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Cristina Losada

Portugal, y dale con la austeridad

El PS está asociado al estallido de la crisis y es probable que ese recuerdo no se haya borrado varios años después.

El PS está asociado al estallido de la crisis y es probable que ese recuerdo no se haya borrado varios años después.
EFE

Las elecciones en Portugal han dado una mayoría notable, aunque no absoluta, a la coalición de centro-derecha en el gobierno, y buena parte de los políticos –y de los medios– han interpretado el resultado en los términos que dominan en la política europea desde la crisis: austeridad o no austeridad. Para unos, la victoria relativa de Passos Coelho significa que los votantes han avalado la política de austeridad, y lo celebran. Para otros, es lamentable que la austeridad no haya recibido en Portugal el rechazo que, según ellos, merece. En cualquiera de los casos, la austeridad y la antiausteridad siguen ahí, como si esa fuera –todavía– la batalla crucial en la que se dirime todo: las elecciones, el bienestar y el futuro.

Seguramente es difícil renunciar a términos que, en apariencia, aclaran las cosas y establecen un modelo bueno y otro malo, un escenario en blanco y negro, sin grises ni estaciones intermedias. Sucede, sin embargo, que ese proceder tiende a formar visiones simplistas que favorecen la creencia en soluciones fáciles y cuasi mágicas, algo de lo que pecan tanto los que creen en la austeridad como remedio único y absoluto como los que creen que basta dejar de aplicarla para que la economía vaya como un tiro.

Sucede también, y esto es lo peor de encerrar el debate entre dos términos excluyentes, que no hay manera entonces de abordar los problemas en concreto: en el instante en que esos problemas se convierten en meras piezas de la gran batalla entre la austeridad y la no austeridad, se deja de pensar en ellos como problemas que precisan soluciones y reformas específicas. Por todo ello es penoso que la discusión política, y la valoración de elecciones, continúe estancada en una dicotomía en la cual, además, una de las dos opciones –"la austeridad impuesta por la troika o por Berlín", como dice el eslogan– ya no es la que fue.

En Portugal, la crisis no provocó un seísmo en el sistema de partidos, como en Grecia, donde, recuérdese, tanto conservadores como socialistas incentivaron previamente el populismo nacionalista achacando todas las medidas de ajuste que hubieron de tomar a la presión europea, o sea, al exterior. Sin ese hundimiento de los partidos tradicionales, las elecciones portuguesas se decidían básicamente entre la coalición gobernante y el Partido Socialista, que hace unos meses parecía tener oportunidad de ganar.

¿Qué ha jugado en contra de las expectativas del PS? Están, sin duda, los signos de cierta recuperación, como el descenso del paro y cinco trimestres consecutivos de crecimiento. De hecho, la coalición de gobierno dejó de perder intención de voto seis meses después de que empezara el descenso del desempleo. Pero hay un factor que puede haber pesado más. El PS está asociado al estallido de la crisis y es probable que ese recuerdo no se haya borrado varios años después. Pasó algo similar en las elecciones británicas: el laborismo siguió lastrado por su gestión inicial de la crisis, por la impresión de que perdió el control de las finanzas del Estado. Los partidos socialistas que tenían las riendas del gobierno cuando empezó la crisis, y eso incluye al español, no se libran fácilmente de ese pasado.

De los peores momentos de la crisis ha quedado una desconfianza en la capacidad de gestión económica de los socialistas. La mayoría de los votantes portugueses no han querido correr el riesgo de regresar a aquella situación límite. En cuanto a la batallita de la austeridad, sólo han tenido que echar un vistazo a Grecia, el país que, con Tspiras al frente, se empeñó en derrotar a la austeridad, a la troika y a Merkel. Pues lo que dejó claro la guerra de Tsipras es que esa guerra sólo se puede ganar saliendo del euro y la Unión Europea, cosa que los griegos no querían y los portugueses tampoco. Una guerra absurda, por lo demás, aunque, eso sí, le permitió ganar a Tsipras las elecciones celebradas en septiembre, y tanto por haberla librado como por haberla perdido. En Portugal, sabiamente, han preferido otro camino.

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