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EDITORIAL

Griñán y sus circunstancias

La maniobra de Griñán es legal en un régimen parlamentario pero carece de toda legitimidad democrática.

La renuncia de José Antonio Griñán como presidente de la Junta de Andalucía es una nueva constatación de la concepción patrimonialista del poder que desde hace tres décadas ejerce el PSOE en Andalucía. Los socialistas, sin el menor pudor, actúan como si la Junta fuese su cortijo. Solo así puede explicarse una sucesión dinástica, propia de un régimen bananero, que ha encumbrado a Susana Díaz, señora sin otro oficio conocido más allá de las intrigas partidistas en las que, eso sí, ha demostrado enorme habilidad, a la presidencia de la Junta. Una maniobra legal en un régimen parlamentario pero que en este caso carece de toda legitimidad democrática.

Primero, porque las razones de Griñán nada tienen que ver con los intereses de los andaluces, sino exclusivamente con los de su partido acorralado por el monumental escándalo de los ERE. Por si fuera poco, ha sido incapaz de explicar por qué hace tan solo un mes decía que iba a agotar la legislatura y ahora precipita su salida. La justificación de propiciar un "cambio generacional y de género" es una muestra más del desprecio de los socialistas andaluces hacia los ciudadanos. Consciente de la endeblez de estos argumentos, se ha escudado en "circunstancias personales y familiares" que no ha querido desvelar. Si bien Griñán tiene derecho a renunciar a la presidencia cuando le parezca oportuno, el no dejar su escaño y su inmediato nombramiento como senador demuestran que su única intención es mantener el aforamiento para esquivar la acción de la justicia, en concreto de la juez Mercedes Alaya, y garantizarse que en caso de ser juzgado lo será por el Tribunal Supremo, órgano controlado por los partidos políticos. Valga el reciente caso de José Blanco como ejemplo.

Segundo, porque en lugar de disolver el Parlamento andaluz y convocar elecciones, Griñán coloca a la Susana Díaz en la presidencia de la Junta como rampa de lanzamiento para su futura candidatura cuando se convoquen los comicios. Así tendrá en sus manos el tiempo que le convenga la enorme maquinaria de control social y mediático en la que se apoya el régimen y partirá con una clara ventaja sobre sus rivales.

Lo más dramático es que todo esto ocurre en la región más poblada de España, devastada por la corrupción y el clientelismo con unas cifras insoportables de paro, más del 30 por ciento y superior al 50 por ciento entre los jóvenes. Enfrente el Partido Popular sigue sin candidato ni un liderazgo claro. Ya en las últimas elecciones, cuando todas las encuestas auguraban una victoria por mayoría absoluta de la derecha, la pésima estrategia de Javier Arenas y Mariano Rajoy, que renunciaron a dar la batalla en la campaña electoral, dio al traste con las esperanzas de terminar con un régimen que se asemeja a una de las plagas bíblicas. .

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