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Carmelo Jordá

Talla moral

Faltaba talla política, pero sobre todo faltaba talla moral, y al final ha resultado que, al menos en el centro-derecha, la segunda sigue siendo más importante que la primera.

Faltaba talla política, pero sobre todo faltaba talla moral, y al final ha resultado que, al menos en el centro-derecha, la segunda sigue siendo más importante que la primera.
Pablo Casado. | EFE

Escribo estas líneas minutos después de saltar a los medios la noticia de la dimisión de Teodoro García Egea y cuando se especula sobre en qué momento va a hacer lo propio Pablo Casado, lo que en cualquier caso se sabe inminente. No puede ser de otra forma: ya hace días que es un cadáver político, aunque en la mejor tradición de Los otros o El sexto sentido se haya resistido a saberse muerto.

Es, en definitiva, cuestión de semanas que esta etapa del PP se cierre definitivamente y dé paso a otra distinta y, espero, mejor, aunque hay que reconocer que para esto último tampoco hace falta gran cosa.

Lo cierto es que, visto desde la perspectiva de este tristísimo final, el paso de Pablo Casado por la dirección del PP no puede calificarse de otra forma que de lamentable, pero eso quizá nos haga ser un poco injustos con alguien que, eso hay que reconocerlo, llegó al poder en el partido en uno de los momentos más difíciles.

Sin embargo, en virtud de esa dificultad inicial, Casado podía haber pedido tiempo para recuperar el partido –un tiempo que yo creo que se le dio– o un trato algo más amable al principio de la tarea; pero en ningún caso se pueden justificar los errores y, sobre todo, las fechorías que han venido cometiendo el propio Casado y García Egea desde hace bastante tiempo.

Porque la dirección nacional del PP ha cometido muchos errores: de estrategia, de planteamiento, de selección de personal, de comunicación… pero lo que les ha llevado a este punto, lo que nos ha llevado a este punto, no han sido tanto las equivocaciones como los comportamientos totalmente impresentables: por usar la palabra de moda, nada "ejemplares".

Lo que ha precipitado la muerte política de Casado y Egea no ha sido que no fuesen capaces de gestionar de una forma natural la relación con Vox, que no supieran hacerle a Sánchez la oposición que merece o, desde un punto de vista lo más prosaico posible, que frente al peor Gobierno de la democracia no consiguiesen destacarse en las encuestas excepto cuando se aprovecharon de la ola de entusiasmo que desató Isabel Díaz Ayuso, a la que encima desde entonces odiaron por ello.

No, lo que ha acabado con ellos han sido las mentiras, los chanchullos totalmente indecentes, las conspiraciones de opereta, las agresiones gratuitas a los compañeros y a los previsibles aliados, la manía persecutoria de un individuo que parecía sufrir la versión más aguda del síndrome del impostor pero que al final ha resultado ser un auténtico y genuino fraude, alguien que ni política ni personalmente estaba preparado para una responsabilidad trascendental: librarnos de Sánchez, Yolanda, Rufián, Otegi...

Faltaba talla política, pero sobre todo faltaba talla moral, y al final ha resultado que, al menos en el centro-derecha, la segunda sigue siendo más importante que la primera. Si lo piensan, quizá esta sea una de las buenas noticias que en el fondo nos trae todo esto.

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