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EDITORIAL

La Constitución y sus enemigos

Lo fundamental en estos momentos no es reformar la Carta Magna sino cerrar el paso a sus peores enemigos.

Un año más, el Congreso de los Diputados ha homenajeado a la Constitución de 1978 en el día en que fue aprobada. Una Constitución que obtuvo el apoyo de casi 16 millones de españoles, el 88% de los que acudieron a las urnas aquel 6 de diciembre, el 67% de los convocados. Conviene recordar estos datos fundamentales, que dejan en evidencia –también numérica– al grueso de sus dinamiteros, que suelen detestarla por sus virtudes, no por sus innegables defectos.

A la Constitución, más que homenajearla, que bien está, hay que defenderla; por ejemplo y en primer lugar en Cataluña, donde el separatismo ya no es que la desprecie, es que anda perpetrando un golpe de Estado a la vista de todos con intolerable impunidad y desde las mismísimas instituciones. Si no se la defiende en situaciones de extraordinaria gravedad, como la generada en Cataluña por las liberticidas fuerzas secesionistas, los homenajes no es que estén de más: es que son una afrenta.

La defensa de la Carta Magna pasa también por el repudio de las formaciones que vienen a demoler el sistema de libertades que sanciona. Formaciones como Podemos, cuyo líder ha tenido la desfachatez de hacer el numerito constitucionalista en la Carrera de San Jerónimo, cuando ha moldeado su fama política a base de vituperar la Constitución y la democracia liberal y ensalzar regímenes repugnantes como el que padecen en Venezuela, donde este mismo domingo se ha vivido una jornada crucial en la lucha por la recuperación de las libertades, secuestradas por el chavismo criminal. Aunque ahora callan, Iglesias, Monedero y compañía se siguen retratando: precisamente porque callan ante los desmanes que perpetran sus semejantes en el país caribeño. Ni quieren homenajear a la Constitución del 78 ni la Constitución ha de ser homenajeada por sujetos así, que desprecian los valores que la informan.

Por último y a propósito: de un tiempo a esta parte se han multiplicado los llamamientos a la reforma de la Ley de Leyes. Por parte de tirios y de troyanos. Es innegable que es un texto susceptible de sustanciales mejoras; pero también lo es que muchos de los aspirantes a reformarla no tienen en mente eso sino dinamitarla, para hacer saltar por los aires la democracia liberal y la Nación. Así que ha de primar el criterio de conveniencia y oportunidad a la hora de valorar si abrir o no tal melón. Pues lo fundamental en estos momentos no es reformar la Carta Magna sino cerrar el paso a sus peores enemigos.

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