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Cayetano González

Felipe VI y las víctimas del terrorismo

El Gobierno, aunque quizás sea mucho pedir, debería considerar que hay cuestiones en las que hay que aparcar el sectarismo.

El Gobierno, aunque quizás sea mucho pedir, debería considerar que hay cuestiones en las que hay que aparcar el sectarismo.

Que las víctimas del terrorismo fueron un estorbo para Zapatero durante su mal llamado proceso de paz es una realidad; que las víctimas del terrorismo han seguido siendo molestas para el Gobierno de Rajoy en su continuista política antiterrorista de su predecesor es algo que suscita pocas dudas; que las víctimas del terrorismo, una vez que ETA no mata -aunque ni se ha disuelto ni ha entregado las armas-, son un incordio para los gobernantes, tanto de Madrid como de Vitoria, así como para gran parte de los medios de comunicación, es algo que está ahí. Que las víctimas del terrorismo están siendo las grandes olvidadas y sacrificadas en el blanqueamiento que unos y otros están queriendo llevar a cabo de los 65 años de terrorismo de ETA es una triste realidad.

Por eso, que el nuevo rey hiciera una mención tan especial a las víctimas del terrorismo en su discurso del pasado jueves ante las Cortes Generales y quisiera que su primer acto oficial fuera una reunión con ellas fue algo más que un acierto. Fue el reconocimiento público por parte de quien acaba de asumir la Jefatura del Estado a quienes lo han dado todo, hasta la propia vida, por defender nuestra libertad. A algunos les ha podido sorprender esta sensibilidad de Felipe VI ante quienes más han sufrido el embate terrorista. No es mi caso, porque tengo alguna experiencia vivida muy en primera persona sobre esa cercanía de Felipe VI con las víctimas del terrorismo, que paso a relatar.

El lunes 14 de julio de 1997 –cuando presidió en Ermua el funeral por Miguel Ángel Blanco-, el entonces Príncipe de Asturias tenía veintinueve años, los mismos que el joven concejal del PP asesinado dos día antes por ETA. Tengo muy grabada en la memoria la imagen de un príncipe con la cara demudada por el dolor que se vivió en el funeral y en el trayecto de la iglesia al cementerio acompañando al cadáver, así como por el sufrimiento que asoló a todos los españoles en aquellos días, cuando ETA secuestró y asesinó a Blanco.

En aquel entonces existía una gran preocupación en los responsables políticos y policiales del Ministerio del Interior por la seguridad del Príncipe. Por un lado, algún dirigente de ETA –creo recordar que Kantauri- había dado instrucciones a sus comandos para que atentaran contra las autoridades civiles aprovechando la asistencia de estas a los funerales de las víctimas causadas por la banda terrorista. Por otro, los de ETA eran asesinos pero no tontos y sabían diseñar bien sus atentados para hacer el mayor daño posible al Estado. Atentaron contra el sucesor de Franco, el almirante Carrero Blanco, y no contra Franco; atentaron contra Aznar, el llamado a suceder a Felipe González, y no contra el líder socialista. ¿Por qué no iban a intentar atentar contra el heredero de la Corona, que además en ese momento no estaba casado y no tenía descendencia?

A pesar de esa preocupación por su seguridad, que obviamente el Príncipe conocía -al igual que su padre-, el hoy Felipe VI quiso estar en Ermua y encabezar esa gran manifestación de duelo, pero también de rebelión cívica, que supuso la movilización social con motivo del asesinato de Miguel Ángel Blanco y que se bautizó con el nombre de "el espíritu de Ermua". Una movilización, conviene recordarlo en estos tiempos tan convulsos, que asustó tanto al PNV que se arrojó en brazos de ETA, con la que pactó en Estella en julio de 1998.

Años más tarde, a partir del 2004, tuve de nuevo la oportunidad de comprobar la emoción que producía al Príncipe estar con las víctimas. Fue con ocasión de los diversos Congresos Internacionales de Víctimas de Terrorismo que tuve tanto el honor como la responsabilidad de dirigir, y que se celebraron en diferentes en España –Madrid, Valencia y Salamanca-, Colombia –Bogotá y Medellín- y Francia -París, el último, en setiembre de 2011.

A todas las ediciones, salvo a la celebrada en Bogotá, acudió el Príncipe, a partir del 2006 acompañado por la princesa Letizia. Puedo dar fe de que la presencia de los Príncipes, por el respaldo institucional que conllevaba, no era del agrado del entonces Gobierno de Zapatero, inmerso como estaba en un proceso de negociación política con ETA. Sabido es que los movimientos, viajes y actos a los que acuden tanto los Reyes como los Príncipes son supervisados por Moncloa. Pues bien, a pesar de eso, los Príncipes de Asturias siempre tomaron la decisión de ir y de volcarse con las víctimas del terrorismo. Soy testigo del tiempo, de la atención, del cariño, del afecto que tanto el hoy Felipe VI como la reina Letizia derrochaban con todas y con cada una de las víctimas, españolas y de otros países, que se acercaban a saludarles. No tenían prisa; nunca fue un saludo protocolario. Allí había algo más: había sensibilidad, cercanía, cariño hacia quienes han sido y son los auténticos héroes de nuestro tiempo. Esta es mi experiencia personal y me parece de justicia dejarlo por escrito.

En cuanto a ese gesto de los nuevos reyes de querer que su primer acto oficial fuera una reunión con los representantes de las diferentes asociaciones de víctimas del terrorismo, así como con algunas víctimas concretas, nada que objetar en lo que se refiere a eso, al gesto: todo un acierto y una demostración práctica de lo que algunos ya sabíamos.

Pero sí tengo alguna objeción sobre la organización del acto y sobre ciertas ausencias debidas a que no se cursaron las invitaciones preceptivas desde el Ministerio de Interior. Con la presencia junto a los Reyes del titular de esta cartera, Jorge Fernández Díaz –principal responsable político, junto al presidente del Gobierno, de que hace ya casi dos años el torturador/secuestrador de Ortega Lara, Josu Uribetxeberria Bolinaga, esté en la calle-, daba toda la impresión de que el Gobierno quería utilizar la imagen de los nuevos monarcas para intentar lavarse la cara de lo que sin duda ha sido el acto más deplorable e inmoral cometido por este Ejecutivo, por lo de que ofensa tuvo no sólo a las víctimas del terrorismo sino a todos los españoles.

Y como el Gobierno de Rajoy es en algunas cuestiones mucho más sectario que el de Zapatero, el Ministerio de Interior no invitó a ese acto al presidente de Voces contra el Terrorismo, Francisco José Alcaraz, porque es una víctima molesta, que ha tenido la osadía de criticar la política antiterrorista de Rajoy. Aunque ni este ni los dirigentes actuales del PP tuvieron ningún empacho en secundar y acudir a las diversas manifestaciones que, cuando presidió la AVT, Alcaraz llevó a cabo para oponerse al proceso de negociación política de Zapatero con ETA.

Otra ausencia destacada fue la de quien es un símbolo para muchos españoles en la lucha por la libertad y en la resistencia ante el terrorismo: el exfuncionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que estuvo secuestrado por ETA la friolera de 532 días. Tampoco fue invitado. Oh casualidad, Ortega Lara se dio de baja en el PP en mayo de 2008 –cuando María San Gil se fue a su casa, harta de la política de Rajoy con los nacionalistas y con ETA- y hace unos meses dio el paso de ser uno de los impulsores de Vox. Parece evidente que las víctimas críticas con la política del actual Gobierno son postergadas e ignoradas por este. Pero los ciudadanos no son tontos, aunque el Gobierno lo crea, y estas cosas, como se dice de forma coloquial, cantan mucho.

El Gobierno, aunque quizás sea mucho pedir, debería considerar que hay cuestiones en las que hay que aparcar el sectarismo. El respeto y consideración hacia todas las víctimas del terrorismo, críticas o no con la política gubernamental, es una de ellas. Y la no utilización de la Corona y de los nuevos reyes para maniobras de ese tipo, otra. Insisto: los ciudadanos toman nota de estas actuaciones, como ha podido comprobar en carne propia el PP en las últimas elecciones europeas.

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