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Cuando dialogar es claudicar

Rajoy, sencillamente, no puede dialogar con golpistas. Todo lo contrario: debe frustrar sus planes y llevar la normalidad a las instituciones catalanas.

El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy, ha afirmado este domingo en Lérida que está abierto a dialogar sobre un nuevo modelo de financiación si la Generalidad de Cataluña vuelve a la normalidad y la moderación. "Diálogos", no "monólogos", ha pedido el líder popular.

¿Por qué espíritu se ha dejado poseer el presidente del Gobierno, por el del emérito Juan Carlos y su campechano "Hablando se entiende la gente" al entonces líder de ERC Ernest Benach o por el de su Metternich de guardarropía, ese Margallo que el día menos pensado exige que se reconozca la Nación Catalana en preámbulo de la Constitución? En cualquiera de los dos casos se impondría el exorcismo, porque ninguna de las dos alternativas es asumible ni presentable.

Lo que ha de hacerse con el Gobierno regional de Cataluña es obligarle a cumplir con su principal deber, que es el de cumplir y hacer cumplir las leyes del Estado español, del que forma parte y del que obtiene su legitimidad. Eso pasa indefectiblemente por combatir en todos los frentes a quienes no sólo en los hechos están socavando las instituciones catalanas, y por ende también las españolas.

En esta tesitura, con un representante del Estado en abierta rebelión contra el mismo, amenazando con la voladura del régimen constitucional y de la Nación, las apelaciones al diálogo no son síntoma de magnanimidad sino de claudicación e intolerable excusa para no cumplir con las obligaciones contraídas.

Rajoy, sencillamente, no puede dialogar con golpistas. Todo lo contrario: debe frustrar sus planes y llevar la normalidad a las instituciones catalanas. Llevar, no pedir, pues no se trata de una concesión que deba impetrar a nadie.

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