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Cristina Losada

Igea y Arrimadas, público y privado

El político puede ser prepotente, cruel, injusto; puede ser, en fin, un mal bicho. Incluso tiene que ser todo eso. Pero siempre que lo sea en privado.

El político puede ser prepotente, cruel, injusto; puede ser, en fin, un mal bicho. Incluso tiene que ser todo eso. Pero siempre que lo sea en privado.
Francisco Igea e Inés Arrimadas | esRadio CyL

Vimos el otro día el vídeo del "tenso encuentro", por seguir la calificación que dio la prensa, que tuvieron en Valladolid Inés Arrimadas y Francisco Igea. Según dijo después Igea, no hubo tensión o no la sintió. Pero el caso, mucho me temo, es que el espectador del vídeo en cuestión la percibió. Sucede con frecuencia que el testigo de unos hechos los perciba de forma distinta a quienes los protagonizan. Eso sin contar con que Igea haya querido quitar hierro a un episodio en el que, como mínimo y, de nuevo, a ojos del observador, no se sintió cómodo. Episodio que obedeció, siguiendo con la narración del ya rival de Arrimadas en las primarias de Ciudadanos, a la petición de la dirigente para hablar –o algo parecido– delante de las cámaras. Entrando ya en el terreno de la interpretación: para que se viera en público que no tenían nada que decirse en privado.

Parecerá anecdótico. Un encuentro o encontronazo, con o sin tensión, entre dos dirigentes de un partido que ha perdido a su líder indiscutible y que ahora afronta el gran problema de la sucesión no merecería más que la atención pasajera que suele dispensarse a esos fragmentos de la vida política no controlados, que asoman de modo fortuito, involuntario. Es el caso del micrófono que queda abierto y la inconveniencia que se suelta pensando que nadie la oye. O el del gesto desabrido con que un líder señala a otro su puesto en la mesa de reuniones. O el de la mirada repentinamente verdadera que la cámara descubre en un diputado mientras habla su jefe de filas. Ocurre, sin embargo, que el episodio del que hablamos no fue espontáneo, sino diseñado. Se quiso que se viera. Y siendo así, es obvio que la audiencia a la que se dirigía eran los afiliados de Ciudadanos que van a participar en las primarias.

Ya no estamos en la mera anécdota. Estamos en la anécdota con mensaje, y con mensaje político, si aceptamos calificar como ‘política’ aquello que transcurre en el interior de los partidos. Y es, en efecto, un mensaje político el que emerge, central, del cruce de palabras, pues no es charla ni conversación, entre Igea y Arrimadas. Dado que el primero dijo poco y en voz más baja, y fue la segunda la que llevó la voz cantante, son las palabras de Arrimadas las importantes. Lo que quería decir en público, delante de las cámaras, es que, por más que hubieran tenido reuniones en privado, no iba a haber reparto de cargos en los despachos. Esto fue:

Te invito a que hagamos un coloquio delante de la militancia para que sea la militancia la que decida y nos nos repartamos ahí en un despacho…

Téngase en cuenta que Igea, junto a otras diferencias políticas, plantea una estructura de partido en la que los afiliados tengan más que decir que en la actual. Frente a eso contraataca Arrimadas insinuando que Igea quiere, en realidad, negociar en privado que se coloque a los suyos en la futura dirección, y que es ella la que está a favor de hacer las cosas de cara a la militancia, en público, con luz y taquígrafos. Visto así, el episodio no sólo tiene relevancia en la batalla interna en Ciudadanos. Enlaza directamente con uno de los mantras de lo que en su día, no tan lejano, se llamó ‘nueva política’. Mantra o talismán, como se prefiera, que ambas cosas fue y, por lo que vemos, sigue siendo. ¿O nadie recuerda cuando los partidos que se jactaban de representar la nueva política clamaban contra las componendas que se hacían en los despachos? Pues sí. Hubo un momento en que despacho era sinónimo de chanchullo, tejemaneje, enjuague y apaño. Hubo un momento en que el despacho, con sus sillones y su moqueta, había que cerrarlo a cal y canto y proscribirlo. Hubo un momento en que se pedía que en política todo se hiciera siempre bajo la luz de los focos. Ese momento fue el momento populista. Tenía su razón de ser, tenía sus motivos. Pero, al mismo tiempo, era una locura.

De vuelta a la escena. Penosa escena. Es posible que políticamente resulte eficaz lo que hizo Arrimadas. Que lanzar aquella insinuación sobre las intenciones de Igea y presentarse como valedora de la militancia o la transparencia la consolide como preferida de los afiliados. Puede ser. En cambio, humanamente, la escena perjudica a la favorita. Si es que podemos hablar de humanidad en política, y más en un dirigente político. Ahora bien. El político puede ser prepotente, puede ser cruel, puede ser injusto, puede humillar a los más cercanos, puede ser, en fin, un mal bicho y no conocer a nadie. Incluso tiene que ser todo eso. Pero siempre que lo sea en privado. Siempre que no se exhiba así a la luz de los focos. Una cosa es ver los efectos y otra, ver los defectos. Verlos, además, en vivo y en directo. Ahí que de toda la vida de Dios los apuñalamientos en los partidos se hagan entre bastidores. Detrás y no delante del telón. Cuánto había que desaprender, sí, pero cuánto hay que aprender de lo que tan despectivamente se llamó la ‘vieja política’.

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