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Daniel Rodríguez Herrera

La violencia vicaria es cosa de mujeres

Todos conocemos los nombres de monstruos como José Bretón y Tomás Gimeno, pero sólo sabemos las iniciales del monstruo que mató a Olivia.

Todos conocemos los nombres de monstruos como José Bretón y Tomás Gimeno, pero sólo sabemos las iniciales del monstruo que mató a Olivia.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante un pleno celebrado en Madrid | EFE

Llevamos dos décadas sufriendo la matraca de que cuando un hombre mata a su pareja es violencia machista. Es decir, al contrario que todos los demás crímenes, no hay que indagar posibles causas, sin que éstas disculpen el asesinato, aunque sólo fuera por tener más capacidad de prevención. No, la causa es el machismo y la culpa es, en parte, de todos nosotros por ser hombres.

Ese relato tiene un fallo esencial que no se repite lo suficiente, quizá porque la capacidad de entender y hacer entender estadísticas del político medio es más bien escasa. Cuando la propaganda gubernamental aún no había ocultado las cifras que incluían a las mujeres que mataban a sus parejas, el porcentaje de esos crímenes rondaba el 10% del total. Esa diferencia sirvió de excusa para diferenciar entre unos homicidios y otros, tratando los primeros como un problema sistémico y los segundos como mera anécdota. Era una lectura torticera de los datos. Primero, porque unas decenas de crímenes al año, por muy horrendos que sean, nunca pueden ser un problema sistémico en un país de casi 50 millones de habitantes. Segundo, porque el porcentaje de mujeres encarceladas sobre el total es también aproximadamente del 10%. El reparto entre sexos en la violencia de pareja es similar, por tanto, al que se produce en los demás delitos. No se requiere de ninguna explicación extra, sea un supuesto machismo o cualquier otra.

El lector curioso naturalmente se preguntará a qué se debe semejante disparidad, si resulta que hombres y mujeres somos iguales y cualquier discrepancia en cualquier ámbito que se aleje del 50%-50% es debida a la discriminación, como nos aseguran siempre las feministas. Bueno, en primer lugar, es bueno saber que ese argumento sólo sirve si las perjudicadas en el porcentaje son mujeres. No parece haber discriminación en que los muertos en guerras o en accidentes laborales sean hombres en más de un 90% de los casos. O que vagabundos y suicidas sean hombres en alrededor del 80%. O que quien se lleve la custodia sean las madres en un porcentaje similar.

Pero más allá de eso, lo cierto es que los hombres tenemos estadísticamente más propensión al riesgo y somos más agresivos. Eso significa que si coges a un hombre y una mujer al azar por la calle, es ligeramente más probable que quien corra más riesgos y tenga mayor agresividad sea el hombre. Pero lo que es una diferencia pequeña en la mayoría, se exacerba en los extremos de la distribución estadística: traducido, eso significa que la mayoría de los mansos que heredarán la tierra son mujeres y que la mayoría de la población carcelaria, no digamos ya los asesinos y agresores violentos, son hombres. Existen otras diferencias entre hombres y mujeres que responden a distintas variaciones estadísticas. Por ejemplo, existe una característica en la que la distribución masculina está más aplanada que la femenina, con relativamente menos individuos cercanos a la media y más en los extremos. A ver si me adivinan a qué me refiero.

En definitiva, existe una explicación que nada tiene que ver con el machismo de por qué hay muchos más hombres que mujeres que matan, también a sus parejas, la cual además tiene la virtud de explicar por qué hay más hombres que mujeres homosexuales que cometen ese crimen. Llevamos veinte años viviendo fuera de la navaja de Ockham, y si recibimos tanta y tan continua propaganda desde la política y los medios es porque la mentira necesita de esos andamios para sostenerse.

Pero hay otro fenómeno, el del filicidio, que no responde a ese patrón. Pese a las mentiras que las charos de siempre, como la proferida por la columnista de Lo País Luz Sánchez-Mellado para justificar que las feministas de la política no condenen el asesinato de Olivia en Gijón, lo cierto es que la anomalía estadística que es necesario explicar es por qué entre un 50 y un 70% de los crímenes cometidos contra los propios hijos los cometen las madres y no los padres, que deberían ser los culpables según las matemáticas en un 90% de los casos. La violencia vicaria, ese término inventado por la extrema izquierda en el poder para justificar más leyes que criminalicen al hombre por el hecho de serlo, la cometen desproporcionadamente más las mujeres. Y, por lo tanto, eso es lo que habría que intentar explicar.

Pero no. Lo que tenemos es un país en el que todos conocemos los nombres de monstruos como José Bretón y Tomás Gimeno, pero sólo sabemos las iniciales del monstruo que mató a Olivia. Presuntamente, claro.

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