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EDITORIAL

El Pedro que debe dimitir es Sánchez

El elevadísimo estándar moral del doctor Sánchez cambia cuando sabe que el siguiente en caer es él.

Siempre que sea dentro de los márgenes de la legalidad, cualquier ciudadano tiene derecho a hacer lo posible para pagar menos impuestos. Ni el patriotismo ni la ética están relacionados con el hecho de dejar que el Estado nos extraiga hasta la última gota del dinero que producimos con nuestro esfuerzo y nuestra pericia.

El problema de Pedro Duque no es su comportamiento, que es el de un profesional muy cualificado y de conducta aparentemente intachable pero que, eso sí, probablemente ha elegido el peor momento y la peor compañía posibles para entrar en política. El problema es que por pura demagogia, por miserable interés político y de forma totalmente irreflexiva Pedro Sánchez, alguno de sus socios parlamentarios y buena parte de la prensa, no sólo la de izquierdas, han establecido un estándar moral que ni unos cumplen en la política ni otros en el periodismo.

Y es que si el presidente del Gobierno se aplicase a sí mismo tan estricto código ético, el primero en dimitir tendría que ser él, que dijo en sede parlamentaria que "en Alemania los ministros dimiten por plagiar una tesis". Sánchez defenestró a Màxim Huerta por no cumplir el estándar de excelencia en cuanto a ser saqueado por el Estado sin tan siquiera rechistar y acabó con la carrera de Carmen Montón por un plagio en un máster insignificante, pero tras airearse el infinitamente más grave cúmulo de estafas en torno a su doctorado Sánchez se niega a asumir su responsabilidad.

Ahora, en cambio, tanto Pedro Duque como Dolores Delgado son sostenidos en su cargo porque resulta que el elevadísimo estándar moral del doctor Sánchez cambia cuando sabe que el siguiente en caer es él, porque hasta el presidente es consciente de que con cuatro ministros dimitidos es imposible que siga en La Moncloa el Gobierno que llegó al poder con una moción de censura cuyo principal motivo era la regeneración democrática.

Mientras tanto, en la polvareda generada alrededor de los impuestos de un ministro, se desdibuja el descomunal escándalo de una fiscal -nada más y nada menos que de la Audiencia Nacional- que escuchó a un comisario de Policía confesar gravísimos delitos y no sólo no lo denunció sino que prácticamente aplaudió.

Ningún grupo de comunicación ha sido tan crítico con las actividades presuntamente delictivas del excomisario Villarejo como Libertad Digital y esRadio, pero venga de donde venga la filtración los hechos que se han desvelado sobre la actual ministra de Justicia, su convivencia con una mafia policial-judicial y el rosario de mentiras con las que Dolores Delgado ha tratado de tapar, infructuosamente, el gigantesco escándalo son absolutamente intolerables y deberían llevarla a la dimisión y quién sabe si a afrontar algunas responsabilidades penales.

Del mismo modo, sus propios escándalos y sus vaivenes al tratar los escándalos de los demás hacen evidente que el presidente del Gobierno es incapaz de cumplir con las premisas de regeneración que él mismo impuso, fue el primero en violar y en virtud de las cuales se aupó a un poder que no le han dado los ciudadanos con su voto y que en sólo cuatro meses ha demostrado que no merece.

Hoy mismo debería dimitir un Pedro, sí, pero ese Pedro no es Duque sino Sánchez.

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