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Cristina Losada

Investidura de humillación

Lo que necesita con urgencia Sánchez no es formar Gobierno, sino que se le recuerde que es políticamente mortal.

Lo que necesita con urgencia Sánchez no es formar Gobierno, sino que se le recuerde que es políticamente mortal.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones | EFE

Ya somos más cínicos que la primera vez. Ahora, el candidato a la presidencia del Gobierno fija fecha para la investidura sin haber atado algo parecido a una mayoría parlamentaria. No tiene siquiera un acuerdo con su socio preferente que pudiera servir de base para aglutinar bien votos a favor, bien abstenciones. No ha hecho, por tanto, lo que hizo aquella primera vez, cuando suscribió un acuerdo con Ciudadanos antes de presentarse a una investidura que fracasó. Pero entonces había un quizás. Una posibilidad. Ahora, la convocada para el 22 de julio ya circula bautizada como investidura fallida.

Después de las elecciones de diciembre de 2015, Rajoy, con el primer partido de la Cámara, con 123 diputados, renunció a intentarlo diciendo que no veía que pudiera reunir los apoyos suficientes. Ahora, Sánchez, con idéntico peso parlamentario, pone fecha no porque los haya reunido, sino con la finalidad de acogotar a posibles aliados y seguros adversarios. Ha encendido la mecha y, ¡hala!, que pasen por el aro, y rapidito, que ya está corriendo el reloj, tic tac. Los procedimientos para la formación de Gobierno, y esto es lo inédito, los está usando el líder socialista, de forma torticera, como instrumentos de presión.

Tal uso indebido puede que no tenga coste inmediato para Sánchez y su partido. Ahora mismo es posible que el electorado, ya más escamado que la primera vez, sólo quiera que se acabe la función y que, en ese estado de ánimo, afirme que está dispuesto incluso a votar a Pedro como un solo hombre para conseguirlo. Cosa distinta, muy distinta, es que lo haga si llega el momento de tener que hacerlo. Queden aparte los sondeos del CIS que, igual que otros, han pasado a ser, en el nuevo cinismo reinante, puras cartas de Tarot echadas con nocturnidad y alevosía para meter el miedo en el cuerpo. Como esas torres vigía desde las que amenazan con repetir elecciones como con una plaga bíblica.

Así las cosas, una investidura fallida sí tendrá una utilidad. Será útil para hacerle ver a Sánchez cuál es su lugar y cuánto pesa, es decir, 123. Ni más ni menos. Nada del otro jueves. Servirá para que el líder socialista sepa que no es deber de los demás investirlo; que es el candidato quien tiene que trabajarse el patchwork de una mayoría. Será valiosa porque lo que necesita con urgencia Sánchez no es formar Gobierno, sino que se le recuerde que es políticamente mortal. Que se le haga tomar conciencia de que no está en condiciones de transferir a otros los costes políticos que entraña la obtención de acuerdos de investidura o de Gobierno. Esto no sale gratis y es el candidato quien tiene que asumir la parte principal.

Sánchez necesita una investidura de humillación. Pero no por nada personal, sino por la erosión a la que está sometiendo el procedimiento de formación de Gobierno y, por ende, al sistema político. Es eso o el cinismo.

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