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Cristina Losada

Podemos no puede entrar

El partido de Pablo Iglesias viene de Caracas, y no de la Caracas demócrata que resiste, sino de la chavista.

El partido de Pablo Iglesias viene de Caracas, y no de la Caracas demócrata que resiste, sino de la chavista.
EFE

El Gobierno francés de 1981, que incluyó a miembros del Partido Comunista, ha salido del olvido estas semanas. Su recuperación, de la que hay que felicitarse porque fue un caso inédito y causó conmoción en la Europa democrática, tiene que ver con la posible inclusión de Podemos en un Gobierno del PSOE. La decisión de Mitterrand, hace treinta y ocho años, se ha barajado como un precedente de un Gobierno de los socialistas con la extrema izquierda, aunque se pasa por alto que no fue una coalición de dos –socialistas y comunistas– sino de cuatro: incluía a radicales y gaullistas de izquierda.

La referencia a aquel Gobierno francés, que encarnó la idea de "unión de la izquierda" impulsada por Mitterrand, también se ha hecho para apuntalar el veto socialista a la presencia de Iglesias. El secretario general del PCF, George Marchais, no formó parte del Gabinete del primer ministro socialista Pierre Mauroy, que contaba con más de una treintena de ministros, de los que sólo cuatro eran comunistas y sólo uno de ellos tenía rango de ministro de Estado, el de Transportes, cartera que fue para el número dos del PCF.

El arreglo no duró más de tres años. Pero lo esencial es lo que no suele mencionarse. Y es que la entrada de los comunistas en el Gobierno se produjo después de que sufrieran dos importantes derrotas, tanto en las presidenciales como en las legislativas, que indicaron un imparable declive. En realidad, entraron gracias a esas derrotas. Mitterrand dio un paso audaz, pero no temerario. Metió al PCF en el Gobierno seguro de que el escaso peso electoral de los comunistas limitaba mucho su capacidad de exigencia. Los comunistas no iban a pintar casi nada y al presidente socialista, por unos u otros motivos, le venía bien tenerlos dentro.

Volviendo a lo nuestro, actual y urgente: lo de los cuatro ministros comunistas en el Gobierno de Francia en 1981 no sirve como precedente. Simplemente no lo es. Aún más: quienes busquen precedentes, no van a encontrarlos. En los países europeos, los partidos socialistas y socialdemócratas no han formado coaliciones en exclusiva con un partido de extrema izquierda. El sociólogo Alberto Penadés hizo el otro día un recorrido por las distintas variantes, y escribía:

Nunca se formado en Europa, en toda su historia, una coalición de Gobierno como la que se plantea entre el PSOE y Podemos.

Eso, sin entrar en la singularidad de Podemos. Eso, dando por supuesto que Podemos es un partido a la izquierda del PSOE como cualquier otro. Cuando no lo es. No es, para nada, la vieja Izquierda Unida, de algún modo heredera del PCE y de sus posiciones en la Transición y sobre la Constitución, que contribuyó a elaborar. Podemos representa el corte del cordón umbilical que unió a los comunistas españoles al consenso constitucional. De hecho, su singularidad más visible es la íntima asociación con el separatismo catalán y la dinámica del golpe de octubre. Tan íntima, que lo tienen dentro. La exigencia podemita de incluir en el Gobierno a dos conspicuos separatistas de los comunes, como Asens y Pisarello, fue una clara provocación. El tándem que ha formado con Esquerra Republicana es señal inequívoca.

Toda la negociación, por parte de Podemos, ha sido una puesta en práctica de su visión del poder y de la toma del poder: el asalto. Naturalmente enmascarado con la mentira victimista ("El PSOE nos pisotea", "nos dan la caseta del perro") y la demagogia de la casa ("Queremos estar en el Gobierno para bajar la factura de la luz"), porque el primer asalto nunca se hace a cara descubierta. Iglesias puso en escena a su personaje de profe de voz suave que lo explica todo despacito y parece que ha tenido algún éxito de cara a la opinión. Sus actuaciones cuelan. Quizá no es mal actor. El propio paso del tiempo, el efecto rutinario, ha contribuido a normalizar a Podemos, a que lo tomáramos, al final, por un partido homologable, un partido que podía entrar en eso que la izquierda llama la casa común. Pues no.

No por su discurso populista, el envoltorio, sino por el contenido del paquete. Según la portavoz Ione Belarra, los podemitas han llegado "desde las plazas", por lo que no se pueden contentar con "un papel decorativo en un Gobierno del PSOE". Pero de las plazas indignadas habrán llegado votantes de Podemos, militantes y algún que otro dirigente, aunque la mayoría llegaron de plazas universitarias. El partido, sin embargo, no viene de las plazas. El partido Podemos viene de Caracas, y no de la Caracas demócrata que resiste, sino de la chavista. De ahí viene, de ahí su raíz, sus designios y sus métodos. Viene del rechazo de la democracia liberal y de la economía de mercado. Va de impugnar la nación española, la Constitución y la forma de Estado. Su actuación en las negociaciones ha vuelto a poner a la vista su sustancia original, su voluntad de asalto. Esa sustancia y esa voluntad no pueden estar en el Gobierno de España.

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