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EDITORIAL

La "Operación Rato" puede volverse en contra del PP

La obsesión de la vicepresidenta por acabar con cualquier rastro del PP tradicional cumple así uno de sus objetivos más ambiciosos.

Desde los tiempos en del bajofelipismo, cuando el telediario de la cadena pública abría con las imágenes del último miembro del Gobierno sorprendido en un latrocinio entrando en prisión, no habíamos presenciado en España una maniobra política tan burda como la detención de Rodrigo Rato, realizada en medio de un circo mediático que nada tiene que envidiar a las operaciones cosméticas que caracterizaron la última etapa del PSOE de Felipe González.

Más allá de las posibles responsabilidades a las que Rodrigo Rato tenga que enfrentarse tras el dictamen de los tribunales, a nadie se le oculta que el despliegue de la Agencia Tributaria contra el exministro de Economía del PP tenía un objetivo más ambicioso que la mera investigación de un presunto delito tributario. El hecho de que el organismo dependiente del ministerio dirigido por Montoro acudiera a un fiscal ajeno a la instrucción del caso por el que Rato se encuentra procesado, demuestra el interés del Gobierno por llevar a cabo una acción "ejemplar", que ya veremos cómo afecta a sus posibilidades electorales a pocas semanas de la cita crucial de los comicios autonómicos y locales.

A pesar de su polémica gestión al frente de Bankia (resultado de la fusión de Cajamadrid con otras entidades ruinosas, impulsada por el último Ejecutivo socialista), el nombre de Rodrigo Rato está indisolublemente unido al éxito de la etapa de José María Aznar al frente del Gobierno en materia económica. El llamado "milagro español" tuvo lugar con Rodrigo Rato al timón de la economía española, a la que aplicó un sencillo catálogo de medidas liberales como la reducción del gasto público y la disminución de la presión fiscal, que permitieron un crecimiento económico y una creación de empleo a ritmos nunca antes vistos en cualquier otro país de la UE.

El Gobierno de Rajoy ha decidido hacer recaer sobre Rodrigo Rato todas las culpas de la corrupción en España, con lo que su figura quedará irremediablemente amortizada sea cual sea el resultado final de las investigaciones judiciales en curso. La obsesión de la vicepresidenta del Gobierno y sus colaboradores más cercanos por acabar con cualquier rastro del PP tradicional, cumple así uno de sus objetivos más ambiciosos. Ahora bien, es precisamente ese bagaje aznarista la que permitió a los actuales dirigentes populares, ayunos en su inmensa mayoría de experiencia política, llegar al poder. Destruido ese legado, resulta dudoso que el actual equipo dirigente del PP vaya a recibir la confianza de sus votantes de siempre, escarmentados después de haber visto su gestión al frente del Gobierno en la que no ha quedado ningún principio tradicional de su partido que no haya sido metódicamente pisoteado.

El Gobierno ha querido convertir a Rato en el símbolo de su lucha contra la corrupción. El votante popular, que al contrario del elector típico de izquierdas sí tiene memoria y criterio político, puede acabar viendo en estas operaciones mediáticas obscenas la obsesión de los dirigentes de Génova por crear un nuevo partido sin pasado, que los electores igual se encargan de dejar también sin futuro.

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