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EDITORIAL

Colau, bisagra indeseable

La pésima alcaldesa de Barcelona sería lo último que le faltaba a una Cataluña que está viviendo horas infaustas por gente que es como ella o a la que ella blanquea. 

Las encuestas que están empezando a circular sobre las elecciones autonómicas catalanas del próximo 21 de diciembre arrojan un virtual empate entre las fuerzas separatistas promotoras del golpe de Estado que ha provocado la destitución del Gobierno regional de Carles Puigdemont y las formaciones que han respaldado la legalidad y el Estado de Derecho. Según el sondeo divulgado por el progolpista diario La Vanguardia, el bando sedicioso, conformado por ERC, el PDeCAT y la CUP, se haría con el 46% del voto y podría no llegar a la mayoría absoluta de los escaños, mientras que Ciudadanos, PSC y PPC, aunque verían mejorar sus registros y se quedarían a solo dos puntos de aquellos, tampoco se podrían asegurar el control de la Cámara catalana. Los datos que ofrece la encuesta de La Razón son similares, aunque los golpistas sufren en ésta una caída más acusada.

Así las cosas, la llave de la gobernabilidad en el Principado podría tenerla Catalunya en Comú, la formación de la alcaldesa de Barcelona, Inmaculada Colau, pues la decena de diputados que obtendría podría inclinar la balanza en uno u otro sentido.

Sin lugar a dudas, sería una mala noticia. Ni Catalunya en Comú ni su cabecilla, la ultra Colau, son agentes de sensatez y estabilización. Todo lo contrario. La nefasta alcaldesa de la Ciudad Condal y sus comunes son agentes perturbadores de primer orden, no en vano han medrado en la vida política a base de presentarse y venderse como lo que son: antisistema. Pero su antisistemismo no radica en una denuncia radical del régimen nacionalista que está llevando el Principado al despeñadero; como fanáticos de la peor izquierda que son, su antisistemismo tiene en la mira la democracia liberal y las instituciones civiles que la hacen posible, empezando por el libre mercado.

Inmaculada Colau representa lo peor de la nueva política, tan rancia: el populismo, el fanatismo, la insensatez, el amateurismo, una transversalidad tan falsa como sus proclamas más sentimentaloides. Como de su semejante Pablo Iglesias, nada bueno cabe esperar de ella, tan presta a abrazarse a los golpistas como a arremeter contra los defensores de la Constitución y el Estado de Derecho.

La pésima alcaldesa de Barcelona no encarna precisamente el justo medio entre dos pretendidos extremos. La pésima alcaldesa de Barcelona sería, en definitiva, lo último que le faltaba a una Cataluña que está viviendo horas infaustas por gente que es como ella o a la que ella blanquea.

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