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Cristina Losada

Los planes de Putin

Ucrania será una nación reducida a escombros, pero será una nación. Esta es su guerra de independencia. 

Ucrania será una nación reducida a escombros, pero será una nación. Esta es su guerra de independencia. 
Putin particdipa en un acto del "Día de la victoria" que conmemora la vicoria soviética contra los nazis en la II Guerra Mundial. | EFE

Dijo el Papa que le había dicho Orbán que los rusos tenían un plan y que el 9 de mayo terminaría todo. Pero el 9 de mayo ha pasado y la invasión rusa (si es que a ella se referían el de Hungría y su imprudente interlocutor) no ha llegado a su fin. La información basada en "Fulanito me dijo" nunca es buena información y no conviene darla como tal. Ni el Papa ni los periódicos. Frente a lo implícito en la profecía de segunda mano, lo que hoy puede decirse es que una invasión contrarreloj se ha transformado en una invasión sin reloj.

No era el plan del autócrata ruso. Su plan era una operación relámpago que se cobrase como primer trofeo la capital ucraniana y, con ella, al Gobierno que encarnaba –y encarna– la independencia del país. Con ese descabezamiento y la instalación de un Gobierno títere se hubiera despejado el camino para un Estado vasallo, un tipo de maniobra que ya ensayaron los autócratas rusos del XIX en la zona. Putin, que ahora se las da de historiador, conocerá esos precedentes, aunque hay que sospechar que no en profundidad. El movimiento expansionista dirigido a ganar acceso al Mediterráneo que provocó la guerra de Crimea a mediados de aquel siglo acabó con la derrota de Rusia. Perdió frente a una alianza en la que el Reino Unido y Francia llevaron el peso fundamental.

A Putin se le torció el plan rápido cuando Ucrania, contra pronóstico, se resistió y presentó batalla. Tal vez dio por sentado aquello que decían y aún dicen tantos: que como Ucrania es un Estado soberano desde hace poco más de dos décadas, no es realmente una nación o no ha dado tiempo a que cuaje. Pero si no había cuajado del todo, la invasión rusa la ha hecho cuajar de forma definitiva. Un ejército invasor o bien logra su objetivo –y se queda el tiempo que haga falta para garantizarlo– o bien fortalece aquello que pretende destruir. Ucrania será una nación reducida a escombros, pero será una nación. Esta es su guerra de independencia.

La resistencia ucraniana frenó la invasión contrarreloj, pero además tuvo un efecto determinante sobre la voluntad política de los países europeos. De entrada podía haber ganado en la UE la posición sibilina del "noalaguerra" y "ni con unos ni con otros". Una vez despojada de las pegatinas anti OTAN, ésa era la reacción predecible. La neutralidad como garantía de ausencia de complicaciones. Es probable que, ante los hechos consumados de una Ucrania conquistada y descabezada, la reacción europea continental hubiera sido la que esperaban en el Kremlin. Pero la voluntad de los ucranianos de combatir al invasor, la ola espontánea de apoyo que recorrió Europa y la presión norteamericana hicieron políticamente inviables la neutralidad, el noalaguerra y cualquier otro subterfugio.

Dijo el Papa que Orbán le había dicho que los rusos tenían un plan. Pero el único plan de Putin que es visible y comprobable se llama destrucción. No hay planes más sutiles ni más inteligentes. Y el plan de elevar esta carnicería a misión histórica no podrá mantenerlo durante mucho tiempo. Entre tanto, la lista de consecuencias imprevistas y efectos contrarios a los buscados producidos por la invasión de Putin no hace más que crecer. También al zar Nicolás I, el que perdió en Crimea, se le tenía por un estadista clarividente.

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