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Cristina Losada

Sánchez o cómo reavivar la llama separatista

Si el PSOE no prestara oídos a los cantos de sirena del PSC, el separatismo catalán estaría ahora profundizando en sus luchas intestinas.

Si el PSOE no prestara oídos a los cantos de sirena del PSC, el separatismo catalán estaría ahora profundizando en sus luchas intestinas.
EFE

El de los indultos no es el tinglado de la antigua farsa, que aliviaba en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes y embobaba en las plazas de humildes lugares a los simples villanos. No lo es, puesto que no provoca diversión ni risas, aunque su asunto sea tan guiñolesco, disparatado y sin realidad alguna como el que anunciaba Benavente en el prólogo de Los intereses creados. Pero el irreal disparate al que abren la puerta los indultos, cuyo primer acto son las reacciones jactanciosas de los separatistas, se funda en las esperanzas en que, gracias al gesto magnánimo, se pueda llegar de algún modo a un arreglo con el separatismo. Por esa esperanza hay gente dispuesta a dar una oportunidad a todo lo que no se sabe que hará el Gobierno a partir de ahora. A todo lo que no se sabe, sí. Por eso alguno ya ha reconocido que la esperanza no se basa en nada. Es un voluntarista y voluntario acto de fe.

No preguntemos por los detalles. Por lo que va a ofrecer el Gobierno. Por lo que puede o no puede ofrecer. El tinglado de la farsa no admite entrar en detalles. Se sostiene gracias a la indefinición. ¿Cabe un referéndum pactado?, le acaban de preguntar a Sánchez. Cabe un "acuerdo pactado", respondió. Y así va a ser todo. Como lo fue, en su fase primera, aquello del nuevo Estatuto catalán, que pergeñó Maragall y aceptó Zapatero, y que tras aprobarse en el Congreso y someterse a referéndum en 2006, concluyó su andadura con la sentencia del TC cuatro años más tarde. Era también la gran solución. ¿Ya no se acuerdan los socialistas? Fue el principio de los grandes problemas. Problemas que no vinieron por el recorte menor que hizo el TC, aunque sirviera de pretexto agitativo para acompañar el giro estratégico de CiU. Pero la utilidad política del Estatut, tal como fue concebida por sus iluminados impulsores, quedó enterrada. Y para siempre. Hay juguetes políticos que no se pueden usar dos veces.

Ya que hablamos de experimentos con la soberanía nacional, hay que recordar lo que ocurrió con el Plan Ibarretxe, hace ya trece años, aunque su trayectoria se inició en diciembre de 2004. Era una especie de reforma integral del Estatuto de autonomía, pero incluía un reconocimiento del derecho de autodeterminación -ya mencionaba el "derecho a decidir"-, y propugnaba una "libre asociación" entre el País Vasco y España, con una soberanía compartida. El propio Ibarretxe fue al Congreso a defenderlo y allí se rechazó por 313 votos. La "consulta" que, a la vista del rechazo, quiso hacer el Gobierno vasco, fue impugnada y la paró el TC por tratarse de un referéndum encubierto. Seguramente de aquella experiencia, sacó sus conclusiones el separatismo catalán para hacer su 1-O. Pero la cuestión importante es que en el rechazo al Plan Ibarretxe estuvieron de acuerdo el PSOE y el PP, y gracias a ese freno conjunto, no pasó nada terrible ni tumultuoso. Lo que pasó es que el PNV entró en crisis y sepultó el plan.

¿Eran menos separatistas los del PNV que los separatistas catalanes? ¿Tenía menor apoyo el plan Ibarretxe que los planes del separatismo catalán? No. La diferencia está en que un proyecto de ruptura se frenó con el acuerdo de los dos grandes partidos, mientras que el otro, el catalán, cuenta con la simpatía de uno de los dos. Si el PSOE no prestara oídos a los cantos de sirena del PSC, el separatismo catalán estaría ahora profundizando en sus luchas intestinas y sus bases seguirían por el camino del cansancio y la decepción. Con los indultos y la apertura de la puerta a todo lo que no se sabe, Sánchez no hace más que insuflar nueva vida a las esperanzas separatistas. En vez de dejar que los rescoldos se apaguen, reaviva la llama.

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