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EDITORIAL

El fondo no estuvo a la altura de las formas

El Rey debe abandonar la equidistancia, tomar partido y señalar a quienes desde hace 35 años se amparan en las instituciones para liquidar la convivencia.

El primer discurso de Navidad del Rey Felipe VI había levantado grandes expectativas. Pese a que en un formato tan encorsetado como este es difícil introducir grandes innovaciones, la puesta en escena ha supuesto un salto cualitativo y una mejora perceptible por cualquiera respecto a lo que nos tenía acostumbrados Juan Carlos. No tanto por el escenario, deliberadamente austero –un rinconcito de un salón comedor, que nadie diría que es un palacio-- para generar mayor empatía con una ciudadanía muy castigada por la crisis y muy enfadada con las instituciones, como por la excelente gesticulación y comunicación no verbal con la que Felipe VI acompañó sus palabras. En los últimos años cada Nochebuena aparecía en nuestros televisores una suerte de muñeco parlante que, entre movimientos robóticos, leía sin el menor entusiasmo y con una locuacidad perfectamente descriptible lo que tenía delante en el teleprompter. Aquella imagen de Juan Carlos tanto servía para el discurso de Navidad como para explicar una receta de pollo al chilindrón.

Este año nos hemos encontrado a un Rey mucho más directo, convincente y persuasivo, lo que tiene gran mérito ya que el fondo del discurso no ha cambiado. Es verdad que por la limitación en sus funciones, propia de cualquier monarquía constitucional, el Rey parece obligado a contentar a todos y, sobre todo, no molestar a nadie. Especialmente al Gobierno con quien debe pactar el contenido del mensaje. Si Felipe VI dijese lo que pensamos la mayoría de los españoles Rajoy tendría que irse abochornado a su casa hoy mismo. Pero también es verdad que en una situación de excepcionalidad como la que vive España, el Rey no sólo está legitimado sino que está obligado a defender sin ambages la soberanía nacional y la Constitución, a las que sirve. No basta, por tanto, su apelación sentimental a la unidad y la convivencia en Cataluña. Ante la gravedad del desafío separatista de Mas, el Rey debe abandonar la equidistancia, tomar partido y señalar con claridad a quienes, la cleptocracia nacionalista, desde hace 35 años se amparan en las instituciones para liquidar el régimen constitucional.

Unidad y ejemplaridad de las instituciones fueron los ejes de su discurso. El Rey quiso, de manera elocuente, marcar distancias con su padre. Apenas una mención a la sucesión en la Corona y una fotografía con Juan Carlos, situada junto al Belén, a varios metros de distancia del lugar en el que pronunciaba su discurso, que sólo fue enfocada por las cámaras cuando Felipe VI hacía una breve referencia a su proclamación como Rey. Distancia que cobró relevancia cuando llamó a "cortar de raíz" la corrupción y se felicitó porque "los responsables" de estas conductas "estén respondiendo de ellas" ante la Justicia. No mencionó a su hermana, la infanta Cristina. Es en esta cuestión en la que el Rey debe dejar claro que él no es como su padre. Que la Casa del Rey actual no asume las conspiraciones de Juan Carlos con el Gobierno y la Fiscalía para evitar que la infanta Cristina sea tratada como cualquier otra presunta delincuente. Por eso, una mención más explícita no hubiera estado de más. También se echa de menos, siempre que se habla de la corrupción, que se señale el problema principal: la politización de la Justicia. La separación de poderes es un principio constitucional, vulnerado desde 1984, cuya defensa tendría que liderar el Rey.

Pero si el primer mensaje navideño ha tenido un borrón es el olvido a las víctimas del terrorismo. En un año terrible para ellas, en el que han visto como, gracias a los enjuagues del anterior y el actual Gobierno con la ETA, decenas de asesinos salían a la calle sin cumplir sus condenas, era de esperar un gesto de cercanía y afecto por parte del monarca. Mientras ETA exista en sus diferentes manifestaciones, también la institucional, mientras haya más de 300 crímenes de la ETA sin resolver y, en definitiva, mientras la "Memoria, Dignidad y Justicia" no sea una realidad, el Rey, como cualquier español con un mínimo de decencia, no puede pasar página. Podrán hacerlo los políticos y los medios de comunicación, no el Rey. Todos los españoles tenemos una deuda contraída con las víctimas del terrorismo y el Rey es el primero que debe asumirla. Bienvenida sea la cercanía y el afecto que mostró Felipe VI a todos los españoles, pero si hay unos que lo merecen por encima del resto son las víctimas del terrorismo.

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