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Cristina Losada

El informe PISA y la ley del mínimo esfuerzo

Hay una tendencia, no general pero significativa, a creer que la educación empieza y acaba en la escuela, y que en casa no hay por qué ocuparse.

Los alumnos españoles, de acuerdo al último informe PISA, aún están peor a la hora de resolver problemas cotidianos que en las disciplinas troncales de la enseñanza. Los problemas iban desde sacar un billete de metro hasta manejar aparatos electrónicos y hacer búsquedas en internet. El director de PISA, Andreas Schleicher, achacó esta dificultad para desenvolverse en el día a día a que la enseñanza en España "se centra demasiado en la reproducción" de los conocimientos y poco en cómo aplicarlos. La secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, sostuvo que tenemos un sistema "anticuado", basado sólo en la “memorización”, y que hace falta “un cambio radical en la metodología”.

Ciertos resultados del informe resultan tan inverosímiles, como esa torpeza para manejar aparatos electrónicos de amplio uso entre los adolescentes, que igual conviene una cuestión previa. ¿Y si los alumnos que hacen el ejercicio de PISA aplican, a la hora de contestar, la ley del mínimo esfuerzo? No sería nada extraño, dado que el mínimo esfuerzo es coherente con el espíritu que impregna nuestro sistema educativo desde hace décadas. Un sistema que persigue ante todo la igualdad de resultados acaba minando la base misma del proceso de aprendizaje. A unos alumnos educados en un sistema que desincentiva el afán de superación los imagino encarando los ejercicios de PISA con lógica desgana. ¡Total, no puntúan!

Hay que ir, sin embargo, más allá de la escuela. Porque la enseñanza, la instrucción, son asunto de la escuela, pero la educación, los hábitos de trabajo, las pautas de conducta son también asunto de las familias. Suele olvidarse este punto. Hay una tendencia, no general pero significativa, a creer que la educación empieza y acaba en la escuela, y que en casa no hay por qué ocuparse. Esto conduce al nefasto modelo de la escuela-guardería o la escuela-aparcamiento, que es el sitio donde aparcar a los chavales el máximo número de horas posible.

De vuelta al informe, que los alumnos tengan dificultades para resolver problemas cotidianos y domésticos indica que no están acostumbrados a resolverlos en su vida diaria: no están habituados a tener responsabilidades. Hay una relación entre la falta de sentido de la responsabilidad y la indisciplina que es tan común en nuestras aulas. La demolición del valor de la responsabilidad, del esfuerzo y de la disciplina no se ha podido hacer sólo en la escuela.

Como aún tengo algo de memoria, eso de que el problema reside en el énfasis en la "memorización" me suena mucho. Lo vengo oyendo desde mis tiempos de alumna y estudiante. Confío en que no volvamos a tener ese viejo y absurdo debate. Pero si fuera así, alguien tendrá que explicar cómo se puede aprender sin esforzarse en recordar lo aprendido. Dejemos la caricatura de la lista de los reyes godos. No es eso. Tómese en cuenta, en cambio, lo que escribió Michael Oakeshott hace casi cuarenta años cuando explicaba qué era la "Escuela":

En segundo lugar, es comprometerse a estudiar para aprender. Ésta es una tarea difícil; requiere de esfuerzo. Mientras que las actividades de ocio se interrumpen cuando dejan de generarnos satisfacciones inmediatas, aprender, en este caso, es una tarea en la que hay que perseverar, y lo que se aprende debe comprenderse y también recordarse. Es con esta perseverancia, en esta disciplina de inclinaciones, con la que se adquieren los indispensables hábitos de la atención, la concentración, la paciencia, la exactitud, el coraje y la honestidad intelectual, y el estudiante llega a reconocer que hay que superar las dificultades en lugar de evadirlas.

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