañan a nadie, nos va quedando una cosa clara: de ahí no van a poder sacar nada. Afortunadamente.

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