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Cristina Losada

Cuentos del 68

Qué diferencia entre Roger Scruton y su peripecia y la del sociólogo Manuel Castells, hoy ministro, que vuelve a contar que el Mayo empezó en su clase.

Qué diferencia entre Roger Scruton y su peripecia y la del sociólogo Manuel Castells, hoy ministro, que vuelve a contar que el Mayo empezó en su clase.
EFE

A su muerte, hace ocho días en Brinkworth, Wiltshire, se está publicando más sobre Roger Scruton en la prensa española de lo que se ha publicado, quizá, en diez años. Esto, aunque un tanto lamentable, hay que celebrarlo. Es bueno que, al fin, más gente le conozcamos y leamos su obra en España. Especialmente porque era un filósofo conservador y el pensamiento conservador no es popular ni abunda entre nosotros, siempre predispuestos a apuntarnos a la última y a menospreciar cualquier otra cosa como antigualla. Más aún si la cosa lleva, ¡uf!, la etiqueta conservadora. Actitud que contrasta extrañamente con el hecho de que, a pesar de todas las poses y todas las pleitesías que rinden sus élites intelectuales a lo que entienden por modernidad, la sociedad española sigue siendo, si se compara, una sociedad notablemente conservadora.

Pero venía a hablar del 68. Porque por ahí descubrí yo a Scruton, hará casi una década, y simpaticé de inmediato con él, con su personalidad. Y es que sólo alguien con una personalidad singular, excepcional, rara entre las raras se podía haber hecho conservador asistiendo, como él a los veintipocos años, a la gran revuelta del Mayo en París. Lo habitual, lo normativo, y ya puestos lo aburrido, es que los que vivieron la experiencia sesentayochista con alguna intensidad se la tatuaran en cuerpo y mente y continúen ubicándose en aquella coordenadas vitales y políticas: rebeldes (sin causa) para toda la vida. Pues hubo uno que no. Que sabemos que no. Aquel joven inglés resulta que sintió, pensó e hizo todo lo contrario que el resto.

Mientras veía las protestas y los enfrentamientos desde la ventana de su apartamento en el Barrio Latino, mientras escuchaba a sus eufóricos amigos, Scruton se dio cuenta, de pronto, de que "estaba en el otro bando".

Lo que veía era a una multitud desmandada de hooligans autocomplacientes de clase media. Si les preguntaba a mis amigos qué querían, qué trataban de conseguir, me venían con aquella ridícula jerigonza marxista. No lo soportaba, y pensé que tenía que haber un modo de regresar a la defensa de la civilización occidental frente a aquellas cosas. Fue entonces cuando me hice conservador. Supe que quería conservar las cosas en vez de destruirlas.

Esto fue lo que leí de Scruton hace muchos años –había olvidado dónde, pero por suerte estos días varios autores citaron la fuente: un artículo en The Guardian, en el 2000– y me obligó a interesarme por el personaje. ¡Cómo no sentirse afín al que se rebela contra la rebelión! No es que Scruton se hiciera conservador reflexionando sobre los acontecimientos años después. Eso le pasa a cualquiera. Pero no, fue allí mismo, in situ, mientras veía con sus propios ojos el despliegue de unos hechos, pronto pura imagen, que iban a componer la iconografía del mito más cotizado y sobredimensionado de Europa Occidental. Hay medios que babean con Mayo del 68 –es un mito de generación mediática–, hay gente que daría cualquier cosa por haber estado allí y hay alguna que se inventa que estuvo. Pero qué diferencia, en cualquier caso, entre aquel joven Scruton y todos los mitómanos del Mayo.

Qué diferencia, sin ir más lejos, entre Scruton y su peripecia y la del sociólogo Manuel Castells, hoy ministro, que vuelve a contar que el Mayo empezó en su clase, donde él era, según dicen, el profesor más joven de de París. Lo curioso es esto: Scruton, que estuvo en contra del 68, tuvo dificultades en su vida académica por su conservadurismo y fue en algunos momentos un auténtico outsider. En cambio, Castells, que vio nacer el 68 en su aula, según dice, y sigue identificándose con aquel espíritu de rebelión, ha tenido una trayectoria académica exitosa, ha estado en universidades ricas, se ha codeado con las elites políticas y económicas del mundo, fue desde asesor del presidente ruso Boris Yeltsin hasta invitado del Foro Davos, y ahora es ministro de Universidades, pese a que escribió no hace tanto que lo mejor de Estados Unidos era que no tenía, sí, un Ministerio de Universidades.

La mitología y la charlatanería –más la política necesaria– dan grandes réditos. Y no hay nada como declararse un sesentayochista, algo que en origen significaba ser radicalmente hostil al poder, para estar siempre en posiciones de poder.

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